Dos magníficas ediciones de El Papel Literario de El Nacional, 19 y 26 de septiembre, estuvieron enteramente dedicadas al tema de la pobreza en Venezuela. Todos los artículos respondían al título “Pobre Venezuela pobre”. Nunca ha sido tan necesaria esta reflexión. Cabe, sin embargo, preguntarse qué pasó con la idea de la Venezuela rica. ¿Tiene sentido plantearse esa otra Venezuela? ¿Sobre qué bases?
Más de uno de los escritos aludía a lo que Luis Pérez Oramas llama el “mito fantasmático de nuestra opulencia nacional” fruto, según el autor, de esa “desorientante y perniciosa, confusión colectiva que cometimos los venezolanos cuando identificamos riqueza con abundancia”. Abrazamos esta confusión apasionadamente hasta el punto de que muchos de nuestros líderes e intelectuales la repitieron incansablemente, dentro y fuera de nuestras fronteras. Haberla interiorizado fue modelando una engañosa conciencia colectiva de país rico, que en la realidad es más fruto más de la generosidad de la naturaleza que de nuestro propio trabajo.
Cuando el cuadro de la pobreza se apodera del país con el dramatismo con el que lo hace hoy no es, obviamente, la naturaleza la que ha cambiado. ¿Qué ha pasado, entonces? Hay quienes se niegan a confrontar la respuesta con su propia incapacidad o a ver lo que la historia de la humanidad ha probado reiteradamente, es decir, que la riqueza viene del trabajo, del saber, del conocimiento, de la acción para convertir la poca o mucha generosidad de la naturaleza en bienes y servicios. Solo sobre esta negación, que oculta una cultura apegada más a lo dado que a lo trabajado, se entiende el mantenimiento de políticas abiertamente perniciosas, fundadas en promesas pero vacías de acción creadora.
Frente al drama de la pobreza que hoy abruma a Venezuela es alentador pensar la posibilidad de crear riqueza, una riqueza que se genere o se sostenga en el poder de las ideas, de la educación, de la cultura, de un entramado social fuerte y de un marco institucional eficiente y respetuoso de las libertades. Pero, sobre todo, en el dedicado, constante y tenaz esfuerzo colectivo.
Apelar al talento, a la educación, a la formación para el trabajo, a la creatividad, al saber hacer es el camino para superar la pobreza visible. Antes o simultáneamente, sin embargo, hay que superar antes esa otra más profunda y más determinante que es la pobreza de espíritu, de miras, de ambición, de libertad, de ideas. Esa pobreza profunda es la que alimenta y perpetúa la primera. Con ella va también la pobreza de líderes y de instituciones, no solo de las formales y de gobierno, sino especialmente las que crea la propia sociedad, las organizaciones de ciudadanos, obreros estudiantes, profesionales, academias, comunidades.
La promesa del talento como factor para la creación de riqueza se ha hecho especialmente visible en estos años con el fenómeno de la diáspora y lo que ha significado de enriquecimiento cultural, de espacio para el desarrollo intelectual, de apertura de visión y de relaciones con el mundo. Alegra ver a compatriotas, egresados del IESA y de nuestras universidades, desempeñándose con éxito en el mundo académico, en el de los negocios, en organismos internacionales. Estas corrientes de emigrantes son una esperanza. Donde se encuentren, y están en muchas partes, revelan talento, preparación, saber hacer, capacidad innovadora, es decir, las grandes herramientas para la generación de riqueza. Su ejemplo deberá de servir de estímulo y lección a las nuevas generaciones.
Ricardo Hausmann alude, en una reciente entrevista, al contraste entre el país de la nostalgia con el país posible, en cuya recuperación y construcción habrán de participar tanto las nuevas como las viejas generaciones. “Para los jóvenes ese pasado no es un lastre que los agobia. Pueden ver ese futuro sin el trauma de todo lo perdido”, dice para resaltar el especial papel de las nuevas generaciones en la construcción de la Venezuela que viene. No se puede sino estar de acuerdo con él cuando afirma que la historia no la hacen los grandes hombres, sino los grupos humanos. O cuando recuerda que las sociedades son ricas no por lo que tienen, sino por lo que saben. Ese y no otro es el camino para una Venezuela rica.