OPINIÓN

¿Por qué la educación nunca ha sido un gran proyecto nacional?

por Isabel Pereira Pizani Isabel Pereira Pizani

Universidad Simón Bolívar

Esta pregunta ha sido culpable de muchas noches de insomnio, tratando de entender la razón o causa de la menguada importancia que le han concedido los gobiernos y la sociedad venezolana a la educación. Situación que adquiere en estos últimos veinte años unas dimensiones catastróficas. No solo la educación es irrelevante, sino que tratan de destruir lo mejor que existía y reemplazarlo por instituciones ideologizadas, carentes de afán formativo y educador, imbuidos por la criminal utopía de crear “un obediente hombre nuevo”.

En los días que vivimos la cuestión se torna aún más candente, el emblema más querido por todos los ciudadanos, sus universidades nacionales, enfrenta un proceso inmisericorde de destrucción. Condenadas a muerte por un socialismo culpable de la criminal osadía de sustituirlas por un aparataje engañoso como es la red paralela de la educación bolivariana. Una vil estafa para los jóvenes que ingresan a estos centros y salen sin saber que aprendieron y cómo van a enfrentar las responsabilidades que les endilga el mismo régimen que los empuja a entrar en estas instituciones como única opción.

Vuelven de nuevo las palabras de nuestro admirado profesor Enrique Planchart, quien nos ha sensibilizado profundamente en esta realidad, han recrudecido las heridas que llevamos internamente todos, egresados, profesores, estudiantes y trabajadores de nuestras casas de estudio. Su advertencia hay que repetirla porque está más vigente que nunca: “La universidad está amenazada; los valores de la universidad no parecen compartidos por quienes administran el Estado en estos tiempos; estos favorecen instituciones que no son universidades, son escuelas de formación para gente que sea capaz de realizar tareas puntuales que pueden parecer importantes en este momento, pero que no tienen ni tendrán la capacidad de seguir su autoformación, de desarrollarse y adaptarse a los cambios (en el mundo) que son indetenibles”

Hoy, 2021, el salario más alto de un profesor universitario de la mayor jerarquía es 11,14 dólares. En 20 años esta categoría docente ha tenido una perdida salarial de 2.444,98 dólares, según reporta ENCOVI. Es evidente que a los jerarcas de este régimen no les importa las casas de estudios, los docentes, alumnos, sus investigaciones, es un universo completamente ajeno y contrario a sus reales intereses. Muy pocos se han sentado en sus aulas, tampoco han participado en los movimientos de cambio y renovación nacidos en nuestras universidades.

Sin embargo, quizás uno de los datos más importante de la educación, formación y capacitación en nuestro país, es la inexistencia de un sistema de formación para el trabajo que garantice a todo joven venezolano la oportunidad de adquirir las capacidades necesarias para ingresar al mundo económico y desde allí comenzar a desarrollar sus potencialidades. En Venezuela los sectores de menores ingresos urgidos por trabajar no tienen ninguna opción para formarse, o quizás muy pocas como la que ofrece Fe y Alegría.

La educación venezolana se ha convertido en una ecuación trágica: universidades en ruina, sin escuelas técnicas, el antiguo INCE, otrora orgullo del país, convertido en centro de reeducación ideológica, las escuelas básicas enfrentando crisis de personal, servicios, equipamiento pedagógico y fallas infraestructurales. Alumnos con hambre, docentes compelidos a dejar sus labores educativas para tratar de solucionar los problemas básicos de sus familias, los alimentos, la salud, la seguridad personal.

Si buscamos explicaciones a esta crisis y a la escasa importancia de la educación, la primera que viene a nuestra mente se vincula a la noción de país rentista. En ese contexto la clave del progreso personal no está en las capacidades de las personas sino en sus habilidades y mañas para recibir su parte de la renta, llámense subsidios, bonos, beneficios provenientes de la corrupción. Una respuesta muy simplista porque borra la labor de las universidades venezolanas que contribuyeron a la creación de una clase media capacitada al primer nivel que nos llena de orgullo por sus logros en los países a los cuales han emigrado. Médicos, ingenieros, economistas, pedagogos, investigadores en diversas áreas que contribuyen con sus talentos al crecimiento de otros países.

Sin embargo, es obligante sincerar nuestra comprensión del tema. Aceptar que existe una tarea incumplida, un gran esfuerzo por realizar, la construcción en la base de nuestra pirámide educativa de un poderoso sistema de formación para el trabajo, que sea accesible a las inmensas masas, más de 80% de nuestros jóvenes, que deben ingresar temprano al mercado de trabajo.

Es cierto que el espejismo rentista palideció la importancia de la educación, es menester reconocer que nunca ha existido una real y profunda cruzada a su favor, más allá del gran esfuerzo de Acción Democrática y del maestro Luis Beltrán Prieto. Toca ver reaparecer a Juan Bimba, imagen emblemática de AD no con un bollo de pan bajo el brazo, sino con un libro, símbolo de que hemos comprendido que para asegurar el pan hay que estudiar, capacitarse, aprender. El reto inmediato seria trascender el rentismo por una nueva ética del trabajo, revalorizar nuestras universidades, dignificar la profesión docente al más alto nivel e invertir en la adquisición de capacidades como un gran proyecto de todos los venezolanos, que equilibre nuestra sociedad y permita a la gran mayoría realizar “su proyecto de vida”. Solo se trata de poner manos a la obra.