OPINIÓN

¿Por qué no ha caído la tiranía?

por Antonio Ledezma Antonio Ledezma

El problema –la verdad sea dicha– es que siempre estamos de retro, cambiando la estrategia propia por la del dictador de turno. Así ocurrió en diciembre de 2005, cuando la estrategia de colocar en alto relieve las truculencias e irregularidades urdidas por el aparato de Chávez que imponía su esquema de manipulaciones en el CNE, se cambió en enero de 2006. ¿Se acuerdan que de la abstención de 2005, con el fin de desequilibrar el régimen chavista, “saltamos en garrocha a Maracaibo”, donde se resolvió que de una encuesta emergería el candidato presidencial entre Rosales, Teodoro y Borges?

Luego, en abril de 2013, se suspendió la marcha que me correspondió anunciar en rueda de prensa a solicitud de Capriles como candidato vencedor ante Maduro. Esa marcha se canceló abruptamente, tal como fue la puesta en escena a finales de 2016. Recordemos también que la marcha convocada desde una improvisada tarima frente a La Carlota, en plena autopista, que tendría como punto final llegar a Miraflores, trocó en un penoso diálogo en el Hotel Meliá, con un documento firmado que terminó siendo una rendición de la oposición.

En julio de 2017 más de 7 millones de venezolanos respondimos las tres preguntas formuladas en aquel histórico plebiscito ¿y qué pasó? Pues bien «la gran traición», porque la misma élite de dirigentes que promovió esa consulta, dos semanas después se metieron en elecciones regionales organizadas por Maduro. Se olvidaron muy rápido de los 137 venezolanos asesinados entre febrero y julio de ese año.

Después vino la parodia de los autoexcluidos.

Del frustrado revocatorio de mayo 2016 fuimos a parar a Dominicana. La ciudadanía salió a firmar venciendo todos los obstáculos. Ancianos viajando en autobús desde La Boyera a Higuerote. Mujeres madrugando para firmar en donde se le diera la gana a los tramposos del CNE, pero firmaban. Esa fue una verdadera epopeya. ¿Y qué pasó? Pues bien, más de lo mismo, los dirigentes que decidían qué hacer, dieron un viraje espectacular dejando de lado, una vez más, la estrategia original. Ese neonato revocatorio murió sin pena ni gloria.

Más reciente se produjo «el salto atrás» retomando la pócima diabólica de los diálogos y en consecuencia, la estrategia iniciada el 23 de enero de 2019, con gente protestando en las calles de toda Venezuela y coreando el estribillo de «cese de la usurpación, gobierno  de transición y elecciones libres», se cambió cuando se le dio a entender a esa gente que la orden era «todo el mundo para sus casas porque esto se va a resolver en una mesa de diálogo en Barbados».  Ya sabemos qué ha ocurrido: la calle se enfrió, la gente está desconcertada y Maduro, otra vez, logró imponer su estrategia de ganar tiempo a como dé lugar. Nunca se admitió que “esos diálogos en Venezuela están en la antípoda de los diálogos de Mandela”.

¿Que el pueblo ha estado inmovilizado? Falso. Lo ha dado todo y en todos los terrenos. Y dicho sea de paso es gracias a esa tenacidad y a ese arrojo de la ciudadanía que se mantiene viva la esperanza de impedir que esa satrapía se enquiste para siempre usurpando los poderes públicos.

¿Que además de abstenerse hay que hacer otra cosa? Siempre habido una agenda, una ruta, lo trágico es que ha sido desvirtuada. Porque lo acordado originalmente no se honra.

Por ejemplo, la promesa medular en el marco de la campaña por las parlamentarias de 2015 fue que «designaríamos nuevos poderes públicos». Eso nunca se hizo. Continuó Tibisay Lucena manipulando el CNE y Maikel Moreno como capo del TSJ írrito.

La dirigencia que secuestró las tomas de decisiones no toleran ni asimilan críticas. Se ha dicho oportunamente que tienen en sus predios unos «criaderos de alacranes». Que están infiltrados. Que reabrir las puertas del Parlamento a los ex diputados del PSUV era un suicidio, que negociar con mafias o dialogar con esa corporación criminal era ceder terreno y no hicieron caso. Más bien respondían con arrogancia y con una prepotencia propia de caudillos de viejo cuño.

