Entre la espesura de los antiguos mitos de los montes de Arcadia, se cuenta que había entre las hamadríades -ninfas de los árboles- de la ciudad de Nónacris una náyade de afamada reputación, a quien las ninfas llamaban Siringa. Poseedora de una etérea y subyugante belleza, muchas veces debió sortear el acoso de los sátiros o de algunos de los otros dioses que se encontraban en esas tierras, quienes, en arrebato pretendían poseer al sublime ser. Siringa, como fervorosa seguidora de Artemisa, igual que la diosa guardaba su virginidad y la pureza de su cuerpo. Cierta tarde, cuando el Sol bañaba a los campos, Pan la vio y reconoció a Siringa cuando regresaba de cacería del monte Liceo. Tal era la belleza de la náyade que enloquecido, la procuró primero con dulces palabras y luego con desbordada lujuria; esta, despreciando los halagos del dios, emprende una desesperada huida por intrincados parajes hasta llegar a la plácida corriente del río Ladón; en un agónico intento por escapar se lanzó al cauce, solo para descubrir que las aguas le cerraban el paso. En pánico suplicó a sus hermanas, las ninfas del río, que la ayudaran; estas compadecidas ante el temor de aquella, la auxiliaron y al último momento, cuando el desbordado Pan ya estrechaba a Siringa, fue transformada y este acabó teniendo entre sus brazos en vez del cuerpo de la ninfa, un cañaveral. Al exhalar, el agitado aliento del dios, atravesó los bejucos, produciendo un precioso sonido, sereno como el melancólico clamor del viento. Cautivado por la dulzura de las notas, el dios arrancó las cañas y las unió con cera de abejas, llevándose para siempre en esa forma a la hermosa ninfa. Así, el instrumento hecho de juncos conserva el nombre de la grácil muchacha que hoy conocemos como Siringa o flauta de Pan.
Desde que fueron oficialmente establecidos por el papa San Gregorio (Roma 540 -Ibíd. 604), los pecados capitales son parte de todo el entramado de la religión y la fe; se les considera la cima desde donde se precipitan otros pecados. Posteriormente su relevancia cobra importantes dimensiones en lo cultural y sociológico. Como tema, en la pintura, la escultura, la literatura, la música y en un sinnúmero de disciplinas, existe una extensísima obra relacionada con ellos. El hombre moderno ha tratado sobre estas pecaminosas pasiones, por ser los motivos recurrentes de profundas discusiones. Una de las más controvertidas materias que giran en torno a estos pecados, es el de la lujuria.
La palabra lujuria viene del latín luxuria que significa abundancia – extravagancia, y esta a su vez proviene de luxus, dislocado, que derivó del verbo luctari (luchar), posteriormente la palabra se divide en dos semánticas: lujo (opulencia de lo que no se necesita) y vicio (exuberancia en el apetito carnal). Luxuria en el latín nunca hizo referencia al deseo libidinoso desatado, sí al derroche y pompa desmedida, que era mal visto por los romanos. Lascivia si registra una connotación más acorde con el desenfreno erótico. Es San Agustín (Tagaste 354 – Hipona 430) quien identifica a la riqueza y adorno excesivo como una pecaminosa manifestación del deseo sexual y comienzan a crearse vocablos como luxuriator (el que vive de la prostitución), que van a darle forma a lo que actualmente se conoce como lujuria.
