El establecimiento de partidos venezolanos –AD, Copei, el MAS- que constituyeran la columna vertebral de la democracia de Puntofijo ha sido devastado. No existe. A la catástrofe golpista, llevada a cabo por sectores de las fuerzas armadas bajo el mando de su última conspiración, la 13° después del 23 de enero de 1958, según la abogada, periodista e historiadora Thays Peñalver (La conspiración de los 12 golpes), con el concurso de los grupos y grupúsculos castro comunistas –el PCV, Bandera Roja, La Liga Socialista y otros sectores golpistas de la civilidad y de esos viejos partidos, particularmente del socialcristianismo–, así como personalidades del llamado mundo de la cultura –Uslar Pietri, Juan Liscano, gran parte del cuerpo académico y rectoral de la UCV, y otros, como el sacerdote jesuita Arturo Sosa Abascal, prepósito de la Orden de los Jesuitas–, ha sucedido el consumado descrédito de los partidos. Arrastrado por la vorágine de la estampida, el escenario político venezolano se vació de referentes político ideológicos. Y las universidades renunciaron a continuar el papel de crítica oficial del sistema.
Venía de mucho antes y era comidilla de opinadores y columnistas del quehacer político nacional, hechos a la tarea de derrumbar a Carlos Andrés Pérez y alfombrarle el ascenso a Miraflores a la cuadrilla de militares incultos y analfabetas de Hugo Chávez, escoltado por los golpistas de siempre, como el protervo José Vicente Rangel –ya fuera de la nómina- y los eternos aspirantes al poder, como Rafael Caldera y su cohorte de teniente coroneles. Era lo que la historiadora Mirtha Rivero llamó “la rebelión de los náufragos”.
El periodista, dramaturgo, pensador y hombre de teatro José Ignacio Cabrujas, de destacada presencia en RCTV, El Diario de Caracas y El Nacional, se referiría a ese universo político en los siguientes términos: “Los políticos han sido incapaces de expresar la realidad de su país. Vivimos en un mundo de políticos mediocres, de políticos ausentes de grandeza, de políticos que repiten y repiten ideas del siglo XVIII, del siglo XIX, junto con ideas contemporáneas”. La muerte le ahorró el castigo de tener que calarse la última camada, de Leopoldo López a Julio Borges y Juan Guaidó, que no repiten ideas de ningún siglo, porque no las tienen.
Era lógico y hasta natural que en un universo político de tanta mediocridad, “los políticos le tuvieran terror a las ideas”, los tuertos fueran coronados, los llamados intelectuales hicieran mutis y el populismo más ramplón y la barbarie intelectual más desatada se apoderaran del campo discursivo mediante la espada, los sables y los fusiles. A Venezuela le había vuelto a llegar el horror de la militarada. Cabrujas se sentía autorizado a decir, bajo los aplausos de la galería, que estos políticos de hoy – se refiere a los que controlaban el establecimiento en vida suya, de Ramos Allup a Eduardo Fernández y de Teodoro Petkoff a Claudio Fermín –“no respetan nada. No leen. Se la pasan intrigando, chismeando. Cuando Piñerúa y Lusinchi citan al Cid Campeador, mienten, no saben a quién están citando.” Por cortesía a sus viejos compañeros de ruta, calló lo que era de cajón: los marxistas venezolanos ni siquiera sabían que existían Los Fundamentos de la Crítica de la Economía Política, ni que allí estaban las bases programáticas de El Capital. Tampoco conocían a Labriola y a su discípulo Antonio Gramsci. No hablemos del marxismo europeo y alemán de los años veinte, George Lukács, Karl Korsch, Ernst Bloch. Muy posiblemente El Manifiesto Comunista era una de las obras más desconocidas por los “marxistas” venezolanos. El analfabetismo político de las izquierdas venezolanas abrumaba. Y como la derecha ha brillado por su ausencia, las obras de Hayeck, Von Misses y Thomas Hobbes han dormido placenteramente en los estantes de Cedice. ¿De dónde iban a sacar fuerzas e ideas para impedir el asalto a la razón de la barbarie, si esa razón la tenían Carlos Andrés Pérez y Simón Alberto Consalvi? ¿Y la justificación histórica del asalto la escondían los facinerosos de Fidel y Raúl Castro, bajo sus menguadas barbas?
Aún así: los instructores cubanos que preparaban a los asaltantes venezolanos en Punto Cero, Isla de Pinos, se asombraban por su alta preparación intelectual, extraordinaria comparada con la suya, que siguiendo el ejemplo de los Castro privilegiaba “los cojones” por sobre la inútil y vacua preparación intelectual de “La Ideología Alemana”. “La varita mágica de la revolución” – les explicaba el che Guevara a los asombrados militantes revolucionarios que se iban a santificar a la isla rumbera de la hoz y el martillo – “consiste en un cañón con una mira y un gatillo.” La barbarie chavista fue preparada por la barbarie castrista, que con voluntarismo ha suplantado a la inteligencia y con violencia ha desplazado a la imaginación. Marxismo más analfabeta que el castro madurista no existe en el mundo.
Ello explica que a pesar de vivir desde 1959 bajo la hegemonía de la Revolución cubana, América Latina no haya contribuido ni siquiera con un modesto ensayo al acopio del marxismo leninismo teórico. Encallado en la Teoría Crítica, la Escuela de Frankfurt y las divagaciones marcusianas. Salvo una inútil y fragmentaria “teoría de la dependencia”. El resultado final es Nicolás Maduro. El analfabetismo en el poder.
De allí la necesidad de olvidarse de las ideologías. Ni de izquierda, ni de derecha, ni de centro. Necesitamos un partido estrictamente instrumental, una organización libre de complejos intelectuales, capaz de dirigir la movilización que asalte Miraflores y expulse a los invasores castro comunistas. Un partido sin otro propósito que aplastar y barrer a la barbarie. Un Partido por la Democracia. Crearlo cuanto antes es nuestro imperativo categórico. Manos a la obra.