“No es que los pueblos tengan los gobiernos que se merecen, sino que la gente tiene los gobernantes que se le parecen”. André Malraux
Es sabido que el término “picó caucho”, en el contexto venezolano, evoca la idea de huir o escaparse de una situación crítica, situación que genera la misma persona que deja el pelero. Esta noción se vuelve particularmente relevante al analizar la reciente caída del régimen de Bashar al-Assad, un líder que llevó a su pueblo a un sufrimiento inimaginable y que ahora se encuentra en una situación similar a la de aquellos que han tenido que escapar de sus propias acciones. Muchos mal pensados, también algunos deslenguados, han empezado a pronosticar que algo similar pudiese ocurrir en Venezuela. Alegan que, salvando las distancias, existirían múltiples aspectos similares y concurrentes en ambos contextos, por lo cual la conclusión no sería otra. Con relación a lo antes dicho, un punto de análisis interesante es que la historia, en su esencia más apasionante, revela la sorprendente similitud de ciertos eventos que ocurren en diferentes latitudes y contextos.
Durante la última década, el conflicto en Siria forzó a millones a aceptar que ciertas partes de su pasado permanecerán irremediablemente fuera de su alcance. La inestabilidad actual fue capitalizada por diversos actores, generando un panorama sombrío para el Medio Oriente. La reciente ofensiva rebelde, liderada por Hayat Tahrir al-Sham, reavivó un conflicto que parecía estancado desde el alto el fuego de 2020. La caída de Alepo y Hama ante los rebeldes marcó un punto de inflexión significativo, evidenciando la debilidad del ejército sirio y la falta de apoyo a un Al-Assad cuya tiranía había sido sostenida por la violencia y la represión, algo evidente en los videos que han circulado con cientos de presos políticos saliendo de las cárceles, claramente desorientados, pues estaban como sepultados en vida. Pasmosa realidad que acentúa lo irónico, o más bien, incoherente, de un hecho: el Tirano cuando se vio en tres y dos, picó caucho.
Nuestra historia nos recuerda momentos similares (de ahí el punto de análisis interesante antes aludido); como cuando el dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez tuvo que huir en la Vaca Sagrada a Santo Domingo, siendo recibido por otro tirano, Rafael Leónidas Trujillo, alisa Chapita. Igualito, Bashar al-Assad buscó refugio en Moscú, donde su protector Vladimir Putin guarda silencio ante su huida y después de no poder hacer nada para que permaneciera en el poder. Esta acción no solo simboliza el fin del dominio dinástico Al-Assad, que perduró más de 54 años, sino también una serie de violaciones de los derechos humanos y crímenes de guerra perpetrados bajo su régimen, que ya empezaron a salir a la luz y revelan la crueldad, mejor dicho, la conducta diabólica de Al-Assad, que acumuló un historial oscuro de violaciones legales y morales. A medida que su régimen desaparece, su verdadera naturaleza queda expuesta ante la opinión pública. Hoy en día, es señalado con desprecio por aquellos a quienes oprimió durante años. Como ha resultado obvio, su cobardía lo llevó a esconderse en Moscú, disfrutando del botín robado a su pueblo mientras su familia seguirá llevando una vida ostentosa.
Es bueno recordar que, desde el inicio del conflicto en 2011, más de 14 millones de sirios fueron desplazados. La vida en el exilio es dura, algo que actualmente en nuestro país es una dura lección; en el caso de los sirios, muchos refugiados enfrentan obstáculos legales y xenofobia en países como Turquía y Alemania. La idea de regresar a casa se ve empañada por la incertidumbre y el miedo ante lo desconocido. Sin embargo, la esperanza resurge con el anuncio del derrocamiento de Assad: “la liberación” de Damasco fue celebrada con júbilo por los rebeldes y reconocida internacionalmente como un paso hacia la restauración de la dignidad del pueblo sirio. El secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, subrayó que este momento representa una oportunidad histórica para Siria, aunque también conlleva riesgos considerables. La caída del régimen no solo se percibe como una derrota para sus aliados en Irán y Hezbolá, sino también como un triunfo para aquellos que han sufrido bajo su opresión.
Un video reciente muestra a militantes dentro del mausoleo de Hafez al-Assad, padre de Bashar. Este acto simbolizaría una venganza colectiva por las atrocidades cometidas durante años. El legado corrupto establecido por Hafez al-Assad ha dejado una sociedad desgastada por el abuso del poder y la falta de justicia, tendencia que en gran medida estarían decididos a revertir y, hablando por mí, que le hayan prendido fuego a la tumba del que picó caucho simboliza la búsqueda de justicia, tal vez no a través de un proceso de justicia transicional, quizá allá, por el aspecto cultural, la cosa será un tanto más ruda, recuerden que por aquellos lares se aplicaría la Ley del Talión al pie de la letra, algo que desde ya está ocurriendo, por ejemplo en la persona de un primo de al-Assad. No es para menos, la dinastía Al-Assad utilizó tácticas represivas para mantener el control sobre Siria durante más de cinco décadas. Realidad ante la cual, las promesas vacías y las elecciones fraudulentas no lograron satisfacer las demandas del pueblo. Bashar al-Assad intentó seguir los pasos de su padre, pero fracasó estrepitosamente; su única opción fue huir hacia Moscú.
Este hecho, que Bashar al-Assad “picó caucho», simboliza no solo la huida física de él hacia Rusia sino también la fuga moral y ética que ha caracterizado su gobierno. Su legado será recordado como uno marcado por la opresión y el sufrimiento del pueblo sirio, cuyo deseo por libertad finalmente está comenzando a materializarse tras años de lucha. Concluyo solo diciendo como el Quijote: Cosas veredes Sancho…