Transcurridos casi ocho meses del año 2023, es posible dibujar algunos de los contornos de lo que ha sido el comportamiento de la economía en lo que va de año, y también, por qué no decirlo, tener un panorama más claro de lo que el sector gremial y empresarial está buscando con sus acercamientos al gobierno venezolano.
Sobre el primer tema son pocas las novedades que mencionar. La ralentización de la economía ha traído un clima de pesimismo sobre el futuro financiero de la nación. No es que antes hubiese una situación significativamente distinta, porque los males estructurales eran los mismos, pero los primeros meses de 2022 trajeron consigo una ilusión de transformación que algunos empresarios vieron con buenos ojos, y ello incidió en una actitud más proactiva hacia la economía venezolana. Más planes de inversión y expansión. Llegó agosto de 2022 y el espejismo se vino al traste: IGTF, depreciación del tipo de cambio, política monetaria y fiscal errática.
De ese choque de agosto de 2022 no hemos logrado salir. Y difícilmente saldremos en lo inmediato porque los pocos votos de buena fe que podían darse al ambiente de negocios en el país quedaron sepultados con ese nefasto último trimestre del año anterior. Además, al menos por la vía de los hechos, el sector “pragmático” del gobierno parece haber perdido protagonismo, y los dolientes del socialismo hardcore han vuelto a sus andanzas. Así que si había alguna expectativa de girar hacia un modelo autoritario con apertura económica, pues la realidad ha dado a entender que no. Que por allí no es. Queda por ver si los radicales en medio de su delirio deciden imponer (reaplicar) de nuevo controles de precios y avivar la llama antiempresarial.
Por supuesto, el chavismo de hoy no es el mismo de hace dos décadas. Y existe una nueva casta de chavismo empresarial (es un eufemismo) que no va a dejar arrebatarse tan fácilmente lo acumulado en revolución. Por supuesto, este empresario, si es que así puede llamarse, no piensa en términos de pérdidas y ganancias, poco le importa lo que es un EBITDA, los indicadores de gestión o las bases de una planificación estratégica. Es probable que haya acumulado capital por su buena relación con el poder, o, de forma mucho más directa, sea el testaferro de la casta de gobierno en la cual se entremezcla una jungla de militares, ministros, funcionarios medios y altos que por barnices regulatorios no pueden aparecer como dueños de empresas y necesitan figuras decorativas que estén allí para emular la legitimidad empresarial.
Dentro de ese entorno también se encuentra parte del empresariado tradicional, representado y agrupado en los distintos gremios que hacen vida en el país. Ya desde hace algunos años el sector gremial venía coqueteando con la idea de acercarse más al gobierno. Y, en efecto, esto es algo que se ha logrado. Reuniones, conferencias, fotos para la galería. En privado, se reconoce que es poco lo que se ha logrado con esas reuniones, más allá de tener el número de Whatsapp del ministro de turno. Esto era algo previsible: son muchas las barreras ideológicas y grupos de presión a vencer para que realmente haya cambios sustanciales.
¿Usa el gobierno a los gremios? ¿Usan los gremios al gobierno? El tiempo dirá. Lo cierto es que al menos en mi caso, veo con escepticismo que todo ese acercamiento logre realmente llevar a un puerto constructivo, más allá de la politiquería. Y a medida que pasa el tiempo, y que no se ven resultados concretos, el empresario ve con preocupación que tanta “reunidera” termine por llevar a nada. Desde luego, habrá quien diga que es mejor chatear con el ministro que tenerlo anunciando expropiaciones. Pero al final, en la práctica, la conclusión inevitable es que sin acuerdos políticos profundos, ni el mejor grupo de Whatsapp con la crema y nata del chavismo va a lograr reestructurar los pilares institucionales que requiere la economía venezolana.
Y no nos llamemos a engaño. De lo poco que ha trascendido de estos encuentros se desprende una visión de protección empresarial, de nacionalismo económico, que no pinta nada bien. Las mismas medidas que, por cierto, hicieron que Venezuela dejase de ser competitiva en las décadas de 1960 y 1970, y terminase en la bancarrota durante los 80’s, desencadenando en 1990 una de las décadas de inestabilidad política e institucional más importantes de nuestra historia. Hechos históricos que, por cierto, condujeron a nuestra decadencia actual, y que tendemos a olvidar o pasar por alto precisamente por la magnitud de lo que se ha vivido en este milenio.
Así las cosas, el horizonte, en el mejor de los casos, se ve gris y nublado.