OPINIÓN

Pintas de odio

por Omar González Omar González

La cobardía tiene muchos rostros, uno de ellos es la expresión airada y atemorizante; esto justamente es lo que pasa con muchos valientes de esquina cuando se ven atrapados, justamente esto es lo que ocurre en Venezuela con los usurpadores del poder.

No es la primera vez que los cómplices del régimen al verse débiles o amenazados optan por la «huida hacia adelante» y se tornan aún más violentos de lo que son, encarnando así el vivo ejemplo de una fiera acorralada.

Luego de la decisión de Estados Unidos de abrir una causa judicial por narcoterrorismo contra los jerarcas del régimen, ellos y sus secuaces reaccionan con violencia, con agresividad y empleando sus tradicionales métodos de intimidación.

Por un lado, el mismo Nicolás Maduro amenaza a Juan Guaidó, y por cadena de radio y televisión ordena la apertura de una investigación en contra del presidente interino de Venezuela.

Sumado a esto tenemos a cuerpos de la represión pululando por los alrededores del hogar de Guaidó con el pretexto de casos de covid-19 en la zona. Toda una ola de intimidación institucional.

Sin embargo, en la usurpación no solo se quedan con acciones de micrófonos o anuncios oficiales sino que suelen profundizar más sus tácticas de acoso, por ende, hace unos días empezaron a lanzar amenazas con grafitis.

Las paredes de organizaciones políticas y de las residencias de periodistas y de diputados a la Asamblea Nacional, se vieron ultrajadas por improperios, amenazas y una mala ortografía producto de la ignorancia de la violencia socialista.

Por ejemplo: la sede de Vente Venezuela en los estados Anzoátegui, Guárico, Yaracuy, Vargas y en casi todo el país fueron vandalizadas por los partidarios de Maduro, así como las residencias de los diputados anzoatiguenses Carlos Andrés Michelangeli en Barcelona, Héctor Cordero en El Tigre y Armando Armas en Lechería.

Estos hechos, aunque en apariencias son simples bravuconadas de los simpatizantes de la usurpación, encarnan en sí un ataque psicológico que pretende paralizar la lucha y la acción de quienes han venido defendiendo el rescate de la libertad para nuestra amada Venezuela.

Es una relación de causa y efecto, mientras Maduro tiembla en Miraflores debido a la amenaza de los norteamericanos sobre él, su decisión es intimidar a los demócratas en suelo patrio, ya que con esta es la actitud piensa que paralizará la lucha de sus oponentes.

Es claro que solo estamos viendo el inicio de su proceso de acoso político, lo que debe ser un llamado de atención para todos los demócratas, quienes a partir de este momento deben ser más cuidadosos que nunca, sin que esto implique que disminuya su compromiso por la liberación nacional.

No es de extrañar que en las próximas horas la usurpación intente secuestrar a otros diputados a la Asamblea Nacional, a luchadores sociales y a periodistas, como el caso del joven colega Darvinson Rojas.

No es de sorprenderse si se ordena desde Miraflores la captura de otros luchadores por la libertad como hicieron ya con algunos colaboradores cercanos al presidente interino y con más de 350 presos políticos civiles y militares.

Las pintas del odio en las sedes locales de Vente Venezuela, las que realizaron en los hogares de  diputados, es simplemente la expresión más simple de una política de agresión que se está cocinando en los laboratorios de guerra psicológica del régimen como respuesta desesperada a la espada de Damócles que pesa en este momento sobre el cuello de los cabecillas de la usurpación, una espada que lleva cincelado el nombre de la DEA.