OPINIÓN

Por un cine libre de mordazas, talibanes y enchufes

por Sergio Monsalve Sergio Monsalve

Los Niños de Las Brisas es el largometraje nacional, en su estilo documental, más visto de 2024

¿Qué pasará con el cine venezolano después del 28 de julio?

Es una incógnita importante para el devenir histórico del país, incluyendo al resto de los sectores de la cultura, cuyas discusiones y debates fueron abandonados tanto en el espacio público como privado, a no ser por honrosas excepciones.

Pero en la oferta política de los candidatos no aparece un plan o un proyecto sobre el abordaje de los serios problemas que aquejan al mundo de la creación audiovisual.

Solo en el cine, cabe listar un número importante de retos: la defensa del derecho a la libre expresión, el combate a la censura en tiempos de cacería de brujas, la normalización democrática de los entes correspondientes, donde la propaganda y el proselitismo imponen sesgos al servicio del régimen.

Como Venezuela demanda cambios urgentes, las clientelas y cogollos del gremio deberían superarse como vicios burocráticos del pasado.

En la actualidad hacen un daño tremendo al someter a una serie de proyectos, películas y directores, a una operación tortuga para darles una simple certificación comercial.

De tal modo, se diseñó un embudo para amordazar, intimidar y silenciar a los cineastas.

Estamos como en Cuba.

Llevar la contraria es garantizarse una condena, una letra escarlata en el contexto actual.

Por ello, nadie quiere disentir y criticar, pues además corremos peligro por ejercer el oficio.

Hace un año fui testigo en primera persona y víctima de acoso digital por hablar de piratería en el cine venezolano.

Desde entonces, no es fácil para mí tocar el tema, sobre todo cuando algunos aludidos deciden presionarte y reclamarte, escribiéndote por mensaje privado.

Veo con preocupación la desinformación de las generaciones de relevo y el mutismo de los veteranos al respecto.

En ambos casos reina un orden gomecista de colaborar con el mal estado de las cosas, en lugar de exponerlo y denunciarlo.

Se prefiere callar para recibir prebendas y dádivas del populismo dominante, a través de regalos, fondos y estímulos envenenados.

Una mentalidad rentista de enchufado a perpetuidad, cuidando y alabando su queso en roscas tóxicas, carteles y mafias.

Una cosa nostra de búfalos mojados, de talibanes sin respeto por la diversidad.

Por ende, se compra la complicidad tácita de jóvenes y vacas sagradas, en una nueva cantidad de festivales y certámenes truchos, donde encima hay conflictos de interés, un recrudecimiento de la práctica del nepotismo y una necesidad infame de figurar, a costa de la pantalla grande y el verso del cine de calidad.

Surgen espacios de sectarismo y reconocimiento selectivo, con organizaciones carentes de obra y espíritu de egocéntrico mesiánico.

Aprovechan el reparto en la época de la campaña. Pan para hoy, hambre para mañana.

Son rostros emergentes que salieron de la nada, para admirarse entre ellos y excluir a los demás, en pequeños guetos de familia.

La versión selfie hispter del cine venezolano, inofensiva y cooperante de clase media en positivo.

En tal sentido, vivimos un año negativo y de retroceso para la taquilla.

Acerca del asunto, tengo una teoría.

La audiencia criolla busca productos críticos o de un entretenimiento con factura foránea, bajo el estándar de un género conocido.

Así confirmamos los éxitos de Simón y La chica del alquiler en 2023.

Uno fue apoyado por su visión crítica del presente, el otro por su inteligente campaña de mercadeo, apuntalada por el boca a boca, dada la eficacia narrativa y comunicacional de su equipo.

A partir de ahí vino la debacle, otra vez, los números en rojo.

Paradójicamente, Niños de Las Brisas destaca como una honrosa excepción en 2024, al convocar al público por su lectura y revisión de la caída del mito del sistema de orquestas.

La joya musical de la nación se desplomó y el filme de Marianella Maldonado es el retrato de su progresivo deterioro.

La película radiografía la fuga de cerebros y el cambio de un violín por un fusil, en un símbolo de una Venezuela desangrada por la migración de 8 millones de personas.

Por tal motivo, es el largometraje nacional, en su estilo documental, más visto de 2024.

La conclusión es evidente: la gente respalda la verdad, no el enmascaramiento y el disfraz demagógico de cintas inanes de aficionados.

Al programar películas fallidas y de corte evasivo, se provoca la deserción en masa de la audiencia, parada previa para la desmoralización y la desmovilización del sector, con fines de absorción y expropiación de las ruinas.

Luego existe la amenaza de un paquete de acciones legales contra la empresa privada y los emprendedores, al conminarlos a inscribirse en nómina y dar aportes para un pote, cual consejo comunal del cine, cual forma de tratarnos como miembros de un partido bolivariano, una seccional.

Ellos administrarán el dinero a su antojo y no rendirán cuentas, como siempre.

Al exigir el monitoreo correspondiente, se ofenderán y dirán que son víctimas, porque ellos son los buenos amigos y protectores del cine venezolano.

En último caso, se espera un cambio de mentalidad, debido a que los años de revolución le han hecho mella a la marca del cine venezolano, apostando por su domesticación y neutralización.

Por fortuna seguimos resistiendo.

Así que tenemos la oportunidad de soñar con un futuro distinto.

Es lo que votaremos en las elecciones del domingo venidero.

Por un cine venezolano libre de ataduras, mordazas, clichés y corsés.