En un momento de particular pesimismo en Colombia -72% de la ciudadanía piensa que las cosas empeoran y apenas 1 de cada 3 de los nacionales apoya la gestión gubernamental- Gustavo Petro se pronunció en contra de Israel de manera altamente cáustica.
El mandatario no solo no rechazó la criminal embestida de Hamás en Israel del pasado 7 de octubre. Lo que hizo, más bien, fue comparar de viva voz a las autoridades israelíes con los nazis alemanes de la Segunda Guerra Mundial. Fue más lejos aún: en un intercambio de trinos con el embajador de Israel en Bogotá, Dali Gaban, el jefe del Estado dijo: “Ya estuve en el campo de concentración de Auschwitz y ahora lo veo calcado en Gaza”.
Las reacciones al interior del país fueron aluvionales ya que no pocos son los que consideran que su talante guerrillero no es cosa del pasado y que su apego al terrorismo sigue intacto. Su cuenta de X se vio abarrotada de comentarios agresivos en su contra. La primera en asumir la defensa de Israel fue la exsenadora Ingrid Betancourt, quien aseguró que “Gustavo Petro se desenmascaró. Su defensa de Hamás revela los favores de campaña que sigue debiendo. Recursos oscuros lo llevaron al poder, según relato de su propio hijo. Su alianza con los regímenes sanguinarios, mafiosos y terroristas lanzan a Colombia por el despeñadero”. Betancourt fue víctima directa del terrorismo en Colombia al haber permanecido 8 años en cautiverio en manos de la guerrilla de las FARC en las selvas colombianas. Nadie más calificado para defender la causa de las víctimas de tales desaguisados.
Pero el asunto va a más: Colombia ha tenido a lo largo de los años una política de acercamiento frente a Israel que el mandatario no puede desconocer. A la vez, hay que señalar igualmente que el país vecino reconoce al Estado Palestino desde los años del gobierno de Juan Manuel Santos. Ambas posiciones han convivido por años. Lo que es inadecuado es que las opiniones personales de quien funge hoy como presidente se expresen, a menos que estén en total sintonía con su Cancillería, a quien corresponde emitir una posición cuerda y geoestratégicamente válida en torno a un asunto de impacto global. Otra cosa es realmente peligrosa a la hora actual.
En lo internacional, el Congreso Judío Mundial consideró la posición de Petro un insulto a 6 millones de victimas del holocausto y al pueblo judío. Estados Unidos no esperó para fijar posición. Fue el embajador norteamericano en Bogotá quien posteó el trino de la embajadora de su gobierno a cargo de los asuntos antisemitas, Deborah Lipstadt, quien, dirigiéndose al presidente, escribió: “Condenamos enfáticamente sus afirmaciones y le solicitamos que condene a Hamás, una organización designada como terrorista, por los crueles asesinatos de hombres, mujeres y niños israelíes”.
La condena estadounidense no le viene bien al gobierno colombiano en un momento en que las históricas alianzas colombianas con ese país están siendo puestas en tela de juicio por el presidente. El Tratado de Comercio entre los dos países ha sido puesto, también, en la picota.
Tampoco suma a su favor compartir este tipo de criterios y de causas con Nicolás Maduro, quien hoy goza de la peor reputación como autócrata y de un rechazo generalizado en la escena internacional.
Nada bueno le agrega el presidente a la visibilidad externa de Colombia con sus estridencias. Quien siembra vientos, recoge tempestades, dice un sabio adagio. Flaco servicio le hace esta figura a su país. La sede de la Embajada de Israel en Bogotá ya amaneció decorada con grafitis de odio. Comienza una deriva que no va a resultar en algo positivo para los vecinos.