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Políticas públicas y corrupción

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Los Estados se sostienen por la confianza ciudadana, el monopolio de la violencia y el control social, ejercido por las normas que se aplican con la vigilancia de la justicia. Si nos fallan todas estas premisas, los regímenes se desploman en cuanto alguna fuerza cohesionada ejerce la presión suficiente. La corrupción obstaculiza el desarrollo económico y social y el funcionamiento eficaz de los Estados, porque dificulta o incluso impide las políticas públicas para todos los ciudadanos.

Los acontecimientos de Afganistán revelan, de forma descarnada, el fracaso de las políticas occidentales respecto a los regímenes orientales, tan lejanos con la cultura occidental y con los valores esenciales del sistema democrático. Las diferencias se extienden a la ideología, el sistema económico y las creencias religiosas. En un viaje que realicé a este país hace 11 años tuve ocasión de comprobar cómo incluso en las llamadas zonas seguras, la sensación era la de regresar a la Edad Media. La diferencia estribaba más en las armas que portaban los habitantes, todos hombres, que en los vestidos o casas que podían vislumbrarse entre medidas de seguridad extremas.

La distancia económica y social de estos países, de los que Afganistán no es más que una muestra, con los occidentales, incluso con los llamados de renta media tan presentes en Iberoamérica, es abismal, no tanto por su producto interno bruto como por su distribución de la riqueza.

Los más ricos conservan sobre la mayoría de la población una distancia inmensa, que ha disminuido escasamente en los últimos siglos y prácticamente nada desde la invasión por parte de las fuerzas occidentales. Hoy, este país está situado por su producto interno bruto en el número 115, pero el PIB per cápita en el número 185.

Socialmente la distancia no es menor, teniendo como elemento definidor el papel de la mujer, subordinado al de los hombres, que, aunque ha disminuido durante la ocupación occidental, como lo fue durante la ocupación soviética, continúa siendo de clara inferioridad. La imagen del burka es solo la manifestación plástica de una sumisión indeseada por parte de las mujeres que lamentablemente sufren la opresión y la exclusión social cotidianamente y en todos los aspectos de la vida. Ello supone la eliminación de 50% del talento necesario para avanzar en la senda del progreso. Lamentablemente parece que los avances pueden desaparecer completamente después del fracaso occidental.

La interpretación del islam por parte de los sunitas, mayoritarios frente a los chiitas en este territorio, más rigorista en su interpretación de la Sunna (hechos y dichos que se atribuyen a Mahoma) especialmente por la influencia wahabita, tiene como una de sus características esenciales la aplicación de la Sharía en términos exclusivos y la consideración de los no creyentes como adversarios o incluso enemigos. No parece casualidad que Osama bin Laden hiciera durante años de Afganistán su cuartel general.

Por cierto, este régimen rigorista, no tan especial respecto a otros donde se practican también costumbres que en Occidente calificamos de medievales, como Qatar o Arabia Saudí, ha mostrado sin embargo otras características cuyo conocimiento pueden explicar en parte el fracaso de la aventura occidental de los últimos veinte años.

La corrupción, denunciada por los organismos internacionales y por los analistas, incluso militares desde hace décadas, se ha extendido tras la desaparición del régimen talibán, ahora triunfante. Es tan fácil encontrar historias de corrupción como puestos de kebab. Todo parece estar a la venta: oficinas públicas, acceso a los servicios gubernamentales, incluso la libertad de una persona. (El País, enero 2009).

La proliferación de la corrupción durante el mandato occidental ha hecho señalar a algunos especialistas que alrededor de 90% de la ayuda occidental se perdía por los meandros de sobornos, pagos y donaciones espurios. La comparación con los ya existentes ha hecho añorar al régimen anterior. Para entender lo que vendrá ahora, habrá que acudir a los que nos puedan explicar cómo se han definido esta vez las lealtades entre individuos, clanes, tribus, fracturas interétnicas e influencias externas (entre otras del vecino Pakistán) (Pere Vilanova, 2021)

La intervención en Afganistán, cuyo régimen parece haber caído sin dispararse un solo tiro tras la ausencia del ejército occidental, indica también un aspecto de singular importancia que es la solidez de las instituciones. Si estas no son fuertes, tienen recursos y están servidas por profesionales competentes, se desmoronan con facilidad. Así sucedió en todas las revoluciones comenzando por la francesa de 1789. Así acaba de acontecer en Afganistán.

Una lección implacable de la historia es que una democracia no echa raíces en un país si antes no hay una administración fuerte (Víctor Lapuente,2021). Desde luego, no parece que la administración afgana estuviera formada por profesionales seleccionados por mérito y capacidad y con controles que atajaran los episodios de corrupción. Todos deseamos, tras la retirada occidental, lo mejor para el pueblo afgano, sumido en guerras desde hace siglos y con demasiada conexión con la amapola, pero las noticias y precedentes no son positivos.

 

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