Bien se sabe que si siembras papas, cosecharás siempre solo papas. Pues bien, si se prosigue aplicando la misma línea de conducción, vamos a escarmentar idénticas consecuencias, así, una y otra vez, sufriremos los desencantos de marchas y contramarchas. De reuniones secretas. De promocionar un juicio a Maduro para terminar dialogando con él. De sucumbir en las «batallas de Cúcuta, de La Carlota y de Barbados».

¿Doloroso, verdad? Si, más aún es indignante porque da muchísima rabia calibrar entre las inmensas posibilidades que hemos tenido de barrer con esa basura y la seguidilla de errores cometidos. ¿Ingenuidad? ¿Premeditación? ¿Improvisación? Dios sabrá que hay en medio de esta colección repudiable de traspiés.

Lo cierto es que nunca hemos estado de brazos cruzados porque llevamos más de 20 años haciendo de todo y en todos los terrenos. Con las naturales diferencias entre dirigentes, por aquello que decía Marañón “las antipatías y las simpatías son recíprocas”.

¿Por qué aquellas gloriosas marchas de 2002, que hicieron posible echar de Miraflores al impostor, derivaron en el asombro con el que despertamos los venezolanos el día 13 de abril? Porque hubo jugadas individuales que dieron al traste con esa victoria de lucha ciudadana. Falló la conducción estratégica, cada quien supuso que tenía derecho de hacer lo que mejor le pareciera y Chávez resucitó, después de haber renunciado, para caracterizar como golpe el vacío de poder que él mismo produjo. Esa es la pura verdad.

No pretendo ahogar el optimismo de la gente en esta oleada de reflexiones, pero es inevitable ver flotar en esa riada, que arrastra tantos fracasos, la piratería con que se ha conducido la nave del cese de la usurpación. Es hora de que la estrategia contemple la moral como un catecismo para que la estrategia que se acuerde se respete en el entendido de que los principios no se pactan jamás. Es hora de orillar a los tránsfugas, sin reparar en qué embarcación han venido participando en esta navegación que no termina de atracar en puerto seguro. Eso hay que hacerlo, porque al fin y al cabo, según Trotsky, “el fin de todo régimen conlleva al fin de la oposición que lo ha sustentado”.

Los fantasmas del pasado persisten en proseguir escamoteando los esfuerzos de la hora actual. Es improbable, por no decir imposible, lograr la transición conveniente a los intereses del país pagando unos peajes colocados de tramo en tramo. El de los dogmas, el del sectarismo y los de la cohabitación.

Finalmente, estamos de nuevo entre dos estrategias: la de Maduro, que es montar unas elecciones parlamentarias a su conveniencia, y la de nosotros, que es lograr el cese de la usurpación. Es más que evidente que «las parlamentarias a la carta de Maduro” serán tan fraudulentas como las parodias electoralistas de esa naturaleza del 30 de julio de 2017 y del 20 de mayo de 2018 respectivamente.

Si avalamos ese nuevo fraude tiraremos al basurero de la historia el colosal e inédito respaldo internacional que ha caracterizado a Maduro como ilegítimo. Y terminará cesando la transitoriedad de Guaidó. Si resistimos y desarrollamos una campaña desconociendo esa tramoya, retomando con renovados bríos el cese de la usurpación, será posible rehabilitar las movilizaciones en todos los ámbitos; eso sí, es menester una dirección política coherente, respetable y creíble, aunado a una agenda que no deje de contemplar la invocación de la intervención humanitaria internacional con base en las herramientas legales vigentes a la mano: el concepto de Responsabilidad de Proteger (R2P/ONU), el TIAR (OEA) o la Convención de Palermo (ONU).

Es imposible ocultar la fragilidad de ese régimen, hoy más débil que nunca. A Maduro le queda la represión que aplica despóticamente con sus brazos armados, plenamente identificados. Le queda ese estropajo del TSJ que está en la mira de la verdadera justicia internacional. Le queda esa alianza con las transnacionales del narcotráfico y del terrorismo internacional que le acarrean más sanciones y la proximidad de una operación jaque mate.

@Alcaldeledezma