El pesebre, cuya historia se remonta a una feliz iniciativa de san Francisco de Asís, es una de las expresiones salientes de la religiosidad popular cristiana en nuestro país, de cuyo inventario merecen citarse dos corianas: la Feria Popular del Pesebre, que se celebra en los inicios del tiempo de Adviento y el Museo del Pesebre, único en Venezuela.
La configuración del pesebre es multiforme, desde los grandes que ocupan a veces toda una casa o amplios espacios públicos, hasta los micro pesebres, de reciente aparición, colocados también de modo permanente en oficinas y lugares más privados.
En décadas recientes han proliferado los árboles de Navidad, costumbre importada del norte, el cual ha arraigado bastante entre nosotros y que no debería excluir el pesebre, sino más bien-como está sucediendo a menudo- incorporarlo armónicamente.
Como una feliz novedad comienza a difundirse el llamado pesebre navideño, en dos modalidades: micro y macro. Lo específico del mismo consiste en la introducción del triángulo equilátero como símbolo del Dios revelado por Cristo: la Santísima Trinidad, es decir, el uno y único Dios en la comunión de las personas de Padre, Hijo y Espíritu. Dentro de las religiones monoteístas, el cristianismo se identifica por la fe en esa interrelación personal, bellamente sintetizada por la definición del apóstol y evangelista Juan: “Dios es amor” (1Jn 4,8).
Volviendo a lo de modalidades, el micro pesebre trinitario es una representación muy pequeña de la Sagrada Familia y su entorno inmediato dentro de un diminuto triángulo. La elaboración de las figuras sigue las formas artísticas tradicionales, pero también está ofreciendo otras más estilizadas. Es un pesebre que se suele conservar en pequeños espacios como se dijo más arriba y desafía a una hábil creatividad. El macro pesebre trinitario es el de la flexible amplitud tradicional, en el cual lo nuevo y específico consiste en que la gruta se enmarca en un triángulo equilátero.
La presente información del pesebre trinitario se ofrece no sólo como información de algo novedoso, sino como viva recomendación de algo conveniente y, más aún, necesario ¿Por qué? La razón es el carácter trinitario (trinitariedad) de la Navidad. Jesucristo no se entiende solo: es el Hijo de Dios venido a este mundo como Salvador y dador, junto con el Padre, del Espíritu Santo. La salvación y plenitud definitiva de la humanidad es obra de la Trinidad. Y Jesús es el regalo máximo de Dios Amor.
La Navidad con su explicitación trinitaria ayuda a profundizar con mayor hondura en el misterio de Dios, cuya comprensión quedó muy empobrecida por el Iluminismo o Ilustración (pensamiento dominante en el siglo XVIII), que reducía a Dios, a un Infinito omnipotente solitario, creador, pero lejano, ajeno a la historia. También en el ámbito mismo de la Iglesia la Trinidad se quedó en una aceptación de principio, en la confesión de fe manifestada en la oración del Credo, pero ordinariamente sin mayores desarrollos y consecuencias. Una de las manifestaciones de la renovación teológica en nuestro tiempo es lo que suele denominarse -aunque impropiamente- como “recuperación” de la Trinidad. Expresiones concretas de ello han sido la exposición del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia como Pueblo de Dios congregado por la Trinidad, junto al desarrollo ulterior de una teología y una espiritualidad “de comunión”. En el marco de la fe en Dios Trinidad-Amor se entienden el porqué del mandamiento máximo explicitado por Jesús, las exigencias solidarias de la Doctrina Social de la Iglesia y la naturaleza societaria de la plenitud definitiva (polis santa de la Jerusalén celestial).
El pesebre trinitario se justifica, pues, no como un discreto enriquecimiento de la tradición milenaria, sino como una intelección y expresión integrales del pesebre en cuanto representación completa del misterio de la salvación, que es la intervención liberadora y comunional de Dios Trinidad en la historia de la humanidad.