Los refranes, que se aceptan como verdades aprendidas a través del tiempo, se usan en la política cotidiana con fines adversos y perversos: disfrazar crímenes imperdonables, tapar equivocaciones o distraer a la opinión pública mientras se remoza la fachada gubernamental. Cuando Stalin mataba de hambre a más de 7.000.000 de ucranianos con el único fin de eliminar de faz de la tierra el ADN de un pueblo inteligente, contestatario y perseverante, el corresponsal del diario The New York Times en Moscú, Walter Duranty, que se había tragado la rueda de molino de que la construcción de una sociedad más justa y libre del capitalismo requería el sacrificio de vidas, utilizó un proverbio de uso corriente entre los estadounidenses para negar, restándole importancia, el genocidio que se cometía: “Digámoslo de una manera ruda, para hacer una tortilla hay que romper los huevos”. Duranty ganó el Premio Pulitzer en 1932 y la empresa editorial se ha negado a retirarle el galardón pese a su grave traición al oficio. Otros dicen que se puede explotar petróleo sin contaminar y que el humo del tabaco no es cancerígeno.
Casos como el de Duranty se repitieron en todo el siglo XX y continúan apareciendo cuando ya casi comienza la tercera década del siglo XXI, pero ahora con una fuerte ayuda –más que competencia– de influencers, millenials y bots. Con el debate sobre el cambio climático los medios tradicionales de comunicación, la web y las redes sociales se han visto compelidos a tomar partido a favor o en contra de una advertencia científica bien fundamentada y explicada con claridad: el hombre, la civilización, acelera con su progreso la extinción de la vida. Al igual que en el Medioevo, cuando la mayoría no aceptaba la redondez de la Tierra, ahora no se quiere aceptar el cambio climático y hay quienes lo consideran otra falacia de comunistas, socialistas y demás.
Conociendo la capacidad de pescar en río revuelto que tiene la internacional de la izquierda, claro que hay que desconfiar cuando los progresistas –así se denominan– hablan de medioambiente, feminismo, derechos humanos y orgullo gay. Es simple oportunismo. Se montan en la ola de los movimientos sociales con el fin de tomar el poder y apropiarse de los medios de producción, los depósitos bancarios y las mejores viviendas. Lo hicieron los soviets en Rusia, los barbudos en Cuba, los sandinistas en Nicaragua y los bolivarianos en Venezuela. Sin embargo, periodistas que siguen la mala conducta de Duranty y que cuentan con el beneplácito de importantes medios de comunicación (o la totalidad del medio de comunicación como es el caso de RT, la televisora que sirve al Kremlin) y de toda una intrincada red de portales web para dispersar su embuste de que solo el socialismo pondrá fin al cambio climático y que ya una mayoría de jóvenes estadounidenses e ingleses detestan el capitalismo que mata los pajaritos. Por Dios.
El terrible daño que las empresas extractivistas rusas están ocasionando a los bosques venezolanos es solo continuación de lo que ocurrió en la URSS y que sigue sucediendo en la Federación Rusa. La destrucción que también perpetran chinos, iraníes y los bandoleros del ELN-FARC en conjunción con el pranato nacional no alarma a las organizaciones no gubernamentales que defienden el ambiente, la limpieza atmosférica. Ven hacia otro lado y no se enteran. Los científicos apenas farfullan en su soledad que se están destruyendo las reservas de agua. ¿Se acuerdan? El agua es vida.
En los últimos treinta años, especialmente entre 1992 y 1998, proliferaron en la democracia venezolana los grupos dedicados a la defensa de los derechos humanos y de la naturaleza. Denunciaban la corrupción y las irregularidades del sistema de justicia, cualquier cosa, pero siempre con un dardo dirigido a la empresa privada. Siempre encontraban un vínculo entre la burguesía y los “entuertos” gubernamentales que denunciaban. Bastó que la revolución bolivariana se hiciera del poder para que grupos e individualidades, salvo las excepciones de rigor, se replegaran y se dedicaran a hacer lo que antes cuestionaban. ¿Habrá terminado alguno en torturador?
La derecha mundial, que arrastra mucho de la inquisición medieval, desconfía con mucha razón de las denuncias del progresismo y las descarta a priori, ha optado por desentenderse de esa calamidad mundial y la niega, como Duranty aliado con Stalin. Insiste en que la Tierra no se mueve alrededor del Sol, como el tribunal le hizo abjurar a Galileo Galilei. Pese a unos y otros, aumenta el nivel de los océanos y se secan los ríos, los bosques y sabanas se convierten en arenales, se extinguen insectos y demás animales indispensables para la polinización de los cultivos y la eliminación de plagas. Las abejas no solo producen miel y el rabipelado es un gran amigo de perros y tigres: controlan la expansión de las garrapatas en selvas y jardines. El hombre, que se cree tan sabio y tan superior cada día, le recorta con su particular progreso millones de años a la vida del planeta, pero no estamos dispuestos a creerlo. Vendo ejemplar de especie próxima a extinguirse.
@ramonhernandezg