Cuando Gustavo Petro dejó su puesto en la alcaldía de la capital colombiana, las encuestas midieron su índice de desaprobación y este era de 58% de los ciudadanos. No había pasado mucho tiempo cuando concurrió a las presidenciales y allí fue el único, aparte de Iván Duque, en lograr pasar a la segunda vuelta.
Los resultados los conocemos de sobra y también la empinadísima cuesta que le ha tocado enfrentar a quien llegó con poca experiencia administrativa a la Presidencia de Colombia hacen ya 2 años. Pero el exguerrillero del M-19 no ha perdido un día de su tiempo para valerse de las dificultades que las circunstancias le pusieron enfrente como reto al mandatario actual para ganar fortaleza: en primer lugar, el agotamiento inherente a tener, “per forza”, que poner en ejecución un Plan de Paz y un esquema de Justicia para la Paz adversados por la mitad de sus compatriotas, el fortalecimiento de la disidencia de las FARC como fuerza de combate guerrillero, además de la comandita estratégica del ELN con el gobierno vecino, la invasión de casi 2 millones de venezolanos hambreados y repletos de necesidades y la pandemia del coronavirus con su secuela de problemas sanitarios y económicos. Todo ello mantendrá al inquilino del Palacio de Nariño en jaque por el resto de su período constitucional.
Algunas de estas circunstancias sobrevenidas, ajenas al accionar gubernamental, han sido ideales para trabajar a favor de implosionar al gobierno de Duque, para magullarlo, para ponerlo en juicio frente a la población más impactada que es la más pobre. En esto se ha vuelto un experto este as del populismo, quien, al conectar bien con las clases más débiles, se empeña en hacerles creer –y lo logra en parte– que él es uno de los suyos y uno capaz de entender sus inmensas necesidades.
Si nos retrotraemos a sus ofertas electorales del año 2018 nos asombraremos de lo que era capaz de urdir como plan para concebir y prometer la ilusión de una nueva Colombia agraria, desvinculada del petróleo, de la minería y de la industria para dale cabida al campesinado olvidado por todos los gobiernos.
Sus ejecutorias al frente de los cargos ejercidos no han podido ser más anodinas y banales, aparte de haberse singularizado como un individuo incapaz de aglutinar un equipo de colaboradores a su alrededor. Con una fama de déspota bien ganada, este líder de las izquierdas radicales en lo que sí ha sido bueno es en fraguar una alianza fuerte con el castro-chavismo. Este género de colaboradores le será útil en el montaje de una estrategia comunicacional plagada de populismos para una nueva candidatura, aun cuando ni Cuba ni Venezuela podrán meterle el hombro en el terreno de lo económico.
A año y medio de distancia, aun no es posible definir la baraja del próximo proceso electoral colombiano, pero los candidatos de la derecha ya empiezan a dibujarse. Con un difícil panorama económico como el que se está presentando y con la pobreza en ascenso como corolario del coronavirus, el discurso para recuperar el músculo perdido de Gustavo Petro –único candidato seguro para 2022–, deberá ser polarizante y, de nuevo, se tornará el más populista de todos y defensor de los afectados. Su mensaje “antiestablishment” le puede ganar afectos entre los jóvenes y las clases desfavorecidas, pero hoy muchos de sus seguidores no solo lo tildan de tóxico, sino que estiman que ese estilo es un punto en desfavor en un país como Colombia en el que las ansias de paz son superlativas como en ningún otro.
Lo que puede favorecerlo nítidamente es la incapacidad de Duque de revertir el curso de desfavor de las encuestas en lo que respecta a su propio desempeño. Esta situación va a penalizar a todas las fuerzas políticas de derecha, no cabe duda, y puede ser el escenario más adecuado para que Petro pesque en río revuelto, como sin duda sabe hacer.
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