Todavía cuando el muro de Berlín se mantenía entero y unos meses antes había ocurrido la matanza de Tiananmén no era extraño que muchos demócratas le dieran el beneficio de la duda al régimen atrabiliario cubano, que es como puede ser el marxismo-estalinista-maoísta en aguas tropicales del Caribe. Ante cualquier observación sobre el régimen, la rudeza de las cárceles, la persecución del homosexualismo, el reconcomio contra la música de Celia Cruz, el caso Padilla y el fusilamiento de sus héroes en una trama demasiado parecida a los Procesos de Moscú, o alguna otra crítica a lo que ocurría en Cuba, aparecía como el precio que se debía pagar por los avances en medicina, educación y deportes. Tremenda pifia.
Con la caída del muro de Berlín quedó al descubierto lo que hacían los entrenadores de la República Democrática Alemana con sus deportistas y los cubanos que entrenaban. Trampas de todo tipo encubiertas por el Estado, esteroides y demás energéticos. La farsa de la salud la desenmascaró el “período especial” que decretó Fidel Castro para contrarrestar el fin del subsidio decretado por la desintegración de la Unión Soviética: los médicos cubanos no pudieron diagnosticar la enfermedad que estaba dejando ciego a los cubanos. Fueron médicos venezolanos que después de unas semanas en la isla entregaron su informe. Se quedan ciegos porque comen mal. Mientras, el aparato de propaganda difundía que la cura para el vitiligo, la impotencia, la frigidez femenina, la psoriasis, la presbicia, el cáncer, la estupidez y demás patalogías tenían cura con la medicina socialista cubana. Así llegaban amigos y conocidos que además de tabacos Cohibas, ron Havana Club y discos de la nueva trova cubana, traían pomadas, pastillas y hasta supositorios que curaban hasta las hernias esofagástricas. Falso también.
En la educación no hizo falta ninguna calamidad ni ningún test de la Universidad de Columbia para destapar la falacia. El avance científico, la actividad cultural y la investigación médica quedaron retratados no tanto con la proliferación de la santería y la macumba, sino con los métodos curativos que publicaban las revistas arbitradas cubanas y los análisis de los miembros de la casta militar devenidos en orientadores de las comunidades. Vaya por Dios.
En esos procederes vale la pena nombrar al doctor Ulises Sosa Salinas, a quien se le considera el precursor de la utilización terapéutica de las estructuras piramidales, que según sus estudiosos “son un potente acumulador de energía”, si todas sus caras tienen las medidas y ángulos adecuados. En los hospitales de la isla tienen una alta provisión de pirámides hechos con los materiales más disímiles y los más variados usos. Los más frecuentes son terapias antirreumáticas, antiinflamatorias, antiestrés y relajantes. También bajan la fiebre y curan fracturas de diverso grado.
Sin embargo, los avances no se detienen. Los estacionamientos de los hospitales y los jardines se han habilitado como huertos para cultivar las plantas que mejor sirven a la salud de los pacientes: yerbasanta, pasote, llantén, uña de gato, yerbamora, culantro, manzanilla, tilo y malojillo, entre cientos de otras variedades.
Como alternativa, los cubanos de la nomenklatura saben que no solo se vive del cuento, han llegado a un acuerdo con las Fuerzas Armadas Bolivarianas para que le transporten hasta la isla 36 contenedores con medicinas de prestigiosos laboratorios transnacionles, no rusos ni chinos ni de la India, que el régimen de Nicolás Maduro les donó mientras ellos aceleran la producción de pirámides armadas con hojas de coca y cannabis, que los harán flotar de felicidad en su amplio mar. Vendo alpargata y disco de joropo.
@ramonhernandezg