Se fue el mes de abril con muchas penas y la debida gloria a médicos, paramédicos, enfermeras y, en general, a los trabajadores del sector salud, fieles al oficio de salvar vidas —»¿Quién me ha robado el mes de abril?», cantaba Joaquín Sabina en surco memorable de un álbum con nombre de película, El hombre del traje gris (1988)—. Se nos fue este primer tramo de una primavera negra, cual el título de, a mi modesto ver y pobre entender, la mejor novela de Henry Miller; y en un país, el nuestro, de blancos, negros, indios y mestizos, siguen los rojos haciendo de las suyas y extreman el control social, dándole cada vez más vueltas a la tuerca del despotismo. Se nos fue abril y, afortunadamente, no hubo desfiles militares ni saludos a la bandera en memoria del cívico pronunciamiento del Jueves Santo de 1810; tampoco, alusiones más o menos cursis al esplendor natural de la estación, ni pavosos cantos a platónicos enamoramientos de muchachas en flor en noches estrelladas, ¡zape!
Pasó de largo abril y, en busca del tiempo perdido —el aislamiento invita a leer o releer a Proust—, no le hemos dado la debida importancia a la requisitoria de la justicia estadounidense contra el chofer del ómnibus bolivariano (colectivo diría un argentino) y su círculo íntimo. Y, dando las espaldas a los casi 400 presos políticos encerrados en las infames ergástulas del régimen, y olvidando que de un modo u otro somos todos vasallos de una narcodictadura, hay quienes no pueden ocultar las costuras del oportunismo y tienen el tupé —Camilo José Cela habría dicho “los cojones”— de proponer una cordial entente con el opresor —¡más oxígeno al nicochavismo!—, escudados en un supuesto interés supremo de la nación, y procuran convertir la emergencia en calva ocasión para enchufarse. En este punto, quizá convenga pisar el freno porque llegó mayo y aún no hay gasolina. A falta de combustible, tracción a sangre, animal o humana. Volverán a las calles las carretillas remolcadas a piemente o con el auxilio de bicicletas y triciclos, ¡échele pedal!, y los carretones tirados por bueyes, burros, mulas y algún caballo viejo y cansado a punto de agarrar sabana… Total, desde hace 21 años vivimos anclados en el pasado. ¡Ah!, pero ahora sí vamos a salir de abajo con el narco biónico Ten Million Dollar Man, Tareck el Aissami, encargado del mi(ni)sterio del petróleo y el broken bat y primo queridísimo Asdrúbal Chávez en la jefatura de Pdvsa.
Llegó mayo y entró en vigencia el misérrimo y acostumbrado ajuste salarial, que colocó el ingreso mínimo mensual en 2,10 dólares, una auténtica bofetada a los trabajadores en su día. Poco antes se había anunciado la regulación dolarizada de 27 productos básicos, la ocupación –porque quiero y puedo– del consorcio Coposa y la fiscalización las empresas. ¡Alegraos bachaqueros! Ante esta demencial reincidencia viene a cuento un aserto endosado indistintamente a Benjamin Franklin, Mark Twain y Albert Einstein —del verdadero autor nunca sabremos su nombre—: Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes. Y se pregunta uno si el zarcillo y su entorno tendrán noticias de Harún al-Rashid, el magnífico 5° califa abasí de Bagdad, personaje recurrente de las Mil y una noches o las Mil noches y una noche —Alf Layla wa-Layla—, a quien la leyenda atribuye el hábito de salir a escondidas de su palacio disfrazado de mercader y acompañado solamente de su visir, Giafar, y de Masrur, su portaespadas, a tomar el pulso de la ciudad y enterarse de primera mano de los problemas e inquietudes del común. Si los (des)gobernantes de facto emulasen al soberano oriental, posiblemente otro gallo cantase. Mas Maduro, Cabello, Padrino & Co. no tienen remedio, son chavistas, bolivarianos y castristas. Es muy fácil y de muy mala educación hablar sin oír al interlocutor y arengar a un pueblo invisible desde un estudio de televisión.
