OPINIÓN

Pesadilla antes de Navidad

por Julio Moreno López Julio Moreno López

“ Déjanos andar en esta ciudad sin viento. Caminaré hasta que el invierno me alcance “. ( The swing of things. A-ha  ).

Definitivamente, nos ha atrapado el invierno. Para mí, sin duda, empiezan los meses de la melancolía. Que quieren que les diga; yo nací el cinco de agosto. Soy de verano. Estoy hecho para el calor, para los días luminosos y largos, para la gente en la calle y las terrazas abarrotadas. Yo, en invierno, me mustio como una flor en un jarrón.

Muchas veces me he preguntado por qué no soporto el invierno. Puede que tenga relación con el frío, que tampoco llevo bien. O puede que tenga que ver con mi vertiente más social, que no soporta ver las calles vacías y oscuras a las seis de la tarde. Puede ser, también, que el invierno me traiga, en su helado viento, el augurio de la pérdida, el murmullo de los que ya no están.

No es el invierno una estación feliz. Para mí, particularmente, lo único bueno que me ha traído el invierno son mis tres hijos. Si, ya sé que ya es suficiente, pero bien mirado, si atendemos a sus fechas de nacimiento, todas invernales, esto puede querer decir que ni siquiera follo en invierno. Lo dejo para mejor ocasión, que con el frío hay ciertas cosas que no funcionan como es debido.

También mis padres y mi mujer nacieron en invierno, pero estas cosas son sobrevenidas.

Incluso para el ocio, el invierno es enormemente limitado, a no ser que te guste esquiar, por ejemplo. Nunca le he visto la gracia a los deportes de invierno. Para mí, el mejor momento del día, cuando voy a la nieve, es cuando, por fin, abandono la nieve y me voy a un asador. Si puede ser con chimenea, mejor. No le veo la ventaja a andar con los pies empapados y el pantalón también, forrado como una cebolla con mallas, camiseta térmica, jersey, cazadora, guantes y gorro. Donde esté salir en chanclas, con bermudas y una camiseta, que se quite Formigal.

Luego, están los bares. Qué quieren que les diga, pero a mí, a cero grados, no me apetece una cerveza helada. Recuerdo que, en un viaje a Viena, probé ese mejunje que ellos beben para el frio, consistente en vino caliente con especias, el cual suelen acompañar con una galleta de chocolate. A mí, el domingo, a la hora del aperitivo, un camarero me pone una galleta de chocolate y salimos en el periódico. Y el vino con especias, para los austriacos. Pero, la verdad es que en invierno, aparte de un tinto, ¿que puedes pedir en un bar?, ¿un caldito? Para eso me quedo en casa.

Será por eso que ahora, en ciudades como Madrid, las terrazas permanecen activas durante todo el invierno. Yo, cuando voy por mi barrio y veo a la gente sentada en una terraza, con la bufanda, los guantes de lana y una manta por encima, siempre pienso “ ¿ pero estos, no tienen casa ? “. Sinceramente, cambio el golpe por el coscorrón, como dice mi mujer.

Probablemente, ahora que el gobierno se está planteando prohibir, que ya era hora de que prohibieran algo, fumar en las terrazas, posiblemente la gente se dé cuenta de que las terrazas, como las bicicletas, son para el verano.

De cualquier modo, hay un tema que aún no he tocado; podría decir que para no herir sensibilidades, pero la verdad es que, en según qué materias, a mi herir sensibilidades me la trae al fresco. En mi caso, el problema de fondo, es que no me gusta nada la Navidad. En serio, podría decir que odio la Navidad. No la Navidad en si, como período católico de celebración, sino la parte laica, la parte pagana. Eso de ir a cenar, a comer, a hacer el aperitivo un día si y otro también, con la obligación de ser feliz y de manifestarlo públicamente, cantando villancicos o poniéndote un estúpido gorro rojo en la cabeza, o aún peor, las dos cosas a la vez, es algo que me produce una desazón que no se calma ni con dos pastillas de Orfidal.

Es que hay que ser feliz por huevos, cuando yo, como realmente soy feliz, es a cuarenta grados al borde del mar, o metido en él.

Es una suerte que en España, a pesar de la absoluta falta de personalidad que hemos demostrado importando gilipolleces como Halloween o el black Friday, todavía no se haya generalizado el tipo vestido de Santa Claus, con la campana y el saco. A mí se me acerca un Santa Claus con la campanita y estoy seguro de que la confundo con la campana de Ring y me lio a puñetazos. Os lo advierto. En mi perfil tenéis mi cara, para no acercaros, gordos barbudos.

Puedo entender que haya gente que adore la Navidad, en la misma medida que hay gente a la que le gusta que le aten, le vistan de cuero negro y le den con una fusta. Hay gente para todo. Pero donde esté un chiringuito, al pie del mediterráneo, disfrutando de un mojito en chanclas y bañador, que se quite el árbol del Rockefeller Center.  Al precio que está la luz, prefiero gastarlo en gas oil y pirarme a Murcia, que allí siempre es verano o, al menos, primavera.

Así que hasta, más o menos, el diez de enero, yo, si pudiera, hibernaría felizmente en mi cómoda morada, con el teléfono apagado y el Netflix encendido, rodeado de varios libros y de mi portátil, para seguir martirizándoles con mis idas de olla.

Sueño con pasar una Nochebuena en casa, en pijama, viendo alguna serie estúpida y acostándome a las doce. Sin villancicos, sin langostinos, sin cava.

Por no hacerme falta, no me hace falta ni la felicidad, que se imita muy bien con la paz y la tranquilidad.

Por lo tanto, si un día me pierdo y alguien quiere encontrarme, cosa que dudo, que me busque en un país tropical, donde el invierno se disfrace de verano. La vida en chanclas.

De cualquier modo, si por algún extraño motivo a ustedes les gusta la Navidad, sean felices.

Y procuren no atragantarse con una uva, que no sabemos donde la tenemos.

@julioml1970