Al aparecer este artículo, faltarán solo cinco días para las elecciones presidenciales. La suerte está echada. De expresarse la voluntad popular en las urnas –con todo y que no votarán 4,5 millones de compatriotas que no los dejaron inscribirse en el extranjero, ni tampoco muchos otros por las trabas a la actualización del registro dentro del país–, no cabe la menor duda de que la oligarquía militar/civil que se apoderó del sector público venezolano será derrotada y por un amplio margen. Lamentablemente, convertida en partido-Estado, desvía los recursos de éste de sus fines legítimos para enfilarlos contra las aspiraciones de las mayorías. Y, fiel a su esencia fascista, desata una razzia represiva apresando arbitrariamente a más de 70 activistas democráticos durante las últimas semanas, cierra negocios y decomisa equipos de quienes prestan su apoyo a la campaña de Edmundo González Urrutia y María Corina Machado. Destruye caminos y tranca carreteras, corta la luz, destituye alcaldes, miente y engaña a través del control que tiene de los medios masivos de comunicación, e intimida, de las más variadas maneras, a los venezolanos que acuden a las movilizaciones opositoras.
Los chavo-maduristas han puesto al desnudo el contrasentido que implica su permanencia en el poder: el Estado del que se han adueñado, lejos de producir bienes públicos –su deber ser en todo país serio–, se dedica a producir males públicos: actuaciones que perjudican el bienestar de la población mayoritaria porque ésta no se pliega a sus arbitrios. Es el partido-Estado contra los venezolanos. Si algunos dudaban del desprecio que tienen por el sentir de sus compatriotas, la designación del peor candidato posible (Maduro) como su opción para las elecciones del 28J, lo disipa. Quien devastó al país, redujo la actividad económica a apenas la cuarta parte de cuando asumió el mando, destruyó los servicios públicos básicos, arruinó la educación y los servicios de salud, instrumentó el miedo como arma de control social y dividió a la familia venezolana al aventar a casi 8 millones al extranjero buscando una vida digna, ¡pretende hacernos creer ahora que merece que lo elijamos!
Vaciado de propuestas luego de 12 años de destrucción y vejamen, inventó una imagen para su campaña como candidato de la paz, garante de la tranquilidad. Como si tantos años de estar sometidos a la miseria y tener que subordinar todo a la sobrevivencia fuese paradigma de paz y concordia social. Una vez percatado que tan cínica construcción en absoluto mejoraba su negativo rating en las encuestas, Maduro volvió a sus prácticas de siempre, profiriendo amenazas y ofensas. Pero, metido en su burbuja ideológica y desconectado del sentir real del país, el “doble-habla” de su proclama totalitaria, una vez “enderezada”, no podía si no interpretarse como una denuncia contra sí mismo:
«El destino de Venezuela, en el siglo XXI, depende de nuestra victoria el 28 de julio. Si no quieren que Venezuela caiga en un baño de sangre, en una guerra civil fratricida, producto de los fascistas, garanticemos el más grande éxito, la más grande victoria de la historia electoral de nuestro pueblo…”
¿Quiénes son, en verdad, los fascistas de esta elucubración, Nicolás? ¿Quiénes tienen las armas para agredir a sus propios hermanos –“guerra fratricida”– y precipitar un baño de sangre? ¿A quiénes crees engañar? ¡Por supuesto que el destino de Venezuela se juega el 28 de julio! ¡Por eso el pueblo –el verdadero, no esa minoritaria ficción de fanáticos convocados para representar ese papel– está volcado a la calle en apoyo de Edmundo González Urrutia y María Corina Machado para asegurar “¡la más grande victoria de la historia electoral de nuestro pueblo”! Y esto significa su organización en miles de “comanditos” a lo largo y ancho del país y su disposición a prestar el apoyo necesario a los testigos de mesa y a estar vigilantes para impedir el escamoteo de su voluntad en las urnas.