Se nos vino encima el quinto mes del año —no hay quinto malo, diría un taurómaco— y con él fiestas de cruces, orquídeas, madres y árboles. Acaso la nostalgia nos haga escuchar —alucinación acústica— el eco de orfeones escolares presuntamente informatizados (los escolares, no los orfeones), cantando “Al árbol debemos solícito amor”, mientras mamá pretende disfrutar de su día, haciendo caso omiso del subido te quiero mucho de su prole y el a tu salud, ¡hip!, de papá. Nos estamos adelantando: falta una semana para suspender la apoteosis maternal en razón del aislamiento social obligatorio. Y no se necesita ser muy zahorí a fin de augurar tal postergación. Pongamos los pies en tierra y la pluma en el presente, pues, hoy se celebra el Día Mundial de la Libertad de Prensa.
La conmemoración, instaurada en 1993 en sesión ad hoc de la Asamblea General de la ONU, a instancias de la Unesco, con la idea de “fomentar la libertad de prensa en el mundo al reconocer que una prensa libre, pluralista e independiente es un componente esencial de toda sociedad democrática”, coincide, caprichos del azar, con la evocación de un evento sideral. «El día de luna nueva del mes de Hiyar, el Sol se avergonzó y se ocultó durante el día, en presencia de Marte». Estas palabras, grabadas hace más de 3.000 años en una tableta de arcilla por algún escriba mesopotámico de estro creativo, aluden a un eclipse solar registrado en China un día como el de hoy, 3 de mayo, pero del año 1375 antes de Cristo. La circunstancial convergencia de ambas efemérides nos remite forzosamente al eclipse informativo derivado de la coerción madurista —“Las agresiones a periodistas y medios dificultan el ejercicio del periodismo en Venezuela. Esto es parte de una política de Estado que busca silenciar el derecho a la información y opinión”, puntualizó en un comunicado Edgar Cárdenas, secretario general del CNP—: páginas web censuradas, reporteros golpeados y fotógrafos despojados de sus cámaras y arrestados e injuriados sin motivos. No conforme con el deplorable acoso a la prensa independiente, el manganzón carmesí apela al expediente atroz de la descalificación y tilda de mercenarios a quienes cumplen con el deber de informar, y son justamente remunerados por ello. Nada nuevo. El charlatán sepultado en La Planicie, lugar donde se escondió y entregó enculillado después de fracasar la asonada e intento de magnicidio de 1992, sentenció en un inmamable Aló, presidente, colérico y al borde de un ataque de histeria, a propósito de un ácido “Zapatazo” concerniente a su quincallería verbal y mal amueblamiento cerebral, “seguramente le pagan por eso”, cual si fuese obligado trabajar de gratis. Zapata no escurrió el bulto y le ripostó: “¡Claro!, de eso vivo”.
Maduro no es Harún al-Rashid, ni Cabello, escobillado dado, su visir —a este rol se ajustaría mejor, dadas sus raíces sirio libanesas y conexiones con Hezbolá y el Estado Islámico, Tareck el Aissami—. Tampoco es Padrino, diván primordial, su portaespadas. El primero de los mencionados, de acuerdo con confesión propia (y a confesión de partes, ya se sabe) se olvida del coronavirus con maratones de teleseries producidas o distribuidas por la muy capitalista y norteamericana Netflix. Entonces, y para concluir ensayaremos responder a una interrogante colgada, a guisa de titular de una nota farandulera, en la edición electrónica de este periódico, en la cual se especula sobre la secuela de una exitosa serie española, aplaudida, comentada y recomendada por el reyecito escarlata. “¿Quién se sumará a la banda de ‘El Profesor’ en la quinta temporada de La casa de papel?”. La verdad, me importa un rábano el zigzagueo argumental del telecuento; me interesa y me divierte, sí, una conversación forjada en la fragua de la jodienda digital entre Nicolás Maduro y el actor Álvaro Morte (Sergio Marquina, “El Profesor”), donde aquel propone a este sumarse a su hueste con el mote de Cúcuta, “mi ciudad natal”, junto a Diosdado, Raúl Castro e Iris Valera —Furrial, Habana y San Cristóbal—, alegando en favor suyo la experticia adquirida y el éxito alcanzado en el saqueo continuado del tesoro público. Y hablando de saqueos, y en memoria del dicharachero y difunto presidente Luis Herrera Campins, ¡pónganse las alpargatas, porque lo que viene es joropo! ¡Ah!, se me olvidaba. Como ahora no circulan suplementos dominicales con pasatiempos, inserté en el texto un par de anagramas a ver si no pasan inadvertidos.
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