No está de más subrayar que este proceso que ha de terminar en las elecciones presidenciales de julio tiene un objetivo que debería estar sobre todo otro, salir de este infierno devastador que hemos vivido desde hace un cuarto de siglo y que amenaza deshacer lo que va quedando del país. Eso quiere decir, también, la vuelta a la democracia, cualquiera que sea su perfil ideológico. En democracia sin adjetivos se respira mejor o, a secas, se respira. La dictadura es asfixia material –miseria, destrucción, cárcel y tortura, migración millonaria, bestialidad…
Con lo que quiero señalar que igualmente va a ser necesario, además del deseo vehemente de respirar, la unidad de las fuerzas que pujan por el cambio. Lo cual, acepto, es lo que anda diciendo todo el mundo opositor, o casi. Lugar común entonces.
Pero creo que hay que agregar algo que no es tan común y es que en alguna medida somos diversos, valga decir, vemos la sociedad del mañana distinta e incluso muy distinta. Más si se cree, como parece, que hasta no debemos ser muy rudos, justicieros, con los supuestos derrotados. O como se dice, hay que negociar para evitar cataclismos, como el que podría propiciar mi general Padrino. Unidad, la mayor posible, y una mano tendida a los derrotados, no las dos, es demasiado. Al parecer hay que equilibrar justicia y diplomacia de transición. Hasta aquí no creo que haya demasiados peros.
El asunto al que quiero llegar es que si vamos a ir de la mano estos meses de calor es mejor que tratemos de no acentuar nuestras diferencias ideológicas, así las tengamos guardadas para los momentos decisivos ya en libertad. No me queda la menor duda que la mayoría del país es bastante apolítica, por inculta, por estos larguísimos años de “frentismo” –de olvido de las diferencias, para acabar con el monstruo–, de aborrecimiento o desconocimiento de los políticos opositores supuestos responsables de tantísimo fracaso…pero de todos modos en la medida que avancemos habrá que ir perfilando una perspectiva política específica. Y es conveniente que, en la medida de lo posible, no caigamos en extremismos que hagan que sectores, no sabemos de qué tamaño, vayan perdiendo interés en la conquista de la democracia. Hay unas fórmulas intermedias en el discurso económico-político que sirven bien para eso. Por ejemplo, a Carlos Andrés Pérez, muy popular por cierto, lo tumbaron en parte porque empezó a anunciar, solo a anunciar, objetivos de su naciente gobierno que había trocado a su partido de socialdemócrata a neoliberal duro y que a la gente, incluso a su gente, le parecieron, olieron, muy ajenas, contrarias a sus intereses. Si hubiese sabido que era su muerte, y no otra, quizás le hubiese puesto algunas bridas a su discurso, así los hechos terminaran por ser otros.
Yo supongo que el discurso dominante, en líderes y plebeyos, va a ser muy a la derecha, muy conservador. Pues en nombre de la unidad, y por la democracia, ese discurso prospectivo, ese programa de gobierno debe ser en lo posible unitario, es decir, exento de delirios ideológicos muy marcados, al menos retóricamente. A lo Milei para poner un ejemplo seguramente exagerado, dada la enfermedad mental del sujeto en cuestión. Aunque alguien dirá que ganó, pero yo afirmo que nosotros estamos mucho más dramáticamente adoloridos de estos muchos años, demasiados, y los argentinos habían probado el veneno peronista, pero también el derechista de Macri y no sabían para dónde coger y, al fin y al cabo, estaban en el purgatorio y no en el infierno como nosotros.
El diplomático, subrayo, González parece que podría ser el tipo para no andar delirando por ahí y mantener un buen tono ideológico unitario. Para llegar el mayor número juntos a la democracia, entendida en el más abstracto y formal sentido.