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Pinceladas de un viaje a Argentina

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Calle Florida, Buenos Aires

Acabamos de regresar a casa luego de pasar dos semanas en Argentina. Es evidente que con un viaje tan breve, limitado tan solo a Buenos Aires y sus alrededores, no caeremos en la tentación de enfrascarnos en un análisis de la coyuntura política o económica de aquel país aun cuando el hecho de haber nacido allá nos permite relacionar alguna experiencia previa –no actualizada– que fundamente comentarios, comparaciones y paralelismos desde la óptica de un venezolano que alguna vez fue argentino. Vayan pues algunas pinceladas.

La señorial “Reina del Plata” orgullo de sus habitantes que por más de un siglo se percibieron a sí mismos como culturalmente europeos puede ser que exhiba la infraestructura edilicia y vial de una gran metrópoli de envergadura mundial pero –por primera vez en muchos años de repetidas visitas– denota un deterioro social como nunca habíamos visto. Coexistiendo con los tradicionales teatros, librerías y cafés que otrora fueran distintivo de una ciudad pujante, apropiada capital de una nación productiva y orgullosa, hoy exhibe como uno de sus rasgos menos gratos la imagen de cientos de indigentes en situación de calle ocupando aceras, zaguanes, pórticos, etc. con sus  escuálidas pertenencias mientras nubes de “cartoneros” (recogedores de cajas de cartón) descienden al anochecer como enjambres y compiten en la tarea de desbaratar y desparramar el contenido de los depósitos predispuestos por el municipio para acumular y organizar la basura y los deshechos alimenticios. No es que ello no se viera antes pero sí es novedoso que tales escenas ocurran en acomodadas zonas residenciales y áreas céntricas rodeadas de importantes edificios de lujo. No se trata en estas líneas de buscar causas ni analizar políticas sino tan solo de resaltar un fenómeno que es consecuencia ineludible de cifras de pobreza extrema que pocas veces o nunca se habían visto en aquel país y ciudad.

A principios de noviembre hubo elecciones generales de mitad de período y el electorado pasó fenomenal factura a quienes hoy ocupan la conducción del Estado. Se inician a partir de ahora nuevas alianzas legislativas para la competencia presidencial de 2023 cuyos primeros escarceos ya se comienzan a anotar.

Otro tema que ocupó nuestro diálogo con taxistas, mesoneros y demás personal con el que es frecuente alternar en un viaje, fue la tendencia a comparar la crítica situación que allá se vive con la que existe en Venezuela. Buena parte de los contertulios afirman sin el menor asomo de duda que la Argentina de hoy está igual o peor que Venezuela. No lo creemos así aunque sí hemos convenido en que el rumbo permite anticipar dentro de un tiempo prudencial la ocurrencia de una desgracia más o menos parecida. Cierto es que las carencias van haciendo la vida cada vez más difícil pero se hace evidente que tales comparaciones se fundamentan en la relatividad de los puntos de referencia.

En Buenos Aires los subterráneos son limpios, funcionan y son seguros. El transporte de superficie es servido por autobuses de calidad, frecuencia, variedad y limpieza que seguramente puedan ser comparables a los mejores del mundo. Las farmacias y mercados tienen cuanta variedad de medicinas y productos alimenticios pueda uno imaginarse. Los precios no parecen muy solidarios pero todos los locales se encuentran permanentemente llenos de clientes cuyo aspecto no denota a primera vista la existencia de hambre generalizada.

Existe absoluta libertad de prensa, la cual se evidencia en las ediciones físicas y digitales de los tradicionales periódicos de oposición como La NaciónEl Clarín y otros con suficiente número de páginas como era antes en Venezuela. La radio y la televisión transmiten importantes y suficientes programas de opinión donde no parece que la censura o autocensura tienen un papel relevante.

La justicia es un capítulo aparte. El Poder Ejecutivo lleva años realizando variadas y hasta ahora infructuosas maniobras para controlar la designación de los jueces que –en su más amplia mayoría– tienen titularidad, son inamovibles y cuentan con la aprobación del Senado. En los contenciosos que no rozan las esferas del poder político parece que el derecho es lo que prevalece. Sin embargo, en aquellas materias donde existe la oportunidad de cobrar odios o diferencias políticas (como son las causas federales) se nota que los jueces sí son sensibles a los vientos políticos. Mientras mandaba Macri le echaban vainas a Cristina. Ahora que dichos vientos han variado de dirección es percepción pública la de que Macri & Co. pasan a tener dificultades cuyo sabor a política se detecta sin mucha dificultad.

Las instituciones naturalmente no son como en Suiza o Inglaterra ni tampoco tan inoperantes como en Venezuela. El ambiente político muestra que quienes detentan el poder lo hacen con sujeción –tal vez no muy feliz– a ciertas reglas que en Venezuela ya se perdieron en nuestra vida institucional. La  Corte Suprema –hasta ahora– actúa con aparente independencia sin atender los criterios que se insinúan desde la Casa Rosada.

El tema de la corrupción ha pasado a ser crucial en el debate y la preocupación pública. El ciudadano de a pie jura y rejura que jamás se han visto niveles comparables de saqueo. Hay algunos políticos (al menos un exministro) y varios contratistas presos mientras la gente –comparando paradigmas– está convencida de que el nivel de putrefacción supera a Venezuela. ¡No saben lo qué es saqueo del bueno!

Sí hemos encontrado un comentario unánime: el respeto y admiración por el inmigrante venezolano. En efecto, así como en la fachada del Pacífico (Colombia, Perú, Chile) existe una xenofobia más o menos activa, en Argentina todo el mundo está de acuerdo en que el migrante venezolano, profesional, artesano o simple trabajador no calificado es un activo que aporta al quehacer colectivo. Ello nos colmó de orgullo cada vez que el tema salió en alguna conversación.

Y como broche de oro llegamos a saber que músicos que en su día pertenecieron a El Sistema han logrado no solo reunirse sino formar una orquesta, contratar un director (coreano) y generar un calendario de conciertos públicos que llevan lo mejor de nuestro gentilicio al público argentino.

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