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Perspicacia y burla en Cuentos para una velada

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Fijé residencia en la ciudad de Mérida durante la década de los setenta del siglo XX. Tenía fama de ser la ciudad cultural y turística más importante de Venezuela, con fundados y suficientes motivos. Lo era porque la Universidad de los Andes, donde trabajé durante tres décadas, fomentaba los quehaceres intelectuales. Tenía un Centro Experimental  de Arte, Escuela de Teatro y Departamento de Cine e imprenta. Poetas y narradores con presencia en la Escuela de Letras. Dramaturgos y titiriteros con presencia callejera. El talento e interés por la creación brotaba por todas partes, como manantial. En cualquier lugar donde llegabas alguien te hablaba de pintores, escritores y teatreros. Entre tantas personas sobresalientes que conocí, estuvo Martha Estrada, quien, al cabo de un lustro, se convertiría en profesora en la misma institución de donde egresó «cum laude».

Con su libro Cuentos para una velada, Martha se unió a los maestros del relato breve que fusionan importantes elementos de la narrativa para sacudir las conciencias a los lectores, y también a escritores, quienes ya experimentamos las vicisitudes que nos deparaba el alba del naciente siglo XXI. El humor, el cinismo, lo maléfico, lo libidinoso, lo absurdo y la mofa, son algunos de los elementos más fuertes explícitos en su prosa. Cito tres de ellos: “El olor”, donde lo macabro y lo morboso dan un toque magistral a la narración. “La hamaca” es un extraordinario ejemplo del manejo del humor negro: -«Algo tenía esa hamaca. Todo el mundo quería probarla, los de la casa y también las visitas. Ya la hamaca era famosa en la ciudad y, semanas después, empezó a llegar gente de todo el país. Por último, se enteró el Papa y con toda su comitiva se hizo presente para probar la hamaca. Cumplida la prueba, se dirigió a la multitud que aguardaba su veredicto y dijo: Ociosos». La mezcla de lo libidinoso y la moraleja se capta, perfectamente, en “El borracho”: un hombre que es violado por un inesperado joven para cambiarle el curso de su existencia o transportarlo hacia otra razón suficiente, razón perversa de la humanidad de la que formaba parte. Estrada sabe que el short story (tan admirado por cineastas como Steven Spielberg) exige un esfuerzo riesgoso de inteligencia sinóptica.

Si no tiene la fuerza persuasiva de un aforismo, el cuento corto lucirá fatuo. En los textos de Martha Estrada percibo una fluidez escritural nutrida de perspicacia y burla, empero siempre iluminada por un discurso o anécdota que busca y consigue provocarnos un impacto a juzgar por el talento que le imprime a los cuentos desde sus comienzos. Tan difícil es trabajar el cuento corto que no tiene la abundancia de cultores que exhibe la poesía en América Latina. En nuestro país, los hacedores de shorts stories mantienen una preeminencia indiscutible.

El cuento no es una novela “en grado de frustración”, como algunos sarcásticos afirman. Exige tanto como su más robusta hermana, y sus desafíos para interesar a los lectores son inmediatistas. Te preparas para una trama novelesca como si se tratara de un entrenamiento psíquico, porque su rasgos episódicos. Martha Estrada reside actualmente en Italia, los trágicos sucesos políticos-económicos que experimentamos en la que fue nuestra república nos desarraigaron y dispersaron a todos (a idos y quedados).

@jurescritor

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