La gente que se desvive diariamente en su trajinar para ver cómo amanece para el siguiente día sabiendo que la inflación y la escasez de todo seguirán persiguiéndola como un espanto que no se apiada de nadie. Esta gente que no sabe de peripecias politiqueras, que siempre está ahí, dispuesta a salir a marchar o a firmar, según sea la invitación para votar o para avalar una consulta plebiscitaria. Esas familias que llevan el luto en el alma por haber perdido a un ser querido torturado y asesinado por la dictadura, no merecen este desafuero que desmerita aún más a la ya averiada dirigencia política del país.
Bien se sabe que la política es dinámica, que se producen sobresaltos e imprevistos, que nada está mineralizado, que las sorpresas te pueden asaltar en cualquier vuelo o giro de la vida, pero eso de jugarle sucio a un pueblo que ha confiado en sus líderes para que conduzcan este anhelo colectivo de liberar a Venezuela, la verdad es que es como demasiado.
En la política se dan desencuentros porque la realidad de hoy puede mutar para el día siguiente. Y si esa realidad deja de ser la de ayer también entonces las posturas, llámense estrategias o tácticas, necesariamente deben también modificarse. Eso lo debemos tener claro.
También en política es natural que se produzcan los debates, es más, diría que sin debates no se hace política. Las discusiones son parte de sus tuétanos. Un político debe estar presto a discutir, a someterse al escrutinio ajeno, y sobre todo de sus pares en la lucha que se empuja en cualquier trinchera y en cualquier circunstancia. Si no estás dispuesto a eso, entonces no eres político. Esa es la naturaleza de un político. Definir su verdad, defenderla ante los demás, estar anímicamente preparado para celebrar con mesura si su punto de vista es acatado o tolerado por los demás, pero también para admitir sin rencores cuando no goza de respaldo entre los otros.
Lo sé porque llevo años al lado de Antonio Ledezma, uno de esos políticos que han asumido esa disciplina con una gran pasión. Lo he visto triunfar sin perder el equilibrio y también haciendo esfuerzo por levantarse, una y otra vez, después de haber experimentado derrotas. Así es la política.
Lo he visto renunciar o posponer sus aspiraciones legítimas sin amargura. Lo he visto sumarse a la causa que otros lideran para incorporarse a luchar abrazando las ideas ajenas, siempre y cuando eso conduzca a que triunfe el país al que se debe.
Nunca lo he visto pactando con el enemigo de la democracia. Ha soportado estoicamente los más duros desafíos sin ceder un milímetro en sus valores y sin que ninguna fuerza lo haga ceder al extremo de pactar sus principios. Esa conducta recta es la que me hace admirar su temple y comprender cuando se aparta para que otros lleven en sus manos el testigo.
En esta hora tan dolorosa debe ser indispensable una mancomunidad de esfuerzos. Porque se pueden tener diferencias naturales entre los líderes, pero una cosa diferente es terminar en la acera de los dictadores cuando te pliegas a sus estrategias para contribuir a que sigan atormentando a los venezolanos.
Es hora de grandeza de almas. Tal como lo ha dicho Antonio: “Venezuela vale bien la pena”.