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Perú, entre la derecha y la izquierda (I) 

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La profunda crisis histórica que enfrenta actualmente el Perú, caracterizada por un permanente desconocimiento de la Constitución Nacional, un constante enfrentamiento entre los poderes públicos, y un continuo señalamiento de hechos de corrupción atribuidos a la dirigencia política, no puede explicarse si antes no se analiza, por lo menos someramente, el régimen autoritario de Alberto Fujimori. Electo democráticamente en 1990, propició un autogolpe de Estado, en 1992, al desconocer la legitimidad del Congreso Nacional y convocar a un Congreso Constituyente Democrático con el fin de redactar una nueva Constitución Política, en 1993, que, entre otras cosas: instauró la reelección presidencial por segunda vez, estableció la aplicación de un plan de ajuste neoliberal, que permitió controlar la hiperinflación, e inició  un proceso de recuperación de la economía peruana realmente sorprendente. Al mismo tiempo logró derrotar a Sendero Luminoso, un grupo terrorista de extrema izquierda, utilizando procedimientos no convencionales e implantó un gobierno al servicio de sus intereses personales y políticos.

Al inicio de la campaña electoral de 1990, Alberto Fujimori era percibido como un candidato marginal y anecdótico que apenas despertaba algún interés por su origen japonés, pero el lema de su partido “Cambio 90” “Honestidad, Tecnología y Trabajo” y su ofrecimiento de transformar la ética política y a los partidos tradicionales, empezaron a impactar positiva y progresivamente en la opinión pública. El apelativo de “el Chino”, que le endilgaron sus escasos seguidores, lo aceptó ya que le permitía resaltar su ascendiente no europeo, y por tanto mestizo, en contraposición al “blanquito pituco” como despectivamente se apodaba a Mario Vargas Llosa, candidato del centroderechista Frente Democrático (Fredemo). Todas las encuestas favorecían a Vargas Llosa, pero Alberto Fujimori, con un carisma inesperado y un verbo encendido, empezó a fortalecerse en los sectores populares. En la primera vuelta electoral, Fujimori sorprendió al alcanzar el segundo lugar con 29,1% de los votos, 3 puntos menos que su rival. Ese fortalecimiento de su candidatura se consideró  como un voto de censura, sin precedente, a la clase política que no mostraba ninguna intención de cambio.

Durante la campaña electoral para la segunda vuelta, la figura de Alberto Fujimori continuó creciendo en popularidad hasta lograr arrasar, en las elecciones del 10 de junio de 1990, al obtener 62,5% de los votos. Su gobierno se percibía difícil. El resultado de las elecciones legislativas presentaba un complejo panorama: el Frente Democrático alcanzó la primera minoría en ambas cámaras con 20 senadores y 62 diputados, el partido aprista (APRA) obtuvo la segunda minoría con 17 senadores y 53 diputados, mientras Cambio 90 ocupó el tercer lugar con apenas 14 senadores y 32 diputados. Gobernar exigía lograr una alianza con alguna de las otras fuerzas políticas, circunstancia que se observaba casi imposible de alcanzar. El Perú, al finalizar el primer gobierno de Alan García, enfrentó una de las etapas más críticas de su historia, al encontrarse en medio de una profunda recesión económica caracterizada por una incontrolable inflación, una total caída en las reservas internacionales, un creciente aislamiento de la comunidad financiera internacional y un aumento en el desempleo en medio de una incontrolable guerra interna.

Esa grave situación hizo que Alberto Fujimori planteara dos objetivos fundamentales para su primer gobierno: generar una política de shock que le permitiera superar la grave situación económica y enfrentar militarmente el proceso subversivo de Sendero Luminoso. El primer objetivo lo logró con una política neoliberal conocida “el Fujishock”, la cual consistió en controlar la hiperinflación que, solo en ese mes de agosto de 1990, había superado el 397%. El control de precios disimulaba las altas tasas inflacionarias, pero incrementaba el déficit fiscal haciéndolo inmanejable. El gobierno de Perú se había visto obligado a consumir totalmente sus reservas internacionales. Por otra parte, la lucha contra la subversión también fue exitosa. Sendero Luminoso, grupo insurgente maoísta, había declarado, en 1990, una guerra popular prolongada, iniciando acciones terroristas indiscriminadas contra el Estado peruano y cualquier sector social. Las acciones militares empezaron a tener éxito, pero en general la opinión pública las consideró insuficientes. Esa percepción cambió totalmente después de la captura de Abimael Guzmán, máximo líder de la subversión, acción que fortaleció el respaldo popular del régimen y facilitó el éxito de las acciones militares. La derrota de Sendero Luminoso se hizo una realidad.

Hacer un balance de los gobiernos de Alberto Fujimori es muy difícil. La controversia sobre su éxito o fracaso se mantiene sin que, con el pasar de los años, se haya llegado a una conclusión definitiva. En mi criterio, sus dos primeros gobiernos fueron exitosos en la reorientación y conducción de Perú por un camino de modernización y desarrollo, pero  también, creo que cometió tres graves errores: imprimir a sus gobiernos un exagerado personalismo, no entender que en la guerra, los derechos humanos son limitantes necesarios en el empleo de la violencia y no combatir la corrupción. Su empecinado personalismo no le permitió reconocer que cualquier cambio político, para ser estable, exige una dirección  colectiva. Al ignorar esta realidad, decidió aspirar a un tercer período presidencial violando la Constitución Nacional. Su candidatura fue rechazada por los partidos de oposición, pero la mayoría oficialista del Congreso aprobó, en 1996, de manera abusiva, la “Ley de Interpretación Auténtica de la Constitución” que la aceptó. El escándalo de corrupción de su asesor Vladimiro Montesinos exigía tomar firmes medidas para combatirla.  No lo hizo, apareciendo como beneficiario de esos hechos ilícitos. Esa conducta, y las duras críticas de algunos sectores por las violaciones a los derechos humanos, son las  causas de su actual enjuiciamiento y prisión y constituyen, según creo, factores fundamentales de la inmanejable crisis política peruana. En mi próxima entrega explicaré las razones de esta afirmación.

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