OPINIÓN

Pertenezco a la vida

por Rodolfo Izaguirre Rodolfo Izaguirre

¿Qué decía Roland Barthes, en Fragmentos de un discurso amoroso, sobre los amigos y la amistad? Decía que como una mala sala de conciertos donde el sonido no circula, los espacios afectivos tienen rincones muertos. El interlocutor perfecto, es decir, el amigo, construye en torno nuestro la mayor resonancia posible. Por eso, Barthes propone una definición de la amistad como “un espacio de sonoridad total”.

Un bello espacio difícil de llenar con sincera o verdadera amistad porque nos obligaría a enfrentar, vencer o superar a la muerte. Ser uno capaz de dar la vida por el amigo, de sacrificarse por la amistad. ¡Sería una dura prueba! ¡La mayor demostración! Llenar rincones muertos en los que los afectos han desertado huyendo cobardemente, saltando por las ventanas y cayendo al vacío.

A veces, la amistad vale más que el amor que enlaza los cuerpos; acaso resulta más duradero porque no se apoya o se justifica en el sexo sino en los latidos del corazón y en la solidaridad. Ocurre, (¡y es alcanzar la gloria!), que la pareja sobreviva al tiempo y al furor de los primeros años; vaya más allá de los revolcamientos, del sudor y de la alegría del cansancio; llegue a la cumbre del mayor de los éxtasis y de los deslumbramientos. Entonces, la batalla de los cuerpos comenzará a declinar, a embellecerse de manera inesperada, a transformarse en una relación que carece de nombre porque eclipsa la amistad. Con el amor se destruyen temporalmente el Yo y el Tú y nace el Nosotros porque el Uno se funde en el Otro, se hace un todo, una energía que también puede mantener oculta la disolución, el odio y la venganza. Pero si la pareja vence al tiempo y a sus propias circunstancias verá asomarse el verdadero rostro y el resplandor del amor satisfecho. Y la frase de Albert Camus restablecerá su absoluta veracidad: ¡amar es envejecer juntos!  Me ocurrió con Belén Lobo, mi mujer.

Tuve muchos amigos pero en la hora actual lo que tengo son más años y menos amigos. Dolorosamente, muchos han desertado con la complicidad de la Muerte. ¡No me permitieron dar yo la vida por ellos! De mis siete hermanos, pongamos  por caso, solo quedo yo para decirlo. Tengo sobrinos, primos cercanos y lejanos, pero los veo poco. Es una fórmula mágica para que la familia exista y se mantenga unida. Me encontraba con mis hermanos dos o tres veces al año, sosteníamos gratas conversaciones y nos abrazábamos. Recuerdo al jesuita Mikel de Viana exclamar en la plaza de mi comunidad: “¡La familia es un peo permanente!”. Ver a la familia una o dos veces al año es razonable. En cambio, sentimos mas llevadera la familia que vamos adquiriendo. Veo, converso, paso más tiempo con mi amigo que con mi hermano más cercano. Sin embargo, he perdido a muchos viejos compañeros que creía eran amigos. Me refiero a los que quedaron anclados en el sarampión comunista juvenil y se volvieron adictos al chavismo y siendo poetas de altos vuelos no vacilaron en cuadrarse ante el comandante oscuro y ominoso y decirle:”¡Ordene, Comandante!” o afirmar que hoy el mejor poeta venezolano es Hugo Chávez. Dejaron de ser los amigos que tuve en el mundo de la cultura: cineastas, poetas, intelectuales y artistas plásticos. Dejaron de frecuentar mis pasos que igualmente eran los pasos suyos y no los volví a ver. Tienen, desde luego, el derecho de ser comunistas, chavistas o madurista pero no puedo explicar, aceptar o perdonar que sean Rigolettos del sátrapa. Mi caso no es único, pero el hecho es que dejaron de ser mis amigos porque cada vez que Chávez se ofuscaba llamándonos escuálidos, fascistas, traidores o vendepatrias en ningún momento alzaron la voz para decirle al caudillo que el fascista era él; decirle: Comandante, conocemos a Rodolfo Izaguirre desde hace mas de sesenta años y nos consta que no es un fascista ni ningún traidor a la patria sino un venezolano que paga los impuestos, adora al cine, está bien casado y se empeña en escribir crónicas amables.

¡Pero no lo hicieron! Dejaron que Chávez siguiera ladrando sus ofensas, decapitara las jerarquías culturales, me negara la vida y prolongara la jactancia de sus equivocaciones en la mayor catástrofe política, económica, social y cultural en la historia del país.

¡Antiguos amigos que chapoteando en el pantano de un necio socialismo permanecen callados! ¡Cómplices! No han tenido el valor de distanciarse de la perversidad y de la brutal arrogancia del narcotráfico. Doblegaron el espíritu. Disolvieron su dignidad en aguas podridas. Se alejaron de la poderosa energía del arte y sucumbieron. No los menciono porque ellos conocen sus propios nombres. Les llevo una gran ventaja porque a ellos los arrastra la Muerte, pero yo en cambio, moriré pronto porque tengo noventa años y, sin embargo, ¡pertenezco a la vida!