Por la vía del hecho vemos en este momento en Venezuela una división del poder. Un ejercicio de la autoridad segmentado en cuatro toletes que pueden distribuirse en sus proporciones según y como la visión del analista o de cualquier científico social la reparta en sus apreciaciones. A la manera de una mesa cuya superficie está ilustrada entre Castillete y Punta Playa, Isla de Aves y las cataratas de Huá, las patas que sostienen el país en este momento se distribuyen entre Nicolás Maduro, Vladimir Padrino, Edmundo González y María Corina Machado.
En primer lugar está la formalidad de este. El desarrollo a partir de acá no significa en modo alguno un orden de precedencia, el establecimiento de los niveles e intensidades del poder y menos a la manera de un gabinete del estado mayor la comparación entre las asignaciones del poder entre los aludidos. Es simplemente una lista sin el orden ni el concierto para señalar que este es más o aquel es menos. Entonces, dejando de lado la emocionalidad coyuntural, la formalidad y la exteriorización del poder post 28J se mantiene aún en Nicolás Maduro. Despacha desde el palacio de Miraflores, sigue administrando la Hacienda Pública Nacional, dirige las relaciones exteriores del país, puede dictar decretos con fuerza de ley, comanda en el nivel de la jefatura a la FAN, entre otras atribuciones establecidas por la Constitución Nacional. Es el mismo que asaltó el poder el domingo de las elecciones presidenciales, en comandita con la FAN encabezada por Vladimir Padrino. Los gobiernos del mundo para comunicarse y entenderse oficialmente con Venezuela llaman a Nicolás Maduro. Esa es una realidad de poder en la primera pata.
Después está el que se desprende de imponer la coerción. La sanción y la corrección que reposa en la fuerza de las armas y en el castigo después que se aprieta el disparador. Con toda la distribución en los cuatro puntos cardinales de la geografía nacional, señalados y distribuidos en los más alejados rincones de Venezuela con una línea de mando desplegada en la pared de cada cuartel, presidida por Nicolás Maduro y después inmediatamente, el general en jefe Vladimir Padrino como ministro de la Defensa. Desde esa base de protección fronteriza ubicada en Parima B en las cercanías del nacimiento del río Orinoco hasta Fuerte Tiuna en la capital política, ese poder es el de las armas. El poder de combate. Las bocas de fuego. Los militares siempre van a estar de primer chicharrón en cualquier desenlace político en Venezuela. En esta coyuntura para ponerle nombres y apellidos a esa expresión, todo recae en el general en jefe Vladimir Padrino. Esa es la segunda pata de la mesa y es otra realidad de poder con atribuciones de punición social.
Luego sigue el poder surgido de la legitimidad y el posicionamiento expresado en las elecciones del pasado 28 de julio cuyos resultados fueron desconocidos con el fraude de esa noche y el golpe de Estado consumado en la componenda de los poderes públicos (CNE, TSJ, AN) y el apoyo en la punta de las bayonetas y los fusiles AK-47 de la FAN. Esa autoridad está ungida soberanamente en la persona de Edmundo González Urrutia. Está allí y tiene el respaldo de millones de venezolanos que se expresaron en el ejercicio de la soberanía popular y al tenor del artículo 5 de la carta magna y también con el apoyo internacional. Es un poder legítimo y sin ejercicio, para la tercera pata de la mesa.
Se cierra el equilibrio con la autoridad a través de las referencias. El desempeño a través de las cualidades y el carisma que se abre entre sus seguidores con espacios de lealtad, de atracción a través de la distinción, de la originalidad, de sus habilidades y de la personalidad. Es el caso de María Corina Machado que se ha ganado a pulso su posición de poder ante los venezolanos y ha atesorado una enorme capacidad de influir ante los millones de sus seguidores. Ese es un poder capitalizado a través de las narrativas, de las reseñas y de las épicas visualizadas a través de las redes y las tecnologías de información de comunicaciones en tiempo real. De realidades. MCM es Antonio Conselheiro de la novela de Mario Vargas Llosa La guerra del fin del mundo que construyó un ejército de seguidores desde lo más profundo del cangaco brasileño y derrotó inicialmente a todas las unidades militares que se le enfrentaron desde el gobierno central. La cuarta pata de la mesa del poder en este momento en Venezuela. El poder de las referencias como en la fuerza popular y emocional que se proyectó desde Canudos en esa novela histórica.
Así está la situación política en Venezuela en este momento. Como ejercicio académico este desarrollo puede encajar, atraer y conectar. Es un diseño en frío, con todas las condiciones perfectas en el análisis y en el manejo de las variables disponibles que pueden incorporarse desde un laboratorio. Es como al decir de un coloquialismo del llano, es una melodía interpretada con guitarra. Pero, en la historia política de Venezuela los desarrollos se salen de los cauces de los resultados esperados en este tipo de eventos. El arte de lo posible calza perfectamente en el país. Es oportuna una contextualización histórica y otra de orden literaria.
El 17 de diciembre de 1908 el general Juan Vicente Gómez estaba en su cumpleaños número 51. En ese momento en que el general Cipriano Castro por sus dolencias con un riñón había salido del país desde el 24 de noviembre y había dejado en la presidencia de la república a su compadre, libre de sospechas en materia de traiciones, en esa Venezuela de la Revolución Liberal Restauradora muchos del entorno más estrecho de Castro y del mismo Gómez no apostaban que ese montañés iletrado, tosco, de comunicación por interjecciones y laconismos, se embarcara en una iniciativa de poder. Los escenarios no lo ilustraban en el relevo. Dos días después ocupó con sus hombres más leales todos los cuarteles más importantes de Caracas y se instaló en el poder durante 27 años. Entró en el poder aprovechando el momentum alineado con el tempo. Ese instante político y militar en el que están alineados los astros. Solo salió del poder por una vaina que no quieren hacer los dictadores. Morirse. Fue una derrota política de la urología como a su compadre. Aquel por un riñón y este por la uretra.
Antonio Conselheiro al final de ese gran movimiento anti republicano en el Brasil del siglo XIX fue cercado y derrotado por las tropas que habían sido enviadas a sofocar la rebelión y a apagar los chispazos de las arengas y los discursos del líder. El movimiento se extinguió esperando el momento para consolidar, viendo pasar ese segundo para tomar decisiones, ese minuto que se escurre en la lentitud de una orden que no llega, de una disposición que enmudece para cambiar el curso de los acontecimientos. De la historia. Del futuro.
Las mesas del poder político siempre son a una pata. El poder no se comparte. Mientras se pasa de cuatro patas a tres para sostener la superficie de la mesa, a dos y por último a una, la melodía empieza a sonar con bandola en tanto se haga lo pertinente, lo oportuno. En el momentum para aprovechar la secuencia exitosa de los eventos y con el tempo de la melodía que se está ejecutando para sincronizar las acciones, mantener la ventaja estratégica, adaptarse a las circunstancias y armonizar todo el ciclo de las decisiones. Nada de antes y menos después, como lo que hizo empíricamente y sin luces académicas el general Gómez en 1908 y lo que no hizo Antonio Conselheiro en la novela. En la historia y en la ficción fuera de las condiciones ideales del experimento el tiempo va a encargarse de ir fundiendo y simplificando hasta la unidad en el poder. Lo otro es por no poder.
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional