En un país del culto a la figura de “obedézcase, pero no se cumpla”, como Colombia, es muy probable que el Plan de Desarrollo termine siendo irrelevante. En cualquier caso, el Departamento Nacional de Planeación era una institución que gozaba de crédito por su capacidad técnica.
Hoy eso ha cambiado. Ya ni siquiera es capaz de hacer una inteligible introducción al borrador de las Bases del Plan Nacional de Desarrollo o lo confunde con una desiderata ambiental, social o etnológica.
Es que apenas en el segundo párrafo de la introducción, el lector se encuentra con una rareza planteada como: “De suerte que la experiencia y la sabiduría acumuladas a través de siglos por las distintas sociedades que conforman la nacionalidad colombiana, (sic) iluminen procesos de concertación de políticas públicas que apunten a superar las violencias entre los humanos y de estos con las demás comunidades ecológicas surgidas de una historia natural…”. Enunciados similares o más enrevesados se repiten con frecuencia.
Claro, a menos que el Plan Nacional de Desarrollo 2022-2026 pudiera mezclarse con un concurso de poesía o de mala prosa, la verdad es que se desdeña la oportunidad de hacer una clara formulación y priorización de los temas. Y lo que tal vez es peor, ¿en qué terminaron los miles y miles de millones de pesos gastados en más de 50 diálogos regionales vinculantes? Esto es, la figura inventada por el gobierno para la participación ciudadana en el Plan de Desarrollo en los que ha habido el concurso de más de 250.000 personas, de casi todos los municipios del país.
Hay que aplaudir, por supuesto, el contenido del borrador en cuanto a la búsqueda de mayor cohesión social, equidad, inclusión, recuperación de la confianza entre la ciudadanía y el Estado, entre otros ejemplos. Pero como es más fácil levantar una presa en el desierto que lograr aterrizar el ensueño de los populistas, el plan no bosqueja, ni de lejos, una hoja de ruta consistente. Corre más bien el riesgo de caer en la mera retórica del mundo feliz y el vivir sabroso.
Además, contiene una retahíla de inconsistencias, falencias conceptuales, insensateces, falta de entendimiento de la economía, de los mecanismos de la política y, en ocasiones, hasta de la administración pública.
Para empezar, en el culto al parroquialismo, se afirma que “se replantearán de manera radical las finanzas mundiales”. ¡Por Dios! En segundo lugar, contiene un capítulo, el cuarto, titulado “Internacionalización, transformación productiva para la vida y la acción climática”, que en la práctica es otro apartado ambiental, como si no fuera suficiente el primero.
Así que la internacionalización económica, más allá de 8 o 10 párrafos de generalidades, no existe. Con la productividad, las exportaciones y la promoción empresarial sucede algo similar. Se mencionan, como por no dejar, en ocasiones con simples tautologías, casi siempre mezclado con lo medioambiental. En cuanto a exportaciones, pareciera que solo se les ocurre lo obvio en el marco de la relación con Venezuela y la Comunidad Andina de Naciones, cuando el grueso de las famélicas exportaciones colombianas está por fuera de dicho vértice. Sobre el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, después de la alharaca de la campaña presidencial, no se dice ni una palabra y menos respecto del descomunal déficit comercial con China.
Tercero, el planteamiento de la «Paz total» está montado sobre la base de un cambio de paradigma en materia de drogas, lo cual no va a suceder. Cuarto, y sin poder agotar todas las objeciones, cabe mencionar que se presenta una barahúnda entre agua, ordenamiento territorial y planes de ordenamiento territorial. Por supuesto que el agua es vital, como el aire, pero no es más que una entelequia suponer que determina el ordenamiento territorial. Ahora, una cosa es el ordenamiento territorial en virtud de los gaseosos artículos 306 y 307 constitucionales y otra los Planes de Ordenamiento Territorial municipales con fundamento en la Ley 388 de 1997. Es inaudito que Planeación Nacional se enrede con el tema y olvide también la restricción del marco normativo de la descentralización.
Así que no solo en Venezuela se cuecen habas. En Colombia, la platica de los diálogos regionales vinculantes se perdió y también la capacidad e independencia técnica que tenía el Departamento Nacional de Planeación.
@johnmario