Haciendo gala de la actitud intemperante que lo caracteriza, Gustavo Petro puso el dedo en la llaga cuando se animó a declarar que la cúpula del ELN que se sienta en las tratativas de paz de La Habana no representa al conjunto de la fuerza armada irregular que configura esa guerrilla. El resultado no se hizo esperar y los elenos se pararon de la mesa y dejaron con los crespos hechos al resto de los negociadores. Se declararon en “pausa”.
Cuesta admitirlo, pero si en algo el presidente de Colombia tiene razón es en esa aseveración. Quienes se sienten ungidos de autoridad suficiente para negociar la desactivación de esta guerrilla no necesariamente cuentan con la solidaridad activa del conjunto de los frentes que la componen. No han sido electos para representarlos ni tienen un mandato definido para transar con el gobierno su desactivación y el retorno a la vida civil regular. Eso lo que significa es que cualquier resultado que tenga la tratativa de La Habana para conseguir la ansiada Paz Total de Petro puede sufrir la misma suerte que la experiencia anterior encabezada por Juan Manuel Santos en 2016.
Es que algo similar ocurrió con las FARC. No había transcurrido mucho tiempo de la rúbrica del acuerdo cuando las “disidencias de las FARC “se hicieron presentes con toda su fuerza en la dinámica colombiana y el resto de la historia es conocida de todos. Más masacre, más secuestros y extorsiones, con lo que el Premio Nobel recibido por el expresidente se quedó en letra hueca, y a Colombia le ha tocado enfrentar una nueva etapa de renovada violencia, esta vez con la venia del gobierno de Nicolás Maduro.
No es equivocado, pues, que Petro traiga a colación el tema de la falta de autoridad de los negociadores después de haber tenido que hacer frente a un ataque con explosivos a una base del ejército en Catatumbo, zona cocalera fronteriza con Venezuela donde las fuerzas armadas de Colombia sufrieron bajas de 9 oficiales. Lo mismo lo experimentó Iván Duque, quien, en 2019, suspendió los diálogos con esta guerrilla después de un bombardeo a una escuela de formación de oficiales de la policía en Bogotá, donde murieron 20 cadetes. ¿Cuál unidad de mando existe, en la realidad?
El resto de la intervención presidencial no fue menos abrasiva. Sin el menor asomo de duda, Petro puso de relieve la vinculación de la guerrilla con la cual negocia con la economía ilícita del narcotráfico y otras, y se refirió a la necesidad de desactivación de esta vertiente de su actuación.
“El ELN ha variado, no es un grupo insurgente como antaño, está peleando territorio por la economía ilícita (…) Los frentes son autónomos, son federales, giran todos alrededor de la economía ilícita, poco tienen que ver con el padre Camilo Torres”.
Estas declaraciones que causaron la repulsa de los negociadores en La Habana pudieran haber sido sabiamente calculadas por el mandatario para conseguir el cese al fuego de los insurgentes, lo que es su meta más inmediata, pero en ninguno de los dos terrenos le falta la razón y es claro que, en torno a ellos, las dos partes miran en direcciones opuestas.
Si a raíz de un acuerdo de paz -que aun no está a la vuelta de la esquina- Colombia debe de nuevo protagonizar un episodio cruento con las “disidencias del ELN”, poco habrá avanzado el país vecino en la construcción de la ansiada normalidad, y Gustavo Petro habrá perdido sus alfiles. El tema de la negociación de la paz es su prueba de fuego, la propuesta programática de un mandatario que, ante los ojos del país que votó por él, tenía algún género de identidad conceptual y filosófica con los alzados en armas. O sea, tenía todas las de ganar. Recordemos si no su vinculación temprana con el M19.
En aras del beneficio de los hermanos colombianos, hay que esperar que todo lo anterior no sean más que técnicas negociadoras que lleven a buen puerto la ansiada recuperación de la calma en Colombia.
Con Petro no es posible saber realmente por dónde van los tiros… con el ELN tampoco.