En un discurso calificado de magistral por parte de Nicolás Maduro, Gustavo Petro expuso en Egipto ante el mundo, durante la reunión cumbre sobre el cambio climático, su política en torno a la transición energética que deben emprender los países petroleros, su país incluido. En esta ocasión, el mandatario neogranadino actuó como si fuera un monarca planetario y ordenó a tirios y a troyanos “desconectarse de los hidrocarburos de manera inmediata”. No contento con ello, hizo un aparte con relación a dos naciones vecinas, Venezuela y Guyana, al exigirles a sus gobernantes sumarse a la transición energética ya emprendida por Colombia en los 100 días transcurridos de su mandato.
Allí es donde uno, pobre espectador de estas novedosas y enrevesadas lides políticas, deja de entender lo que pretende el recién inaugurado presidente de Colombia. No es solo que ni Venezuela ni Guyana pueden considerar una propuesta tan dislocada como la de desasociarse de la producción petrolera. Es su propio país el que no puede permitirse el lujo de prescindir hoy de esta actividad y, por el contrario, debería apoyarse en ella justamente para impulsar sus políticas de protección del ambiente.
Sin duda que Petro sabe de lo que habla cuando se suma a las cuerdas exigencias mundiales de migración hacia energías más limpias. Lo que parece ignorar, o al menos deleznar de manera deliberada, es el crucial momento que atraviesa el mundo a partir del bloqueo energético implantado de la noche a la mañana por Rusia y el reacomodo mundial de precios que ello ha provocado. Más que nada, no parece tomar en cuenta la imperiosa necesidad de su país de impulsar una diversificación económica, acelerar su industrialización y motorizar exportaciones no petroleras para no solo consolidar una economía prospera sino para derrotar la desigualdad social que es su característica más notoria. La única manera de hacerlo es apuntalando al sector de hidrocarburos en este momento, para más adelante motorizar una migración inteligente hacia la producción de otras fuentes de energía.
A nadie se le escapa la dependencia superlativa que tiene hoy su país de la producción y de las exportaciones petroleras y lo indispensables que son los ingresos de hidrocarburos para la transformación que el nuevo equipo de gobierno pretende ejecutar en lo económico y en lo social. La venta de los hidrocarburos por fuera de las fronteras colombianas contribuye en más de 50% con los ingresos de exportación del país.
A nivel de las regiones el panorama es muy agudo. Las cifras del DANE del año pasado – antes de la crisis energética actual– anunciaban que este 2022, 47,25% del PIB del Meta depende de los minerales, incluido el petróleo; en Casanare ese aporte alcanza 42,44%; en Arauca 37,85 %; en Putumayo 23,41%; en el Huila 6,05% y en Santander 3,62%. En ellos viven 3,6 millones de colombianos. El exministro de Hacienda Juan Carlos Echeverry había señalado en su momento que un “anuncio de cortar súbitamente la exploración y la exportación de petróleo sería el suicidio económico para 20 departamentos del país”.
Es cierto que lo corto del período presidencial colombiano pone presión en la Casa de Nariño para tomar decisiones tempranas y heroicas en todos los terrenos. Pero cuando allí se reflexione dos veces sobre el tema, será evidente que toda política sensata de desarrollo que se emprenda en Colombia debe tomar en cuenta los aportes que han hecho y hacen los hidrocarburos en todos los terrenos. Ello debe llevar a evitar improvisaciones. Ya con la nueva Ley de Impuesto sobre la Renta lo que se conseguirá es espantar la inversión petrolera.
El caballo de batalla del nuevo presidente de Colombia en las arenas internacionales es el tema de la protección del planeta y más precisamente la salvación de la Amazonia. Ello no está reñido con extraer de la actividad petrolera actual un beneficio que dote al país de los recursos para emprender esos otros derroteros plausibles.
Hacer otra cosa no es solo política de galería sino una atroz equivocación del primer gobierno socialista de la hermana república. Seguimos sin entender, por ello, el aplauso entusiasta de Nicolás Maduro.
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