El desmesurado antojo erótico ha estado presente en todas las culturas, desde el simbolismo esparcido en las sociedades a través del arte a la ostentación sobrenatural en las diversas religiones. El rompimiento de los cánones morales y la ausencia de decoro han sido recogidos a lo largo de la historia y nos señala como la fogosa pasión siempre ha sido un punto discordante y polémico para la gente. Algunas representaciones religiosas anteriores al surgimiento del monoteísmo cristiano conviven en el imaginario, sobreviviendo al paso del tiempo: en el hinduismo conseguimos a la diosa Rati, ligada a la pasión y el placer sexual, quien es esposa de Kamadeva, dios que rige el amor. Tlazoltéotl es la divinidad huasteca de las relaciones ilícitas, Señora del sexo y de la transgresión moral; paradójicamente para la mitología mexica se le consideraba una deidad que limpiaba los pecados. En el mundo helénico además de Pan, impúdico todopoderoso de la fertilidad, está Príapo, deidad vinculado a los órganos sexuales, la obscenidad y el coito. En la mitología germánica destaca Freyr quien personifica al dios fálico de los placeres genitales. En la China milenaria Baimen Shen es reconocido como el padre de la prostitución y los burdeles y Hu Tianbao es la figura del cariño homosexual. En el antiguo Egipto se veneraba a Min, creador del culto lunar y de la fertilidad, quien era asociado a la fuerza vital de la naturaleza. Un nutrido número de ejemplos nos ilustran como el deseo, la sexualidad y el placer se cruzan para entremezclar lo terrenal y lo divino. Rebatible o no, la impudicia y el goce son parte de la humanidad desde sus orígenes.
En el presente, acentuados cambios han roído las estructuras que se erigieron como normas; hoy están casi extintos los preceptos con las que nuestras sociedades de América -católicas y de herencia ibérica- ponían acentuadas reglas sobre la manifestación sexual. De orientación conservadora y con una preponderante influencia religiosa, en la familia existía un acatamiento a un secular orden donde la castidad y el prurito conformaron muchos de los patrones culturales que hasta hace poco regían nuestro accionar en la sociedad. La construcción de íconos con una marcada banalización de la sexualidad, una distorsión de lo que significan las relaciones interpersonales, junto a la exaltación de valores donde prive el materialismo por encima del ser, ha erosionado los principios. Esto ha resultado en la conversión de en una sociedad decorosa que ha dado un salto desordenado desde unas bases y costumbres a un aberrado espejismo. Se puede inferir que estamos dejando atrás unos férreos, prejuiciosos y discriminantes estigmas por una imprudente, superficial e irresponsable comprensión de la sexualidad en la vida. Pareciera que dos fuerzas nos conducen, una vez más, a posicionarnos a los extremos.
Es importante que hagamos una reconversión de la forma como establecemos el significado de la sexualidad en el colectivo, fomentando consciencia y desde los hogares establecer lineamentos que ayuden a que en el futuro mujeres y hombres se aproximen a este tema desde la integridad. El gozo del placer no debe ser restrictivo pero si responsable: el sexo y la lujuria no son una moda, ni temas que deban ser explotados mediocremente en la música o en los medios audiovisuales. Debe ponerse extrema atención en la cada vez más frecuente sexualización de los niños y reeducar a los padres en un tema que se avizora como un mal de alarmantes consecuencias. De acuerdo con el filósofo Emmanuel Kant quien ama a alguien movido por un deseo netamente sexual, no involucra realmente los afectos sino que esto es una satisfacción de su propia dicha sin importar la desgracia que esto cobra en el otro. La lujuria completamente mal interpretada convierte en un objeto a la otra persona que se desea.
Sería beneficioso que no solo para las relaciones intimas, sino como ciudadanía, tengamos presente lo que conocemos en La retórica de Aristóteles como Phatos: emoción, sensaciones, sentimientos, involucramiento y empatía. La razón no impone arquetípicamente conceptos, sino que libera los espacios y se genera el entendimiento. Si algo está demostrado es que no se debe limitar las inclinaciones pasionales, pero, sí invitar a interiorizar el deseo, dado que los sentimientos no deberían estar reñidos con nuestras acciones. Los sentimientos deben ser el resultado de principios racionales universales, un fundamento moral que debemos establecer entre las personas es el bien actuar; hacer el bien por el bien mismo, nos engrandece como individuos y condiciona positivamente para un buen querer. La importancia de tratar al prójimo como a ti mismo es la mejor manera de despejar las perturbadoras distorsiones que se tienen del amor.
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