Usualmente, el gobierno nos oculta la información sobre el país. Prefiere siempre versionar la realidad nacional a través de un relato acomodaticio, a veces con visos de fantasía, siempre aderezado con una buena dosis de épica. Un relato a partir de la fotografía de una sociedad que no es la que uno siente, de la que uno tiene constancia. En fin, ya se sabe, el apego a la verdad no es una de sus cualidades. Su falsificación de la realidad, más que demagogia es dignificada como estrategia, herramienta de gestión mediante la que se descartan las circunstancias que empañan su modo de conducir al país.
En suma, el gobierno no nos informa, sino que pareciera, más bien, que elabora conjeturas con base en sus convicciones e intereses políticos, lo cual determina que, durante estos días de coronavirus, la información oficial sea escuchada con escepticismo, por decir lo menos. Siempre hay un manto de sospecha. Es que nos hemos acostumbrado a estar siempre moscas. Casi nunca sabemos en dónde se encuentra la verdad.
Habla la Academia
Actualmente se está llevando a cabo en diversas instituciones y distintos países investigaciones –en no pocos casos de manera abierta y colaborativa – que tienen lugar en tiempo real, vale decir, al instante en que se están produciendo los acontecimientos. Todavía se ignoran muchas cosas del coronavirus, hacen falta datos, no hay estudios concluyentes y no se cuenta aún con la vacuna.
En Venezuela, hace una semana, la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales presentó un análisis del “Estado actual de la epidemia de la COVID-19 en Venezuela y sus posibles trayectorias bajo varios escenarios”. Se trata de un informe que recoge el conocimiento y las experiencias de diversos investigadores en el área biológica y epidemiológica y en el que, además de un diagnóstico de la situación de la pandemia en el país, pronostica su posible evolución y sugiere un conjunto de medidas para fundamentar políticas orientadas a lidiar con un escenario que, según estiman, marca una tendencia a empeorar.
Resulta importante advertir que dicho estudio fue entregado a los organismos gubernamentales correspondientes, antes de ser mostrado a la opinión pública
Habla el gobierno
No debe causar sorpresa la reacción oficial. A su inclinación a crear una “realidad paralela”, como dije al comienzo de estas líneas, hay que añadir su actitud hostil (no creo exagerar) frente al sector académico, lo que ha traído como consecuencia que las capacidades tecnocientíficas del país se hayan venido muy a menos todos los sectores y áreas.
Por tanto, la respuesta del gobierno no asombra. En efecto, en vez de convocar a un encuentro con los investigadores para examinar el documento y concluir en lo que sería aconsejable realizar, lo descalificó a priori, dudando de sus datos y atribuyéndole una mala intención política (?) e, incluso, dicho sea de paso, pero no tan de paso, amenazando a los investigadores con una visita policial.
Matar al mensajero
El gobierno optó por descalificar a quienes le traían la noticia. Prefirió, así pues, matar al mensajero, como suele decirse. Sin ser psicólogo, Perogrullo indicaría, a lo mejor copiándose de Freud, que escogió la manera más absurda de enfrentar (¿borrar?) hechos que le resultan intolerables frente al relato que cuenta lo bien que está manejando la situación.
A uno no le queda, entonces, sino rogarle al cielo para que los investigadores de la Academia estén equivocados y no ocurra lo que científicamente alertan que podría pasar, que, por cierto, es lo que, con sus particularidades, está ocurriendo alrededor del planeta, en sociedades menos frágiles que la nuestra desde el punto de vista de su sistema sanitario.
Afirman algunos filósofos que la COVID-19 ha reactivado el sentimiento religioso. Esperemos, pues, la posibilidad de un milagro que nos saque de una posible tragedia.