Al remacharse de manera cada vez más contundente las preferencias de las mayorías por el cambio político, los representantes más conspicuos del fascismo nacional vocean su desesperación. Diosdado Cabello exclama: “Sabremos defender lo logrado” (¿?) –¿¡qué coño han logrado!?, ¿cómo lo habrán de defender?– y, desde Táchira, Freddy Bernal, repite el manido cuento de que hay que apoyar a Maduro para cerrarle el paso a la “ultraderecha”. Y uno se pregunta, si aquello de “ultraderecha” se identifica con el atraso, con el uso y abuso de la violencia en defensa de los privilegios de los poderosos, la represión y el cercenamiento de las libertades públicas, el acoso y aplastamiento de las universidades, del debate de las ideas y de la educación en general, el expolio abierto de los recursos del Estado y la negación de las conquistas ciudadanas -entre otros atropellos-, ¿quién, en la Venezuela de hoy, encarna esa “ultraderecha”? ¿Quién es aliado de la teocracia misógina de Irán, del despotismo retrógrado de trogloditas como Kim Jong-un, Miguel Díaz-Canel y Daniel Ortega, y del oligarca imperialista Vladimir Putin, empeñado en cogerse, al precio de miles de vidas y destrucción, territorio ucraniano?
Como ha quedado demostrado una y otra vez, la oligarquía militar / civil sólo concibe a la política como una guerra. El respeto a las reglas de juego democrático para legitimarse en la escena mundial, si lleva a desmontar los engranajes de usufructo discrecional de los recursos del poder (corrupción) construidos meticulosamente a través de los años como partido-Estado, no le interesa. Por eso su candidato es Maduro, el único capaz de conciliar políticamente a tan variopinta alianza de complicidades. Las preferencias del elector, según esta perspectiva, no cuentan. La maquinaria es lo que importa. Y así, obnubilados con sus clichés y contraposiciones maniqueas –“revolución contra la ultraderecha”—creen que podrán rebanar lo suficiente, con sus desafueros, la desventaja enorme que tiene ante Edmundo González Urrutia y así escamotear la voluntad popular. El miedo y la mentira descarada –“todas las encuestas dan a Maduro ganador”, declara el furibundo Jorge— son sus armas preferidas. En fin, la liturgia de tan curiosa “izquierda” que dicen encarnar, los conforta porque “la Historia (los) absolverá”.
Pero las cosas han cambiado y de manera radical. La burbuja ideológica que les sirvió tanto para engatusar a la población no resistió tanto atropello, injusticia y descarado abuso. La inmensa mayoría del pueblo venezolano siente ahora, no sólo que el cambio es necesario, sino que va a ocurrir porque es ella quien lo garantiza. Detrás de las campañas de María Corina Machado y de otros dirigentes democráticos, pueblo tras pueblo, recorriendo las ciudades, los venezolanos se han apoderado de su futuro. Se convencieron de que está en sus manos convertirlo realidad. Los viejos a quienes les escamotearon su derecho a una jubilación decorosa, digna, los jóvenes a quienes borraron todo futuro, la gran mayoría obligada a sobrevivir en la miseria y los padres, hermanos, hijos, que han sufrido la migración de familiares y amigos en busca de un mejor destino, “han dicho basta y han echado a andar”.
Se respira el cambio; y es contagioso. ¿Estará el fascismo madurista en condiciones de entender que el poder que enfrenta es superior al suyo, no porque tiene armas o ejerce la violencia, sino porque expresa un ansia incontenible de libertad, de superación y que sabe está en sus manos asegurarlo? La paz y la convivencia entre los venezolanos, la estabilidad y las seguridades para atraer y fomentar inversiones productivas, para asegurar empleos dignos, rescatar los servicios y para promover los emprendimientos que sacarán a Venezuela del foso, sólo es alcanzable sacando a Maduro y a sus cómplices.
Esa voluntad indetenible de cambio no sólo se afianza por tener los números y la organización capaz de neutralizar los intentos de escamoteo chavo-maduristas, sino por estar convencida de que habrá de restaurar La Política. No en la forma de una guerra, como entienden los fascistas, sino como una práctica democrática, de construir consensos en torno a la prosecución del bienestar de los venezolanos, en libertad, contrastando ideas y programas, creando derechos y deberes. Es lo que pauta la Constitución.
Que los jerarcas del régimen y la cúpula militar entiendan que, en la defensa entre todos de la Constitución, está su salvación política. Lo demás será, tarde o temprano, su suicidio.
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