A los intelectuales y comentaristas que las siguen, les gustaría creer que las ideas gobiernan la historia. Pero, ¿cuál es exactamente el caso? No cabe duda de que quienes no tienen ideas sobre su tiempo y su sociedad están condenados a dejarse guiar por otros cuyas convicciones son más fuertes. Esto no significa, sin embargo, que las ideas por sí solas tracen nuestro rumbo. Su función sólo es esencial en los momentos cruciales, cuando una idea, verdadera o falsa, nueva o antigua, entra en contacto con circunstancias o innovaciones que transforman nuestra relación con el mundo. A modo de recordatorio, en el verano de 1944, un grupo de economistas y filósofos europeos, estadounidenses y japoneses fueron convocados a orillas del lago Lemán -a un lugar llamado Mont Pèlerin- por Friedrich Hayek, economista y filósofo británico. Esta sociedad estaba preocupada por una doble deriva: la primera habría sido una unión mundial en torno al marxismo, con la Unión Soviética emergiendo como vencedora del conflicto. La otra era una posible deriva hacia la nacionalización de la economía y la sociedad que había parecido necesaria en Gran Bretaña y Estados Unidos para ganar la guerra. ¿Qué lugar quedarían para las libertades políticas o económicas si el futuro de Occidente quedara atrapado entre estas dos tentaciones ideológicas? A través de sus publicaciones y su influencia, la Sociedad Mont Pellerin logró esbozar una tercera vía, la vía liberal, a veces llamada neoliberal, que ha sido seguida tanto por la izquierda como por la derecha en Estados Unidos y Europa Occidental desde 1945 hasta nuestros días. Margaret Thatcher, Ronald Reagan, Helmut Kohl y José María Aznar estaban todos próximos al pensamiento de la Sociedad Mont Pèlerin. Sí, las ideas dominan el mundo cuando las expresan con claridad y contundencia los intelectuales que las forjan, los comentaristas que las difunden y los estadistas que las respaldan.
Actualmente nos encontramos en un vicio que recuerda al de 1944. Por un lado, ya no tenemos el marxismo, sino la narrativa comunista china, que sugiere que la asociación de un partido central con un capitalismo desenfrenado y una confianza ciega en la nueva tecnología proporciona a la gente más prosperidad y serenidad que el modelo liberal. Este modelo chino atrae sobre todo a los países que buscan el desarrollo. Por otro lado, está surgiendo gradualmente un arco intelectual y político que podría describirse como ‘tecnofascismo’, un término tomado de Maruyama Masao, que describió la década de 1930 en Japón como una época en la que la combinación de dictadura militar y confianza absoluta en la ciencia y la tecnología parecía ser una alternativa al marxismo, así como al capitalismo y la democracia occidentales. Tengo mis reservas a la hora de utilizar el término ‘tecnofascismo’, porque el fascismo está fechado y forma parte de un periodo de colapso económico, la década de 1930. Otros autores han propuesto el término ‘tecnocesarismo’ para designar este mismo arco, que se sitúa generalmente en la extrema derecha. Más allá de la disputa sobre el término y su posición en la extrema derecha, es indiscutible que la convergencia del trumpismo, Elon Musk, Putin, Xi Jinping, Javier Milei, Viktor Orban (que ha acuñado el término iliberalismo, inventado por el columnista Fareed Zacharia), el auge de partidos autoritarios, nacionalistas y xenófobos en Francia, Alemania, Italia, España, Serbia y Turquía, todos los cuales están creando un nuevo paisaje ideológico que está socavando la tradición liberal. Esta nueva alianza punteada reniega tanto de la democracia, a la que considera ineficaz, como del libre mercado, al que considera caótico y fuente de crisis. Para todos estos déspotas en el poder o próximos al poder, parece que el autoritarismo será tanto más eficaz cuanto más pueda apoyarse en las nuevas tecnologías, como el reconocimiento facial, del que hace gran uso el gobierno chino para controlar a su población. Dentro de este mismo movimiento, los estados y la ley heredados de la historia también parecen arcaicos. ¿No podrían, como imagina Elon Musk, ser sustituidos provechosamente por unas máquinas manejadas por inteligencia artificial?
¿Qué quedaría, si esta ideología ‘tecnocesarista’ se impusiera, del viejo liberalismo tal como fue concebido a principios del siglo XIX y que hoy constituye un entorno natural para nosotros, los europeos? Nos parece natural expresar libremente lo que pensamos sin riesgo de censura o encarcelamiento; nos parece natural votar a la derecha o a la izquierda y elegir libremente a nuestros dirigentes; nos parece natural comprar, comerciar, desplazarnos, crear o cerrar una empresa o ser asalariado con un mínimo de protección social, como organizan todos los gobiernos liberales. Pero nada de esto es natural: es el resultado de un pensamiento experimental, modelado por la historia y puesto en práctica a lo largo de los siglos. Este liberalismo está tanto más amenazado cuanto que los tecnócratas cesaristas han comprendido la importancia de la palabra y de la mediatización de su ideología. Están en todas partes: radio, televisión, prensa, literatura. Nos bañan en iliberalismo y en ‘tecnocesarismo’. Nos ahogamos en este diluvio ideológico altamente organizado. ¿Quién se opone realmente? Los liberales occidentales, o los asiáticos, o los musulmanes (por supuesto, los hay) parecen sorprendidos. Balbucean, se contentan con reaccionar pero no con actuar. ¿Dónde está el equivalente de la Sociedad Mont-Pèlerin, que se infiltró con éxito en los medios de comunicación de la época y convenció a los dirigentes económicos y políticos de que la alianza de la democracia y la economía de mercado conduciría no a la felicidad, sino al mejor de los mundos posibles: no la utopía, sino el único al que podemos aspirar. No busques, ¡no lo encontrarás! No es que la democracia liberal no se resista, sobre todo en el ámbito de la Unión Europea. Pero lo que le falta es unidad, sencillez y energía. Hizo falta un Churchill para Gran Bretaña, un Franklin Roosevelt para Estados Unidos, un De Gaulle para Francia, un Hayek para la intelectualidad. Buscamos líderes, intelectuales y políticos.
Este resurgir de la democracia liberal, denuncia necesaria del ‘tecnocesarismo’ –que sólo conduce a la guerra para ocultar sus fracasos–, sólo puede ser internacional. Así como el antiliberalismo es nacionalista, el liberalismo es necesariamente cosmopolita. Sin duda es de la Unión Europea, el mejor ejercicio de liberalismo aplicado, de donde debe surgir la defensa y la ilustración de este liberalismo. Pero no necesariamente. A poco que uno viaje por el mundo, se encuentra con liberales vigorosos en América Latina, Canadá, Japón, Rusia, China, el mundo árabe y la India. Por tanto, pedimos una globalización del liberalismo, un Mont Pèlerin universal, para demostrar que el liberalismo no está arraigado, como se ha creído durante mucho tiempo, sólo en la civilización occidental, sino que pertenece a la humanidad, a todas las culturas y religiones juntas. ¿Es de derechas o de izquierdas? Es ambas cosas, al mismo tiempo o alternativamente. Si mañana surgiera un Hayek indio, brasileño o africano, yo sería evidentemente el primero en adherirme a su causa.
Artículo publicado en el diario ABC de España
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