Todos los días salgo a buscar justicia como Diógenes a un hombre honesto por las calles de Atenas, en pleno día y con una lámpara en la mano.
Imploro a diario: ¡Ojalá hoy esté ciega, no nos mire de reojo y conserve por siempre su ceguera! No siempre es así, porque sabemos en qué situación está en este momento la justicia en el país, al tal punto que necesitaría muchísimo más espacio para vaciar el bodrio en que la otra peste la ha convertido. Y vuelvo a exclamar:
¡Ojalá no me encarcelen por lo que escribo, ni que un poeta me libere!
En la mitología griega, las Erinias (en griego antiguo Έρινύες Erinúes, de ἐρίνειν erínein, ‘perseguir’) eran personificaciones femeninas de la venganza que perseguían a los culpables de ciertos crímenes. También se las llamaba Euménides (en griego antiguo Εύμενίδες, ‘benévolas’), antífrasis utilizada para evitar su ira cuando se pronunciaba su verdadero nombre.
Según la tradición, este nombre se habría empleado por primera vez tras la absolución de Orestes por el Areópago (descrita más adelante), y más tarde se usó para aludir al lado benigno de las Erinias.
En Atenas también se utilizaba eufemísticamente la perífrasis σεμναί θεαί semnai theai, ‘venerables diosas’. Asimismo, se aludía a ellas como χθόνιαι θεαί chthóniai theaí, ‘diosas ctónicas’, y se les aplicaba el epíteto Praxídiceas (Πραξιδικαι), ‘ejecutoras de las leyes’.
En la mitología romana se les conoce como Furias (en latín Furiæ o Diræ, ‘terribles’).
Toda esta referencia histórica para preguntarme en el proceloso momento, la hora de angustia y desolación que vive Venezuela:
¿Quién odia? ¿Dónde, cuándo y cómo se expresa ese terrible sentimiento? ¿En manos de quién está la administración de justicia?
¿Está en manos del Ministerio Público la llamada vindicta pública (¿Persecución de los delitos por la sola razón de la justicia, en nombre de la sociedad y de las leyes e independientemente de la satisfacción del daño de la víctima?
¿Quién funge hoy día en Venezuela de Atenea? ¿O de Herodes o de Pilatos?
Atenea fue quien intervino como patrona de la ciudad para equilibrar el fallo en juicio que se le siguió a Orestes, cuya decisión absolviéndolo le impuso el deber (la obligación) de traer de la Táuride una estatua consagrada a Artemisa.
Desde entonces, las Erinias son referidas en Atenas bajo las formas más clementes antes citadas: Euménides (‘benévolas’) o Semnaí Theaí (‘venerables diosas’).
En Roma, vivir honradamente (honeste vivere), no dañar a otro o al prójimo (alterum non laedere) y dar a cada quien lo suyo (suum cuique tribuere) eran y siguen siendo, según Ulpiano, las bases del derecho.
Pero para definir la justicia con un concepto unitario, se ha adoptado –del mismo jurisconsulto romano– aquel según el cual: ‘»Iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi”; «La justicia es la constante y perpetua voluntad de dar (conceder) a cada uno su derecho”.
Y esto es así porque vivir honestamente depende de la voluntad de cada quien. Es decir, según el libre albedrío de cada persona, lo que puede ser honesto para algunos, para otros no lo es. Y con respecto a no dañar a otro, se contrapone al principio de la legítima defensa, el estado de necesidad, y, en fin, la acción u omisión que, aunque lesiva, puede darse en circunstancias especiales que eximen o atenúan la responsabilidad del sujeto activo del delito, o sea, de quien lo comete.
Hoy en mi país no nos dan lo que es nuestro, lo que nos corresponde. Por ejemplo, al no propiciar las condiciones para que entren al país las vacunas contra el contagio del COVID-19 (o virus chino), se nos vulnera a diario el derecho a la protección de la salud como contenido fundamental del derecho a la vida. Ignoran los que mandan que es la vida el único derecho que nos permite ejercer todos los otros, estén o no consagrados en la constitución.
Como bien dijo el poeta Andrés Eloy en su poema “Los hombres”:
Venezuela está ciega y necesita sol.
Y las novias han dado miradas,
Venezuela está insomne y necesita noche.
Y las madres han dado su última trenza.
Venezuela está exhausta y necesita lecho.
Y las hermanas dieron pequeños regazos.
Venezuela está ardiendo y necesita agua.
Y las viudas han dado sus heridas mojadas.
Venezuela está muda y necesita voz.
Y los hijos marcharon con la voz de los grillos.
Venezuela está inmóvil y necesita andar,
Y los muertos han dado su largo hueso en marcha.
Venezuela ha llamado a sus hombres.
Y ellos iban de espaldas, amarillos de fuga.
B
arco de piedra
El Castillo de Puerto Cabello, 1931, lugar de reclusión.
Cuando Platón le dio a Diógenes (de Sinope) la definición de Sócrates del hombre como “bípedo implume”, Diógenes desplumó un gallo y dijo:
“Te he traído un hombre».
Un día Diógenes comía lentejas. Aristipo, otro filósofo que adulaba a Alejandro Magno, le dijo: «Mira, si fueras sumiso al rey, no tendrías que comer esa basura de lentejas».
Diógenes contestó: «Si tú aprendieras a comer lentejas, no tendrías que degradarte adulando al rey».
Por cierto, la frase: «Mientras más conozco a los hombres, más quiero a mi perro», se la atribuyen a Byron, a Hitler y a Carlomagno. Pero el asunto va más atrás.
Diógenes de Sínope (412-323 sa.c.); filósofo griego que vivía dentro de un tonel, dijo: «Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro». Y añadió: «Abre la puerta a ese perro, cuídale, aliméntale y trátale con cariño. Él te dará lo que jamás ningún humano sería capaz de darte».
Con estas notas quizá dispersas, he querido plasmar mi visión de la hora que vivimos en Venezuela. Podría ir a pie hasta Roma o a Atenas a buscar una vacuna para toda Venezuela, si así se me impusiera.
«Si me llaman no poeta entonces tal vez soy no poeta. No me importa cómo me llamen, si con éste u otro nombre, es lo mismo siempre que yo produzca el resultado, siempre que logre decir mi palabra y ser oído, tal vez conmover a hombre y mujeres». Whitman traducido por Cadenas.
Tal vez en Atenas encuentre al hombre honesto que con afán e ironía buscaba Diógenes a diario, y en Roma –por dicha– un poco de la justicia que nos corresponde a todos, según el jurista Ulpiano.
No busco bípedos implumes que imposibiliten nuestras vidas, arruinen nuestras condiciones de existencia, negándonos, en franca y terrible manifestación de odio y de venganza, nuestro derecho a mudarnos a un mejor país, pero en el mismo sitio.