OPINIÓN

Por qué me pido un gin tonic

por Julio Moreno López Julio Moreno López

Entre las muchas experiencias impagables que me ha proporcionado este atípico y loco 2023, allá por marzo, tuve la fortuna de entrevistar en mi programa de radio a Julia Varela, conductora y presentadora entonces del programa Gente despierta, en RNE.

Esto, que parece sencillo, cuando llevas tan solo un mes de programa y provienes de un mundo completamente ajeno a la radio, es como hacerle un retrato a Velázquez en tu primer mes de academia de pintura. ¿Qué podía salir mal? No obstante, como yo siempre he sido un inconsciente, de los que miden cuán hondo es el río con los dos pies, disfruté muchísimo de la experiencia, ya que Julia, amén de una gran locutora de radio, es una persona amable, dulce e inteligente, y me lo puso muy fácil.

Además de todo ello, Julia tuvo el detalle de regalarme su libro, una novela entre el thriller y el humor ácido, titulado Por qué me pido un gin tonic, si no me gusta, y además, la generosidad de dedicármelo, deseándome muchos días de radio. Que así sea.

Miren ustedes, yo siempre he admirado las frases adecuadas; no en vano, en mis artículos, suelo citar a otros autores o personajes públicos, cuando esto viene al caso. Trasladado a este oficio nuestro de la escritura, para mí, un buen título es medio artículo y, en el caso de las novelas, tiene el poder de incitarte a leer el texto o de quitarte las ganas, a pesar de que luego su contenido merezca la pena, en la mayoría de ocasiones. Es por eso que el título del libro de Julia, además de incitarme a la lectura, me parece una declaración de intenciones muy acorde con el actual estado de estulticia que sufre gran parte de la sociedad de este país, España, tan maltrecho y ajado que está cerrado por derribo.

Recuerdo, como tantas veces, aquel lejano y brillante siglo XX. Ese siglo de los motores de combustión, de las calefacciones de carbón, de los coches sin cinturones de seguridad en el asiento de atrás. Recuerdo, no sin nostalgia, esos columpios de hierro, la eficacia y elegancia con la que te podían abrir la cabeza y como molaba cuando ibas al colegio y contabas que te habían puesto la antitetánica, que eso si que era una vacuna en condiciones, y enseñabas la brecha, que cuantos más puntos te hubieran dado, mejor, para vacilar a tus compañeros y ponerlos de blandos.

Eso, por no hablar de las bicicletas con las que te tirabas por las escaleras a la menor oportunidad. Yo he aprendido con la bicicleta más anatomía que en el colegio, porque más de una vez me he visto el hueso de la rodilla por tirarme con ella por donde no debía, o no podía. Era la época de los mostachos tipo Jose María Íñigo, que alguna vez me encuentro alguna foto con mi padre de aquella época y me sobresalto porque parece que estoy en brazos de Pablo Escobar. Las patillas, los zapatos de rejilla y las chanclas cangrejeras, esas que llevaban una hebilla de metal que a los dos días estaba oxidada. No importaba, porque si te pinchabas con ella te ponían la antitetánica.

La antitetánica, sin duda, marcó nuestra niñez y juventud, como ahora TikTok marca la de nuestros hijos. No sé cómo sobreviven los chavales de ahora sin esa vacuna milagrosa, que te ponía directamente el médico del colegio o el bedel si no había médico.

Volviendo al gin tonic, aquella era la época en que si pedías uno, te ponían cuatro dedos de Larios en un vaso de tubo, cinco si eras amigo del camarero, y te daban una tónica Finley que había que quitarle el polvo a la botella antes de servírtela, porque entonces, ni dios se pedía un gin tonic. Los hombres con mostacho de los ochenta y noventa tiraban de pacharán, de coñac o de ponche Caballero.

Pero en el caso de pedírtelo, el camarero lo tenía claro. Ginebra con tónica, y un par de hielos. Así de sencillo y así de eficaz. Ahora, para pedir un gin tonic, antes hay que estudiar la carrera de agrónomos, o al menos, haber hecho un curso rápido de especias y vegetales. Además de saber que existen multitud de marcas de ginebra, y algunas de ellas son Premium, que si lo que quieres es tomarte una simple copa te puede costar un ojo de la cara y joderte el presupuesto del mes sin saber cómo ni por qué.  Y todo por el postureo de querer aparentar ante tus acompañantes que sabes de ginebras cuando en realidad para ti un Bull Dog es el perro ese horrible de toda la vida.

Pero lo peor de todo, la experiencia más surrealista que he experimentado desde que el chiquilicuatre nos representó en Eurovisión me ocurrió anoche, cuando un amigo al que hasta ayer consideraba un hombre cabal, se pidió un gin tonic con ginebra 0,0. Yo, la verdad, no me percaté del asunto, hasta que él mismo lo comentó. Atónito, me quedé.

Señores y señoras, no se me ofenda alguien; un gin tonic de ginebra 0,0 es una aberración, algo ilusorio como una comunión laica. Sencillamente, no es una comunión. Llámenla fiesta, puesta de largo o como les venga en gana. Pues un gin tonic de ginebra 0,0 no es un gin tonic, simplemente porque no lleva ginebra. Llámenlo como quieran, o mejor no lo llamen, que se quede lejos, en el limbo de las cosas que nunca debieron existir, junto a los discos de Leticia Sabater, Paco Porras o el Fiat Múltipla.

Estamos llegando a un punto de aberración en el que los veganos imitan a la carne, para no comer carne, la cerveza es sin alcohol y la ginebra, 0,0. ¿Qué será lo próximo? ¿Peluquerías para calvos? Miren ustedes, las cosas por su nombre, por favor.

Quizá está llegando el fin de la civilización tal como la conocemos, por eso, tíos con bigote y todos sus atributos pueden decir que son mujeres y quitarles la plaza en una oposición, o la medalla en una competición, a mujeres de verdad, nacidas con útero. Por eso, un negro de toda la vida, o un moro, ahora es una persona racializada, como si los blancos occidentales no fuésemos una raza. Por eso, ahora un obrero de toda la vida no puede decirle “ojos negros tienes” a una mujer por temor a que le denuncie o lo saque en Instagram, para ponerle como chupa de dómine.

Queridos lectores, amigos todos; Yo quiero un mundo en el que a Roberto Alfonso Farrell, cantante de Boney M, se le llame como toda la vida, “el negro de Boniem”, como decía el otro día mi apreciado @harryelsocio,  y nadie se eche las manos a la cabeza, porque, sencillamente, es lo que se le ha llamado siempre, y es lo que es.

Con tanto buenismo, tanta corrección política y tanta gilipollez, el mundo se ha vuelto más gris, más dictatorial y mucho más aburrido, y acabaremos comprando, nuevamente, mierda enlata y diciendo que es paté. Así que, no quisiera concluir sin dejar claro, por si no lo estaba ya, que yo conduzco un coche de gasolina y pienso seguir haciéndolo. Me como los chuletones que me sangran en la boca, con un buen Ribera del Duero y, por supuesto, no pienso beberme una ginebra 0,0 en mi puñetera vida, a no ser que me paguen por ello un buen dinero, como a Paco León, en cuyo caso, como Pedro Sánchez, puedo cambiar de opinión.

Y la agenda 2030, por supuesto, se la pueden meter por el orto, con muchísimo cuidado. Y vaselina.

Odio el siglo XXI.

@elvillano1970