OPINIÓN

Poderosa peste

por Alfredo Cedeño Alfredo Cedeño

Pocas cosas son tan seductoras para los hombres, y mujeres, como el poder. La historia está llena de ejemplos que ilustran lo que escribo, la gran mayoría de ellos por mero ejercicio del más puro y simple narcisismo que podamos imaginar. Así lo vimos con los sacerdotes mesopotámicos, los patriarcas hebreos, las dinastías chinas, los faraones, los griegos, los sacerdotes romanos, los católicos, los incas suramericanos, la nobleza azteca, la realeza europea, los terratenientes, los industriales y en nuestros días con los políticos. Su búsqueda y ejercicio siempre ha sido descarnada, por lo general escasa de ética; la cual, a  su vez, fue planteada como mecanismo de defensa del más débil frente al poderoso de turno.

No obstante, fue en vano. Las ansias de dominación de paisanos y vecinos siempre ha sido el gatillo que hace detonar el más voraz de los controles. Pareciera que las ganas de imponerse son atávicas, casi instintivas y la perversidad, también inherente a nuestra especie, ha creado rebuscadas sendas enmascaradas de racionalidad para justificar la dominación. Desde vida después de la muerte hasta la obligación moral de velar por los que menos tienen, han  sido  las varillas del abanico con que han tratado, la más de veces con éxito, de aplacarnos. Ha sido la naturaleza, acrisolada en sus creadores, la que ha generado las respuestas más sólidas a los sátrapas de turno.

La moraleja con la que cierra Esopo su fábula El águila y el escarabajo es de una precisión excelsa: “No desprecies nunca al pequeño y al que parece insignificante, porque no hay ningún ser tan débil que no pueda alcanzarte”. Otro creador que antes de la era cristiana que alertó sobre los desmanes del poder fue Esquilo, él abre su pieza Agamenón con un guardián que recita: “El miedo, en vez de sueño, me acompaña y no me deja cerrar sólidamente los párpados de sueño- cuando, digo, quiero cantar o silbar y conseguir así con el canto un remedio contra el sueño, entonces lloro lamentando la desgracia de esta casa, no dirigida sabiamente como en el pasado. ¡Ojalá venga ahora una feliz liberación de estos trabajos, apareciendo en la noche el alegre mensaje de fuego!”. ¿Cómo no recordar a Sófocles? El dramaturgo pone en boca de Antígona mientras dialoga con Creonte: “Se podría decir que esto complace a todos los presentes, si el temor no les tuviera paralizada la lengua. En efecto a la tiranía le va bien en otras muchas cosas, y sobre todo le es posible obrar y decir lo que quiere”.

Podría pensarse que eran usanzas de la Antigüedad, pero encontramos un milenio después a Shakespeare poniendo en boca de uno de sus personajes de Como les guste: “El mundo es un gran teatro, y los hombres y mujeres son actores. Todos hacen sus entradas y sus mutis y diversos papeles en su vida”. Muestras de lo escrito por Quevedo y Cervantes al respecto son infinitas. Más tarde sería el turno de Dickens y Víctor Hugo, entre muchísimos otros que siempre fustigaron con su talento a las élites de sus momentos.

No se trata de justificar, es un ejercicio para tratar de entender las satrapías contemporáneas. Se habla de evolución del pensamiento cuando más bien debiéramos abundar sobre su involución, en cuanto agente de control de la humanidad. Tratan de realizar torneos maniqueos donde los ciudadanos corrientes y molientes debemos ser espectadores impávidos, con el único derecho a celebrarles sus sainetes malhechos, cualquier descontento es penado de manera fulminante. Esas pretensiones han sido más cínicas cuando provienen  del llamado campo del pensamiento “progresista” donde gustan ser ubicados socialistas, comunistas y demás zarrapastrosos de similares istas. Si vemos el caso que hoy nos mantiene secuestrados en nuestras casas, la bendita peste china, podremos entender mejor lo que aquí escribo.

Su origen fue claramente identificado en la nación asiática, por más que los juegos retóricos del ya citado progresismo han tratado de endosarle la paternidad, maternidad y toda su parentela, a Occidente, más específicamente al malévolo imperio estadounidense.  Pero, nada más del gusto de los adelantados de nuestra era que negar todo lo real y jurarnos que estamos en Narnia. Es vergonzoso, por decir lo menos, debiéramos hablar de responsabilidad criminal, de lo ocurrido con las raquíticas estadísticas de contagio y muertes en Rusia, México, Venezuela y Cuba; así como las, a todas luces, poco serias cifras dadas a conocer por China y España. En el país amarillo no se podía esperar otra cosa, pero lo que ocurre en la península ibérica, espejo de nuestro país, es de antología. Un gobierno incompetente en manos de un grupete de ignaros que juega a evadir sus responsabilidades, mientras trata de achacar las consecuencias de su ineptitud a sus antecesores. Por algo escribí que son espejo nuestro, no les extrañe ver pronto por las calles peninsulares brigadas en denodada lucha contra la pandemia: irán rociando con cal clorada la calle real.

Bien puso Shakespeare en boca del Duque, en la obra ya citada, justo antes del parlamento que antes les transcribí: “Ya ves que en la desdicha nunca estamos solos. Este gran escenario universal ofrece espectáculos más tristes que la obra en que actuamos.”  Sin embargo, me resisto a presenciar impertérrito semejante puesta en escena y no rechiflar a semejante elenco de mamarrachos y titiriteros de baja estofa. Es hora de que aporten, si es que son capaces de hacerlo, o de apartarse.

© Alfredo Cedeño

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