El presidente de Colombia, el exguerrillero Gustavo Petro, ha promovido la división y confrontación entre ricos y pobres, indígenas y blancos, medios de comunicación y simpatizantes de su partido. Una estrategia política peligrosa e irresponsable.
“Por favor, le pedimos ayuda a la policía. Un grupo grande de indígenas rompió vidrios en el edificio de Semana e ingresó a la fuerza”. Este fue el clamor de la periodista Vicky Dávila. Sonó en Colombia, pero retumbó en Venezuela y Nicaragua. Es una historia triste que ya conocemos.
Petro enemigo de la prensa libre. Los ataques constantes del presidente de Colombia a los medios de comunicación dieron fruto. Cuando un caudillo habla, sus seguidores escuchan. El mensaje de destrucción es gasolina sobre la llama.
Presidente le falla a la Constitución. El artículo 20 de la Constitución de Colombia garantiza la libertad de expresión y prohíbe taxativamente la censura. Petro y sus flamígeros seguidores pisotean esos derechos atacando a la prensa.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos. Si el presidente Petro quiere que Colombia sea una potencia mundial de la vida, debería comenzar con lo básico el artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos. “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión”.
En Nicaragua Ortega comenzó con los medios. Enviando gente muy humilde a realizar piquetes y “rezos” para exorcizar, según él, a los periodistas críticos. Años más tarde vinieron incendios, arrestos y confiscaciones brutales.
El terror como forma de gobierno. Las asonadas, los secuestros, los atentados y los ataques a la prensa libre tienen un solo objetivo: sembrar el miedo y con ello dar a luz a la autocensura. Nicaragua, Cuba y Venezuela son testigos de ello.
Criminalizar la libre expresión y la democracia. El guerrillero de Nicaragua usó el sicariato judicial y la fiscalía para atacar y exiliar a la prensa libre. Afortunadamente en Colombia todavía existe separación de poderes. Por ahora…
Los tiranos no se quitan la máscara el primer día. Daniel Ortega no comenzó encarcelando periodistas y sacerdotes. Fue un proceso paulatino y doloroso, normalizando sus crímenes y crueldades cotidianas.
Lo que pasó en Semana este viernes no es peccata minuta. No se puede normalizar. No se puede minimizar y ver como un plantón espontáneo. No. Esto debe ser repudiado, investigado y sancionado con todo el peso de la ley.
Primero van por la prensa libre, luego los intelectuales, las ONG, los empresarios, los sacerdotes y toda la sociedad civil. Insisto, es urgente activar una alerta temprana ante estas señales que envía Petro, el defensor de Fidel Castro. Su modelo es el mismo.
El exguerrillero que gobierna Nicaragua comenzó igualito que el presidente de Colombia. Con discursos de odio y marchas prepago. Con plantones en los medios y luego con incendios y muerte. Colombia se merece algo mejor. Mucho mejor.
**El autor es periodista exiliado, exembajador ante la OEA y exmiembro del Cuerpo de Paz de Noruega (FK).