Nadie en Colombia cree que fue suficiente la letra y el tenor del comunicado emanado de su Cancillería asumiendo posición sobre la manipulación electoral en Venezuela que dejó a fuera de la contienda presidencial a María Corina Machado. Le ha parecido poca cosa a los colombianos que el Ministerio de Relaciones Exteriores de Gustavo Petro haya sido blandengue con Nicolas Maduro, toda vez que apenas reprobó tibiamente los acontecimientos de los últimos días y solo manifestó “preocupación” ante la negativa a abrir el registro de candidatos presidenciales a Corina Yoris, designada como representante por Machado. Estiman los vecinos que el ministro Luis Gilberto Murillo no llamó las cosas por su nombre y que lo que tocaba era calificar de golpe de Estado las ejecutorias del régimen de Maduro.
Para nadie es un secreto que existe una suerte de complicidad entre los dos mandatarios en algunos terrenos, y si uno entra en el detalle de lo ocurrido con el gobierno de Colombia, más bien debemos darnos con una piedra en los dientes que a Petro no le haya quedado otra que hacer que su Ministerio del Exterior se pronunciara en contra de las irregularidades antidemocráticas que está protagonizando el régimen en Venezuela.
La intemperada y torpe reacción de la Cancillería venezolana terminó siendo la guinda de la torta al señalar que el comunicado colombiano había sido redactado en Washington. Poco conocimiento de los asuntos internacionales y de las relaciones bilaterales colombo-estadounidense hay en la Casa Amarilla. Nada hay más protuberante que las diferencias poco conciliables hay entre la Casa de Nariño y la Casa Blanca. Si alguien no lo pensó suficientemente fue el lado venezolano al haber reaccionado violentamente frente a uno de los pocos soportes regionales y globales que le viene quedando.
Lo que se le olvida al ministro Yván Gil y al propio Nicolás Maduro es que Colombia ha servido de facilitador muy proactivo del proceso de negociaciones de Barbados y que se ha comprometido ante la comunidad internacional y frente a 20 países convocados en Bogotá hace apenas un año, a trabajar en el levantamiento de sanciones a Venezuela a cambio de la realización de elecciones libres, justas, competitivas, transparentes y con la participación de todas las fuerzas políticas. Es evidente, pues, que la calificación del comunicado de Exteriores colombiano de acto de “mala fe” es un despropósito de Miraflores.
El proceso electoral venezolano, viciado de inconstitucionalidad como está, ha estado atrayendo las miradas de todo el planeta. Esta hora de escrutinio mundial para Maduro es la apropiada para anudar lazos con todo el que se pueda. Menuda aberración, por lo tanto, es tildar de “izquierdas cobardes”, como lo hizo Maduro en medio de su furieta, a los gobiernos de Brasil y Colombia. Es posible que a Maduro se le haya atragantado la lapidaria frase de su colega Gustavo Petro en la que lo comparó con el Comandante Eterno cuando aseveró en un trino que “la magia de (Hugo) Chávez fue proponer democracia y cambio del mundo”.
En fin, no hay nada nuevo en los desatinos internacionales de la revolución bolivariana del siglo XXI. La extrema volatilidad de los momentos que atraviesa el país hace propender al régimen a cometer equivocaciones difíciles de desandar. Si el régimen de Maduro se ha hecho un propósito de normalizar y promover relaciones crecientes y favorecedoras a los dos lados del Arauca, episodios como este tienden a generar una urticaria de la cual es difícil reponerse. A Bogotá le interesa más que a nadie la normalización de la situación venezolana –éxodo migratorio incluido– porque nuestro país es clave para el sostén económico colombiano, para su política energética, para su paz interna, para su seguridad, para su estabilidad social.
Pero, de nuevo, la hora es nona para los inquilinos de Miraflores y sus compinches. Y es en esos momentos cuando se cometen los más irreparables errores.
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