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Políticos ¿o qué?

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La primera vez que incursioné en una actividad política no calzaba todavía los 13 años de edad. Recuerdo, como si fuera hoy, aquel mediodía en que estando parado en una esquina de la avenida Bolívar de mi pueblo natal, San Juan de Los Morros, en Venezuela, vi venir una manifestación con centenares de personas luciendo sombreros de cogollo, agitando banderas blancas y gritando una consigna resumida en estas frases: ¡Pipa sí, chiva no, pipa sí, chiva no! Con la temeridad inocente de un niño me entrometí en la marcha y fue días después que me entere que esas consignas vociferadas representaban el rechazo a las intromisiones de Fidel Castro en Venezuela y a la vez el respaldo de los campesinos a la figura del expresidente Rómulo Betancourt. Fidel Castro lucía una barba que lo distinguía y Betancourt andaba, siempre, con su cachimbo entre sus labios.

Desde entonces asumí la disciplina política con una gran pasión y hasta el día de hoy no he hecho otra cosa que ensayarla y practicarla, sabiendo que es “una ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas, especialmente de los Estados”. Siempre consciente de que lo que hagamos bien o mal, o lo que dejemos de hacer correctamente, terminará afectando a la sociedad y al país. La calidad de vida de los ciudadanos estará relacionada en esa ecuación causa-efecto por las acciones que asumamos en la vida política, bien sea para remediar los pequeños problemas estimados como simples detalles, hasta esas decisiones de mayor calado que desembocan en grandes trasformaciones económicas, sociales y políticas de un Estado.

El filósofo y escritor italiano Nicolás Maquiavelo, con su célebre obra política El príncipe, dejó para la posteridad unos conceptos que cada día cobran más vigencia y no dejan de ser un recetario para quienes pretendan asumir esta disciplina. Ese sabio político florentino se ganó el reconocimiento de “padre de la Ciencia Política Moderna”. Sus ideas siguen siendo una brújula para los que pretendan conquistar el poder y, sobre todo, conservarlo. Bien definidos quedaron en sus escritos los modelos de gobiernos monárquico, aristocrático y popular. Lamentablemente tenemos casos de políticos que apelan al maquiavelismo, desvirtuando su original significado, para poner en escena marrullerías, alianzas inconcebibles o modificar leyes según los intereses personales y grupales, sin importarles los principios constitucionales que atropellan con sus andanzas.

Mientras tanto, otro filósofo sentenciaba que “la política es el arte de gobernar a los hombres con su consentimiento”. Se trataba de Platón, quien se esmeró en argumentar porque era, según su criterio, el político el que poseía los conocimientos de ese difícil arte de gobernar, explicando que quien lo ejerza por la fuerza no está moldeando una verdadera ciencia política, sino que se reducirá a ser visto como un tirano. Es el caso de los hermanos Castro en Cuba, de Maduro en Venezuela o de Daniel Ortega en Nicaragua.

Para otro destacado filósofo, Aristóteles, “el fin de la política es el bien de la comunidad, y este es superior al bien del individuo”. Pues bien, tenemos muchos ejemplos de políticos que no tienen otro fin que no sea saciar sus ambiciones personales o remediar las necesidades de sus alabarderos partidistas, sin reparar el perjuicio causado a sus países y pueblos, derivado de sus prácticas mafiosas y sectarias. Para esos políticos demagogos y populistas “la finalidad de la ciudad ideal de Aristóteles de procurar la vida mejor a sus ciudadanos, hacer posible la prosperidad y la felicidad”, no se halla entre los postulados del socialismo del siglo XXII.

Sócrates filosofaba que “los valores que determinan la vida individual (virtud, verdad y sabiduría) también debían dar forma a la vida colectiva de la comunidad”. Cuando se comprueba el saqueo puesto en marcha por el chavomadurismo en Venezuela, es inevitable concluir que esa filosofía socrática tampoco fue tomada en cuenta por ellos, ni por Evo Morales, involucrado en actos de pedofilia en Bolivia, ni por los Kirchner en Argentina, acusados de cometer graves irregularidades administrativas.

Para Winston Churchill «algunos hombres cambian de partido por el bien de sus principios; otros cambian de principios por el bien de sus partidos». En la realidad actual hay políticos que cambian de posiciones según el tamaño de la mina que les regalen, cuyas ganancias no las comparten con sus respectivas toldas partidistas. Esa es la manera peripatética que usa el dictador Maduro en Venezuela para someter a uno que otro “asesor” político. Es doloroso escribir estas reflexiones en las que confirmamos que hay tránsfugas de la política que terminan desechando las advertencias churchilinas resumidas en su espectacular pensamiento: «Un hombre hace lo que debe, a pesar de las consecuencias personales, a pesar de los obstáculos, peligros y presiones, y eso es la base de la moral humana».

El mismo Winston Churchill decía que «la política es casi tan excitante como la guerra y casi igual de peligrosa. En la guerra solo te pueden matar una vez, pero en política muchas veces». Viendo el comportamiento nada ético de algunos políticos que cambian de opinión inducidos por las prebendas o canonjías que reciben al alquilar o vender sus principios, es lógico concluir que más que de un asesinato moral, estaríamos en presencia de un suicidio político.

Del expresidente español Felipe González escuché decir que “la mediocracia está produciendo políticos que se confunden con vendedores de electrodomésticos”. Comprendí que se refería el líder sevillano a esa hornada de dirigentes políticos catapultados, de la noche a la mañana, por los medios de comunicación, sin tener la formación indispensable para pensar, calibrar, digerir y practicar, ceñidos a los códigos del decoro o del honor, los conocimientos adquiridos en esas escuelas de formación política por las que hemos pasado muchos antes de saltar a la palestra pública.

El filósofo polaco Zygmunt Bauman apuntó en sus escritos que “todo es más fácil en la vida virtual, pero hemos perdido el arte de las relaciones sociales y la amistad”. Esa es una gran verdad que también nos lleva a concluir que otra de sus advertencias cobra gran realismo al ver a la generación de “ególatras e ignorantes” que emergen de las redes sociales, practicantes de la sociedad digital que se limitan a usar los selfis para mirarse a sí mismos y de indagar en Google lo que no quieren leer en los libros que desdeñan.

Para el ensayista Bauman las redes sociales terminan siendo una trampa que seduce a la gente con los encantos de sus servicios placenteros y advierte que «el diálogo real no es hablar con gente que piensa lo mismo que tú. Las redes sociales no enseñan a dialogar porque es tan fácil evitar la controversia”. Bauman veía como un peligro el encerramiento de los usuarios de las redes en sus zonas de confort y esa gente en vez de experimentar unidad se aíslan resignándose a escuchar solo el eco de sus propias voces.

Es momento de tener en cuenta esas consideraciones de Bauman, sobre todo aquellos políticos que supeditan sus contactos con la gente, que pretenden liderar, al canal de las redes sociales, olvidando que nada puede sustituir el roce humano, la cercanía y las sensaciones que solo se dan en ese mano a mano entre los seres humanos.

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