De la misma manera que es incuestionable que el cambio climático provoca enormes riesgos económicos y financieros, también debería ser innegable que los bancos centrales pueden y deben desempeñar un rol a la hora de abordar esta causa madre de todas las fallas de mercado. Los bancos centrales en Estados Unidos y Europa están ajustando el crédito para recuperar el control de la inflación. También deberían utilizar sus herramientas de supervisión y política monetaria para catalizar e incentivar la transición hacia una economía neutra en carbono. La inacción no es una opción, aun si la mayoría de los bancos centrales no han incorporado oficialmente la gestión del riesgo climático en sus mandatos.
La mayoría de los bancos centrales ya aceptan que tendrán que ayudar a afrontar la transición hacia emisiones de carbono cero netas. Según las nuevas normas de información creadas por el Banco de Inglaterra (BOE) –a través de la Autoridad de Regulación Prudencial-, más de 1.300 de las empresas e instituciones financieras más grandes registradas en el Reino Unido ahora deben divulgar “información financiera relacionada con el clima”. De la misma manera, el Banco Central Europeo alienta las divulgaciones relacionadas con el clima al anunciar que aceptará como garantía sólo activos que cumplan con su próxima Directiva de Informes de Sostenibilidad Corporativa.
Inclusive la Reserva Federal de Estados Unidos –uno de los últimos bancos centrales importantes en sumarse a la Red de Bancos Centrales y Supervisores para la Ecologización del Sistema Financiero- ahora admite que debe desempeñar un papel de supervisión y mitigación del riesgo en lo que concierne al cambio climático. El año pasado, estableció el Comité Climático de Supervisión para evaluar la disposición microprudencial de las instituciones financieras basadas en Estados Unidos, así como el Comité Climático de Estabilidad Financiera para evaluar los riesgos macroprudenciales del cambio climático.
Pero los bancos centrales deberían ir más allá. En lugar de apenas afrontar la transición verde, deberían impulsarla creando incentivos para el sector privado. En mayo, el BOE dio a conocer los resultados de pruebas de resistencia climática que demuestran que los bancos con sede en el Reino Unido podrían incurrir en pérdidas por 225.000 millones de libras (265.000 millones de dólares) en 2050, y que las aseguradoras enfrentan una caída del 15% en los valores de los activos (en el peor escenario). Y en sus pruebas de resistencia climática inaugurales, el BCE informó en julio que los bancos de la eurozona podrían experimentar pérdidas por 70.000 millones de euros (70.000 millones de dólares) en el caso de una transición desordenada hacia una economía de menores emisiones de carbono.
En verdad, estos resultados subestiman significativamente los riesgos planteados por el cambio climático, porque sólo algunas carteras específicas se sometieron a pruebas de resistencia, y las crisis que se modelaron no tomaban en cuenta crisis económicas más amplias. Asimismo, estos conjuntos de pruebas todavía no se han utilizado para influir en los requerimientos de capital. Pero es probable que esto cambie en el futuro, y cuando así suceda, los bancos estarán más motivados para alinear sus carteras con los objetivos climáticos globales.
Mientras que la Fed está recién en las “primeras etapas” a la hora de considerar las pruebas de resistencia climática, como señaló el presidente Jerome Powell ante la Comisión de Servicios Financieros de la Cámara el año pasado, el BOE y el BCE están avanzando también en otros sentidos. Para enverdecer su balance, el BOE ha comenzado a inclinar sus compras de bonos corporativos hacia empresas con registros ambientales más sólidos, con el objetivo de reducir la intensidad de carbono de su cartera de bonos corporativos en 25% para 2025. Y el BCE recientemente anunció un plan similar para descarbonizar sus tenencias de bonos corporativos, que se aplicará a partir de octubre.
Cuando los bancos centrales anuncian que están comprando ciertos activos, el apetito por esos activos aumenta y los costos de endeudamiento de sus emisores caen. El BOE y el BCE por lo tanto están aliviando las condiciones de financiamiento para las empresas más verdes justo cuando la energía una vez más se perfiló como un motor clave de la inflación. Si bien los bancos centrales no pueden bajar los costos de la energía, sí pueden ayudar a reducir la dependencia del sector privado de los combustibles fósiles. Si se lo hace de la manera correcta, esto también favorecerá sus mandatos de estabilidad de precios. Enverdecer la economía enteramente a través de precios del carbono o regulación incluiría el costo del carbono en los precios, causando una aceleración de la inflación. Pero al subsidiar alternativas más limpias para la energía sucia, los bancos centrales pueden contener la inflación y, al mismo tiempo, impulsar el crecimiento.
Una manera de hacerlo es usando tasas de interés duales para incentivar el préstamo verde del sector privado. Tanto el BOE como el BCE ya han explorado esta opción en respuesta a la pandemia. El BOE ha vuelto a implementar el Programa de Financiamiento para Préstamos destinado a sustentar la economía del Reino Unido, y el BCE está utilizando sus operaciones específicas de refinanciamiento a más largo plazo para el mismo fin. Pero en lugar de simplemente centrarse en los préstamos de los bancos centrales al sector privado, estos programas deberían ser utilizados para darles a los bancos tasas (negativas) preferenciales si direccionan los fondos hacia inversiones verdes.
Si bien la Fed nunca ha utilizado tasas de interés duales, la ingeniería para hacerlo ya está en funcionamiento. Podría simplemente fijar su tasa de descuento (lo que les cobra a los bancos por préstamos directos) por debajo de la tasa de fondos federales (lo que los bancos se cobran entre sí para prestar excedentes de reservas de un día para otro) y luego ofrecerles a los bancos la tasa de descuento si utilizan los fondos para préstamos verdes.
Obviamente, estas propuestas plantean cuestiones políticas. Las autoridades electas no quieren que banqueros centrales no electos tomen decisiones sobre cómo asignar recursos en la economía. La mayoría de los banqueros centrales tampoco quieren esa responsabilidad, porque saben que podría terminar amenazando su independencia. Pero aún si las tasas de interés duales no son una respuesta ideal para el cambio climático, pueden ser la única factible. Si los políticos fueran capaces de movilizar capital privado para la transición verde, a esta altura ya lo habrían hecho.
Al presionar a los bancos para que incorporen el cambio climático en sus modelos de riesgo, realizando pruebas de resistencia climática para mejorar los ratios de capital, reduciendo los costos de endeudamiento para las empresas verdes y utilizando tasas de interés duales para subsidiar las inversiones verdes, los bancos centrales pueden lograr que la economía y el sistema financiero sean más resilientes.
El alza de los precios de la energía este año ha demostrado de qué manera nuestra dependencia de los combustibles fósiles puede minar la estabilidad de precios en el corto plazo. De cara al mediano y largo plazo, deberíamos reconocer que la transición verde también será inflacionaria si se la ejecuta principalmente a través de precios del carbono y regulación. Los bancos centrales deberían utilizar las herramientas a su disposición para influir en la demanda y la fijación de precios de los activos verdes. Esto no implicaría una distracción de su mandato central de alcanzar una estabilidad de precios; en realidad, es crucial para su éxito.
Megan Greene, miembro sénior de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard, es miembro del Regenerative Crisis Response Committee (Comité de Respuesta Regenerativa ante una Crisis).
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