El tipo ganó y en muy buena lid (hasta Vargas Llosa y Uribe y también Biden y la Unión Europea… reconocen la pulcritud de las elecciones). Una pieza más, y muy importante, en la “izquierda” que se expande en el subcontinente. Falta la muy probable victoria de Lula, quien parece destinado a ser el líder mayor de ese nuevo panorama, tanto por su anterior actuación presidencial como por el intrínseco poderío de Brasil, el imperio del sur, a pesar de sus caídas. Las comillas de la izquierda son para indicar que en ese término incluimos desde las dictaduras brutales y corruptas de Maduro y Ortega y el comunismo de Cuba hasta las promesas de Boric de una socialdemocracia al estilo nórdico pasando por el analfabetismo del insólito Castillo en Perú o el viejo y destartalado peronismo que es el cuento de nunca acabar, etc. Habrá que ver dónde se ubica Petro. Sus promesas apuntan hacia un equilibrio centroizquierdista y sobre todo no imitar a esa excrecencia en estado puro que es su hermana histórica y geográfica que es la Venezuela chavista. Podría hacer buena junta con Boric, para especular, y seguramente tendrá que sonreírle mucho o poco a sus símiles ideológicos.
A todo lo cual hay que sumar que no hay que olvidar que Biden es el sucesor de Obama y no de Trump, como ya deben saber los cubanos, los iraníes y los grandes capitales gringos y asociados. Y que anda buscando petróleo donde sea y que puede sonreírle a quien sea para encontrarlo.
Las razones de este viraje sin precedentes de Latinoamérica son seculares. Son las voces de la desigualdad y la pobreza que pueden enganchar con las consignas reivindicativas de la izquierda de siempre que tan torpe ha sido para afirmarse y cumplir sus ofertas. Pero, por lo visto, la desesperación vuelve a aferrarse a ese posible sendero para los desposeídos, para la desigualdad en el continente más desigual. El 10% de nuestros conciudadanos, venezolanos, poseen más de la mitad de la riqueza y el 50% más pobre solo el 8%. Y por esos mundos ¿de Dios? hay 6 millones de migrantes padeciendo, salvo unas élites que la pasan de lo más bien. Y en Latinoamérica hay 86 millones en pobreza crítica, es decir, hambrientos y desamparados en todos los renglones de la vida. Es suficiente para explicar el fenómeno que sustituye al período anterior en que en varios países hubo alternancia de izquierdas y derechas producto de elecciones en que se solía votar “contra” el gobierno en ejercicio, seguramente incapaz de solucionar los grandes traumas populares. Lo que invierte la primera década feliz del milenio para la región con materias primas con precios por las nubes y sustantivas mejoras de los niveles de pobreza.
En definitiva, lo que nos atañe es que nuestra paupérrima oposición no solo debe recuperar su vigor perdido organizativa y estratégicamente, sino formular programas sociales que puedan convencer esa inmensa mayoría de depauperados que algún día se revelarán contra su desgracia secular. Eso implica también que no podemos seguir con el macartismo sobre cualquier opción progresista que aparezca en el continente y el mundo –es falso que todas “terminarán como Venezuela”–, sino entender que nuestra lucha contra la banda de facinerosos sin moral y sin ideas que nos gobierna es con moral y con ideas y estas no pueden ser otras que la reivindicación de nuestros condenados de la tierra contra los que todo lo tienen y despilfarran.