En la breve novela sobre la educación en la Alemania nazi: Juventud sin Dios (1937) de Odön von Horvath (1901-1938), un adolescente se pelea con otro que se burla de su costumbre de llevar un diario. Este le dice: “Son bobadas”, porque “escribir un diario es la expresión típica de la típica sobrevaloración del propio yo”. El que lo escribe ofrece un sencillo argumento: “Quiero tener un recuerdo para toda la vida”. Ambos dicen verdades: llevar un diario es una forma de conocernos y que ese conocimiento no se pierda con el olvido. Su valor para la historia es por tanto inmenso; porque nos permite identificar las angustias y alegrías, las motivaciones del accionar humano en un tiempo determinado sin sufrir la reelaboración de la remembranza. Y agrego una cuarta razón para llevarlo: es la forma más fácil de practicar el arte de la escritura.
En tres artículos anteriores he tratado este tema, en los dos primeros sobre los de Francisco de Miranda y Victoria de Stefano; y en el tercero –escrito en febrero de 2018– relato brevemente mi experiencia con mi diario personal, al comentar el diario de la sobreviviente del gueto de Lodz (Polonia) en los tiempos de la Shoá: Mary Berg. Esta costumbre la comencé entre los 15 y 16 años. He tenido mis altibajos aunque jamás los he dejado, y desde hace 10 años he asumido la tarea con gran disciplina y orden. Ahora, en 2020, llevo una libreta al salir a la calle para escribir algunos detalles del día y después desarrollarlos con más calma al redactar el diario. No quiero que se me escape nada importante. Pero algo falta en todo esto y es su comprensión. Un estudio más detallado de este género, el conocimiento de sus grandes autores y escribir mis ideas al respecto. El presente artículo es una primera aproximación.
Sobre el diario como autoconocimiento y en general sobre su relación con la psicología, es mucho lo que se ha escrito. Al respecto yo prefiero quedarme con las palabras de nuestra admirada Victoria de Stefano: “Es una suerte de densificación del alma desde el yo para mí. (…) es un proceso reflexivo signado por la necesidad de revisar, reformular, repensar los valores en crisis y dar el salto al segundo advenimiento: como un renacer de las cenizas”. Después agrega: “Lo que tienen de particular los diarios es que viven simultáneamente en el presente y en el pasado que guardamos en nuestra falible memoria” y sigue explicando que el autor se delata en lo que oculta (“7 de agosto de 1989”, en: 2016, Diarios 1988-1989, pp. 65-66).
En lo relativo a la memoria de nuestras propias vidas es maravilloso tener un diario. Desde que lo llevo me ha ayudado a enmendar errores, a identificar frecuencias de las cosas que hago e incluso recordarme cualquier actividad que creo que realicé pero que olvidé. Si nos preguntamos: ¿hice tal cosa? Allí está el diario con la respuesta. A veces sueño lo maravilloso que habría sido escribir el diario desde muy pequeño y de esa manera recordar momentos que marcaron mi personalidad y que hoy solo son una memoria algo difusa. Aunque ciertamente puede recordarnos cosas que debimos olvidar y es por ello que tiene un potencial para el rencor. Pero el mayor peligro es que alguna persona lo lea y nos juzgue por lo que pensamos de ella. Es por esto que siempre debería estar bien guardado, como lo debe estar también el alma.
Para el historiador el diario es otra de las fuentes primarias para comprender a las sociedades humanas en el tiempo. Es un importante testimonio de una época, y no dejo de pensar que su valor es mayor cuando se viven tiempos oscuros. Los ejemplos son abundantes y seguramente ahora el lector está pensando en el Diario de Ana Frank. Razón para que hoy en Venezuela muchos se animen a escribir. Y de esa manera tener la firme convicción de que la memoria de este horror que hoy padecemos (dictadura chavista que ha generado la mayor crisis humanitaria de nuestra historia) nos haga decir las mismas palabras que repite el pueblo judío (y todos los que han sufrido la violación sistemática de sus derechos humanos): “¡Nunca jamás!”.
La última razón –por ahora– que hemos señalado para llevar un diario es la del escritor. Y nadie mejor que la famosa novelista que llevaba un diario, Virginia Woolf, puede explicarlo. «Si me hubiera detenido a pensar, nunca lo habría escrito (…). La ventaja del método es que propaga accidentalmente divagaciones que habría excluido de haberme parado, pero que son diamantes en medio del basurero”.
El diario es un salvavidas para todo escritor o el que anhela serlo, porque su forma algo desordenada permite que –siguiendo a la Woolf– aparezcan ideas que son “diamantes”. Es un motor para la creatividad, pero también te mantiene escribiendo cuando no tienes inspiración o no posees la paz y disciplina necesaria que requiere la narrativa o el ensayo. Me recuerda cuando percibí por primera vez las ganas de escribir para emular de algún modo a las maravillas que leía, y al no tener inspiración para crear maravillosas historias me decidí llevar un diario y desde ese entonces no lo he abandonado. En palabras de Victoria de Stefano: “No podía caer en el vacío y la esterilidad, perder la disciplina, el oficio, frustrar las ganas de escribir, abandonar el juego”. Como podemos ver no son un género menor, así que no lo piense más.