El domingo pasado el presidente derechista de Brasil, Jair Bolsonaro, obtuvo en la primera vuelta de las elecciones una votación más alta de la prevista por las encuestas, alcanzando 43,34% de los votos frente al 48,4% de su principal adversario, el izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva. Esta votación que superó los pronósticos, junto a las victorias importantes de la derecha en el Congreso y las gobernaciones, propulsó una narrativa en los medios que casi pintó a Bolsonaro como el triunfador, a pesar de que Lula le ganó por cinco puntos.
Pero lo que está pasando en Brasil es más interesante que la subestimación del voto conservador. En América Latina —y el resto del mundo— los presidentes rara vez pierden la reelección. Desde 1980, casi 30 presidentes se han lanzado a la reelección y solo tres han perdido. A esta vieja dinámica se ha superpuesto una nueva: el voto castigo. En los últimos años millones de latinoamericanos han votado en contra de los políticos y partidos que están el poder. Hay una ola de descontento, exacerbada por la pandemia, que ha provocado una rebelión exitosa contra el status quo. En las elecciones brasileñas se está viendo el choque entre estas dos fuerzas antagónicas.
En los medios se ha puesto de moda hablar de una «oleada izquierdista». La razón es entendible: en el último año la izquierda ha ascendido al poder en Colombia, Perú y Chile. Si Lula gana las elecciones en Brasil, la izquierda gobernaría las seis economías más grandes de América Latina.
Pero hay otra tendencia más importante que ayuda a entender mejor qué está pasando en la región. A partir del fin de la bonanza económica de la primera década de este siglo, las economías de América Latina se estancaron. Entre 2011 y 2021, por ejemplo, la economía brasileña creció anualmente 0,15% en promedio. Este estancamiento generó poco a poco un descontento que saltó a la vista en 2019, cuando estallaron protestas en varios países.
Un año después la pandemia, que provocó la peor recesión regional en dos siglos, agravó todos los problemas que causaron las protestas. Y desde entonces hemos visto la consecuencia política de este golpe casi letal a economías que ya venían mal: un amplio rechazo a los partidos gobernantes. En la región, si excluimos a los países no democráticos, los políticos y partidos que están en el poder han perdido las últimas catorce elecciones. (En estas catorce elecciones solo un presidente, el argentino Mauricio Macri, compitió por la reelección).
Por eso algunos llevamos tiempo diciendo que en América Latina hay una rebelión contra el status quo. La gente no está votando por la izquierda sino en contra de las fuerzas que están en el poder y eso ha beneficiado a la izquierda en varios países donde gobernaba la derecha. Quien todavía tenga dudas sobre esta tesis solo tiene que ver la rapidez con que ha colapsado la popularidad de los presidentes de izquierda de Chile y Perú, Gabriel Boric y Pedro Castillo. Más que una oleada izquierdista, estamos viendo una oleada de descontento. Y ese descontento se puede llevar a cualquiera por delante, sea de izquierda o derecha.
¿Será Jair Bolsonaro la próxima víctima de esta rebelión contra el status quo? Para la mayoría de los analistas Lula sigue siendo el favorito, pero el derechista todavía tiene chance de ganar por la razón ya mencionada al comienzo: los presidentes que compiten por la reelección casi nunca pierden. Apartando el Caribe y Centroamérica, solo un presidente, Mauricio Macri en 2019, ha perdido en los últimos cuarenta años. Esta simple estadística pesa tanto como las catorce elecciones consecutivas que, en los últimos años, ha ganado la oposición en diferentes países de la región.
De hecho, Bolsonaro ha demostrado este año por qué es tan difícil derrotar a un presidente en ejercicio. A finales de 2021 el derechista impulsó en el Congreso una enmienda a la Constitución que le permitió, este año electoral, aumentar significativamente el gasto público para financiar un programa de subsidios a los más pobres. La enmienda también habilitó al Ejecutivo a rebasar el techo del gasto fijado por ley. Según el diario digital brasileño Poder 360, el gobierno gastó en la primera ronda más de 23.000 millones de dólares en beneficios no previstos en el presupuesto. En la segunda ronda podrían gastar unos 1.000 millones adicionales.
No importa cuán hostil sea el clima regional para los partidos que están en el poder, las ventajas que tienen los presidentes para hacerse reelegir siguen siendo muy grandes y bajo ninguna circunstancia se pueden subestimar.
El 30 de octubre, día que se celebra la segunda vuelta, veremos si estas ventajas son suficientes para contener esa ola de descontento que no solo estamos viendo en Brasil, también en el resto de América Latina.
@alejandrotarre
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