“Prefiero una locura que me entusiasme a una verdad que me abata “
(Christoph Martin Wieland).
Siempre he sido un firme partidario de evitar el sufrimiento, el propio como el ajeno, siempre y cuando sea posible. Es verdad que no siempre lo es, tanto en el sentido físico como en el psicológico, pero el sufrimiento vano no lleva a ninguna parte o, si lleva a algún lugar, es un lugar frio y oscuro.
Desafortunadamente hoy ha cundido el ejemplo, en cuerpo y alma, de la desafortunada Verónica Forqué, descanse en paz. Es el ejemplo vivo del clown, con todos los respetos, por favor. Aquel que, día a día, se pinta una sonrisa para conseguir la sonrisa ajena, aunque esté llorando por dentro, aunque su alma esté rota en mil pedazos.
Por uno de esos avatares del destino, muchos hemos tenido a Verónica en casa en las últimas semanas, como el personaje histriónico y, por qué no decirlo, un tanto desequilibrado que ha interpretado en MasterChef. Y digo interpretado con todas las consecuencias, dado que, según mi forma de ver la vida, todos interpretamos un papel en nuestra vida diaria. Es más, interpretamos muchos papeles, según el entorno y la circunstancia.
Esto es así, porque si nos mostrásemos siempre como realmente somos, como aquello que subyace en nuestra alma, en nuestra verdad, sería imposible mantener una convivencia válida. Es más, nos sería imposible aceptarnos a nosotros mismos, en muchos casos. Así que, en pro de la cordura, nos sometemos y nos amoldamos a interpretar el papel de aquel que, según el resto, debemos ser.
No hace mucho, un hombre sabio, al que admiro y quiero, me dijo, inopinadamente, en el transcurso de una conversación que “si todos nos dijésemos todo lo que pensamos unos de otros, no nos podríamos mirar a la cara“. Sabia reflexión, sin duda, pero no es menos cierto que extrapolable a uno mismo. Según mi criterio, si fuéramos capaces de reconocernos a nosotros mismos todas nuestras faltas, nuestros más oscuros pensamientos y nuestros más ocultos sentimientos, no seríamos capaces de mirarnos al espejo. Así, pues, la más burda de nuestras interpretaciones es la que hacemos ante nosotros mismos, con el fin, a veces casi imposible, de aceptarnos.
Por eso, cuando un alma se rompe, cuando ya no es capaz de someterse a la tensión necesaria para mantener el engaño, aparece la locura. Es cierto que esta puede expresarse de muchas formas, pero, casi siempre, provoca dolor, por el hecho de que, al caer el caparazón, aparece la verdad. Y en casos muy desafortunados como el de Verónica, el individuo sucumbe ante su propia realidad, no siendo capaz de soportar su verdad.
¿Es un acto de locura, de cobardía o de valentía? Imposible acertar. Lo que sí es cierto es que el que resiste, el que persiste, es valiente.
Yo siempre había pensado que cualquiera debería poder superar sus problemas sin ayuda, con resistencia y constancia, pero la edad y la experiencia me han demostrado que no hay que avergonzarse de pedir ayuda o, mejor dicho, de reconocer que la necesitas. Es cierto que esta ayuda, en lo que se refiere a salud mental, ya sea psicológica o química, no elimina tus problemas, pero puede ayudarte a pasar de la desesperación a la resignación y, créanme, mejor estar resignado que desesperado, sin duda. La desesperación te puede llevar por caminos que no tienen retorno y donde el arrepentimiento no es posible. Y si bien la resignación no es un estado deseable, puede ser una línea de salida para mejorar las cosas.
Decía Pablo Neruda que “hay un cierto placer en la locura, que solo el loco conoce “; quizá, la clave del éxito o de la felicidad, no sea tratar de evitar la locura, sino saber canalizarla. Indudablemente, locura y genialidad van de la mano, por lo que no renunciaré a mi locura, sino que haré de ella un instrumento, una herramienta de la que valerme cuando la cordura pierda todo su sentido.
“Y hoy no te sientes con humor, pero la gente pide más. Hoy tu sonrisa se escondió, te la tuviste que pintar“. (Mikel Erentxun).
Perdona nuestras ofensas.
@julioml1970
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