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¿Por qué no hay luz en Venezuela?

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Comienzo por asegurar y poder demostrar que es la piratería la que acarrea esta secuencia de apagones que mantienen a oscuras a millones de familias venezolanas. La falsa revolución impuso el modelo de las improvisaciones, dejando de lado la planificación y la gestión con base en planes bien elaborados. Eso tenía un destino inevitable: la anarquía y el caos que hoy se sufre. Además, no era suficiente ser un buen técnico, como aquellos de los que hicieron carrera en la vieja Cadafe. Para nada. No era indispensable tener méritos profesionales, o mejor dicho, solo bastaba con que el escogido jurara lealtad al proceso de la revolución del siglo XXI. La sentencia estaba a la vista: la pulverización de los esquemas institucionales darían paso al populismo y entonces ¡adiós eficiencia! Nada era más importante que darle piso sólido a la revolución –esas mojigaterías del “desarrollo nacional” quedaron sepultadas en la cuarta república– exclamaba, exclamaba muy orondo el jefe socialista.

Pero esa pose de nacionalsocialista se derretía cuando se anunciaban las asesorías extranjeras que anulaban, poco a poco, la probada calidad de la ingeniería venezolana. Así comenzaba la fiesta, la orgía financiera, pues. Venezuela colocaba los millones de dólares, sin reparar si esos desembolsos contaban con sustentabilidad y sostenibilidad financieras. Lo que importaba, a fin de cuentas, era hacer los negocios. ¡Asegurar las comisiones para todos los revolucionarios! Y cuando algún técnico sobreviviente en esa selva revolucionaria sacaba fuerzas para advertir que –esas decisiones nos van a meter en una catástrofe nacional– la respuesta era que “la revolución aguanta todo”.

Era más que evidente que la corrupción ya había hecho metástasis en un esquema que no admitía transparencia, ni exigía rendición de cuentas. Todo lo hacían a oscuras, porque tampoco había luz para hacer las cosas lejos de la opacidad. Arrasaron con la meritocracia, desactivaron los programas de mantenimiento que se hacían regularmente, planta por planta. Ese monstruo centralizado se tragó, a dentelladas, el profesionalismo y la descentralización que había derivado en beneficios para las regiones del país y fue entonces cuando llegaron los apagones y cortes sorpresivos.

En trabajos de investigación del Grupo Ricardo Zuloaga hay datos muy elocuentes que aporta el ingeniero Rodolfo Tellerías, que nos ayudarán a establecer diferencias “entre lo que se hizo en las décadas de la democracia, etapa en la que se invirtió hasta 1998 un monto de 40.254 millones de dólares, suma que permitió edificar un amplio sistema eléctrico vigoroso, soportado en una tecnología de vanguardia a nivel mundial. Se pudo hacer cierta la distribución, firme en todas las ciudades y pueblos venezolanos, dejando para la historia las plantitas de generación; se dio paso a un sistema eléctrico enteramente interconectado. Emergieron las centrales hidroeléctricas como el GurI, entre las más grandes del mundo, que unida a otras centrales de la misma naturaleza le garantizaban a Venezuela un suministro ininterrumpido de más de 60% de la energía eléctrica consumida, ahorrando el uso de combustibles fósiles que superaban los 400.000 barriles equivalentes de petróleo diariamente”.  «Con esos dólares en democracia se levantaron centrales térmicas que representaron las de mayor capacidad en Latinoamérica. Pasamos a gozar de un sistema de transmisión a 765 kv, 400kv y 230kv, garantizando llevar electricidad a todos los rincones del país». Los datos del ingeniero Tellerias son incontrovertibles cuando asegura que “con esa inversión se logró ocupar el primer lugar de electrificación de América Latina y el mayor consumo per cápita de la región”.

Veamos ahora qué pasó en esta etapa de Chávez-Maduro. Nada más, entre los años 2010 y 2013, se destinaron 120.000 millones de dólares para proyectos de electricidad. Ya se sabe lo que tenemos: cortes eléctricos, apagones y un sinfín de corruptelas. No rinden cuentas ni se castiga a los responsables de semejante asalto al erario público. Trataron de excusarse en el fenómeno de El Niño, después apelaron a la figura siniestra de los animales, como la iguana o en supuestos actos de sabotaje. La verdad es que ese modelo político es inviable. Nunca mostraron un verdadero interés en resolver los problemas. Se aprovechaban impúdicamente de las dificultades que ellos mismos provocaban para decretar emergencias y así poder consumar sus acciones tracaleras, con esas compras calificadas de urgentes, con sobreprecios astronómicos, de plantas térmicas, sin prever la carencia de combustible para hacerlas funcionar. No conforme con eso, interrumpieron el suministro de gas de Colombia, dejando apagadas las cocinas de los venezolanos y las propias plantas térmicas que en medio de tantos escándalos de corrupción compraban.

Por todo lo antes dicho debe quedar más que claro que estos falsos revolucionarios siempre contaron con suficiente dinero y tiempo para adelantar una eficiente política de desarrollo de nuestro sistema eléctrico, o por lo menos, de haber garantizado el mantenimiento de lo que heredaron de la democracia venezolana.

De cara al futuro será indispensable retomar con firmeza la conclusión de las represas que quedaron paralizadas en medio del despilfarro más estridente que se haya visto en la historia del mundo. Así también se deben terminar de instalar las plantas térmicas contratadas y adquiridas, reparar las que existen y comprender que eso de que somos ricos porque tenemos petróleo es un mito. La realidad es otra. Ciertamente, contamos con reservas de crudo, pero no son más que tesoros inútiles, mientras no se les aproveche racionalmente. Para eso será indispensable contar con el capital privado, hacer reformas legales que atraigan esas inversiones y que un Estado de Derecho garantice que no se repetirán los saltos al vacío como lo hace la actual narcotiranía que usurpa los poderes públicos.

Venezuela tendrá que adelantar inmensas inversiones en proyectos gasíferos y sacarle ventajas a sus cuantiosas y significativas reservas que tiene en ese recurso. Es hora de tomar en serio la alternativa de generar electricidad a partir de enclaves renovables que permitirán disminuir los embates climáticos perjudiciales para la humanidad. Deberá implementarse una política justa de tarifas, un uso adecuado de las energías que se producen y transmiten, una revisión de nóminas para limpiarlas de clientelismo político y burocracia parasitaria, sin atropellos ni discriminaciones.

Tengo razones para ser optimista racional. Esta crisis no será estéril, nos deja lecciones que hemos aprendido para poder llevar adelante la exigente tarea de reconstruir a Venezuela.

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