OPINIÓN

Política y cultura en Buchenwald

por Juan Pedro Quiñonero Juan Pedro Quiñonero

En el campo de concentración de Buchenwald murieron más de 55.000 personas

Quizá sea imposible comprender plenamente la vida y la obra de Jorge Semprún (Madrid, 1923 – París, 2011), sin conocer las consecuencias íntimas, públicas y privadas, políticas y culturales, de su paso por el campo de concentración de Buchenwald, donde murieron unas 56.000 personas, entre las que había 11.000 judíos, víctimas de trabajos forzados, «experimentos médicos» y fusilamientos, entre 1937 y 1945.

Buchenwald tuvo una particularidad excepcional, bien conocida por los especialistas, que Nikolaus Wachsmann describe de este modo, en su obra clásica, KL: A History of the Nazi Concentration Camps (2015):

«En Buchenwald y otros campos de exterminio, los nazis entregaron la gestión administrativa de la »mano de obra« a capataces (kapos) comunistas: … en ocasiones, eso significaba salvar a un detenido [comunista] a costa de otros [que perdían la vida] [ .. ] los kapos comunistas protegían a sus camaradas [comunistas] contra las experiencias sobre otros seres humanos, falsificando las listas de los SS, sustituyéndolos por el nombre de otros detenidos [ .. ] los gestores de la mano de obras evitaban a sus camaradas [comunistas] el campo mortífero de Dora, y enviaban en su lugar a otros detenidos juzgados indeseables e inferiores».

En su día, «The American Historical Review» presentó el libro de Wachsmann de este modo: «Una contribución significativa para nuestra comprensión de la historia de principios del siglo XX». El punto central de esa obra es la relación entre nazis y comunistas en un campo de concentración emblemático para comprender el Terror nazi.

El trabajo concreto que realizaba Jorge Semprún, detenido y encarcelado por comunista, ha sido descrito por dos personalidades emblemáticas de la historia del pensamiento europeo, Stéphane Hessel y Robert Antelme, compañeros de infortunio en Buchenwald.

La madre de Hessel fue Helen Grund, inmortalizada por Jeanne Moreau, en una película legendaria de François Truffaut, Jules et Jim. En el París de los años veinte y treinta, Hessel fue amigo de Marcel Duchamp, Man Ray, Le Courbousier, Calder, Picasso, André Breton, Max Ernst. Diplomático, hizo una gran carrera, tras la Segunda guerra mundial, convertido en autoridad moral de varias generales. En sus memorias, Citoyen sans frontiéres, Conversations de Stéphane Hessel avec Jean-Michel Helvig (2008), describe de este modo el trabajo de Jorge Semprún como capataz (kapo) en Buchenwald:

«A partir de 1937, los comunistas asumieron la «gestión» del campo [ .. ] podíamos preguntarles qué podían hacer por nosotros, puesto que estábamos condenados. Nos respondieron que lo lamentaban, no podían hacer nada, reservaban su protección para sus militantes, como era el caso de Jorge Semprún, comunista español [ .. ] ¡Los comunistas eran formidablemente solidarios entre ellos..!».

Primer esposo de Marguerite Duras, Robert Antelme es autor de una obra de referencia clásica sobre la experiencia concentracionaria, L’Espèce humaine (1947), que Edgar Morin, el decano de los pensadores europeos de nuestro tiempo, viejo amigo y cómplice, presentó de este modo: «El libro de Antelme fue la primera y más grande de las reflexiones sobre la condición humana en los campos de concentración».

En 1950, Antelme y Semprún paseaban por la parisina rue de Medicis, a la altura de la librería de José Corti, uno de los grandes editores franceses del siglo XX, cuyo hijo también había muerto en Buchenwald. Antelme intentó dialogar sobre el comportamiento de los comunistas en el campo de concentración nazi. Semprún estimó que su amigo estaba traicionando la causa común y, un día más tarde, lo denunció por «revisionista» a la dirección del PCF, que lo expulsó inmediatamente. Antelme respondió con un texto que llamó «Memoria justificativa dirigida a la dirección del Partido Comunista Francés con motivo de mi exclusión».

En esa Memoria, Antelme confiesa haber compartido la fe mesiánica de quienes consideraban oportuno enviar a la muerte a los compañeros de campo, ya que los comunistas debían salvarse para construir un mundo mejor, pero confiesa a Semprún sus dudas sobre el comportamiento moral de los comunistas en el campo de concentración. Según Antelme, Semprún se apresuró a denunciar por «revisionistas», ante la dirección del PCF, a toda la célula comunista de Saint-Germain-des-Prés, que se reunía en la rue Saint-Benoît, a doscientos metros del Café de Flore.

La Memoria justificativa de Antelme terminó publicándose muchos años más tarde, en la revista «Lignes», en su número 33 del mes de marzo de 1998, relanzando un enfrentamiento muy penoso entre Semprún, su propia familia (hijo y hermanos) y sus viejos compañeros de viaje, Marquerite Duras, Edgar Morin, Dionys Mascolo, entre otros. Semprún salió al paso contando la historia a su manera. Pero muchos testigos le recordaron las denuncias de la Duras gritándole «¡traidor!» en el Boulevard Saint-Germain. «Le Monde» destacó a varias columnas un texto de Monique Antelme, viuda de Robert, titulado «Jorge Semprún no dice la verdad», que concluye con esta frase: «Los compañeros… ah, los compañeros del campo de concentración, sin los cuales él no hubiera podido sobrevivir..».

Entre la familia Semprún y Semprún Maura, el descubrimiento detallado del trabajo que realizaban los comunistas en Buchenwald, como kapos (capataces) de los nazis, gestores de la mano de obra concentracionaria, y las revelaciones de Hessel y Antelme desenterraron viejas tragedias íntimas.

Jaime Semprún, hijo de Jorge y la actriz Loleh Bellon, hacía años que se había alejado de su padre, pero terminó repudiándolo. Cuando le hablé de la historia, en la librería donde se distribuían sus libros, me cortó con un gesto de horror. Carlos Semprún, hermano menor, que había preferido firmar su obra añadiendo su segundo apellido, Maura, me contó esta historia: «Cuando detuvieron a Jorge, en 1942, mi padre [José María Semprún Gurrea], que había huido de España, con toda su familia, quiso que lo acompañase a ver al embajador de Franco en París, José Félix de Lequerica, viejo conocido. Lequerica pidió a mi padre un par de días para hablar con sus amigos nazis, en Berlín. Cuando volvimos a vernos, Lequerica le dijo a mi padre. »No debes preocuparte, José María, tu hijo está bien situado«.

Carlos contó el desgarro íntimo y familiar en varias ocasiones. Jorge, por el contrario, escribió mucho, pero nunca deseó contar por lo menudo su trabajo en Buchenwald, evocado de manera muy elíptica, en unos términos líricos, poéticos, ecuménicos, muy alejados del desgarro trágico de Robert Antelme y Stéphane Hessel, que publicaron sus testimonios, precisos y detallados, sin que Semprún se atreviese a responder a sus denuncias, evidentemente capitales, cuando podía hacerlo. La decisión nazi de entregar a los comunistas la gestión de la mano de obra concentracionaria, en Buchenwald y otros campos de concentración, es una cuestión trágica y capital para la historia política, cultural y espiritual de Europa. El silencio de Semprún cubre su vida y su obra con una bruma cenicienta de inquietante ambigüedad para la verdad, la justicia y la memoria de los Justos que murieron en aquel y otros campos de concentración.

Artículo publicado en el diario ABC de España