La danza: de la crónica a la crítica
El inicio de la historia de las artes escénicas en Venezuela tiene como una de sus fechas oficiales el 28 de junio de 1600, cuando el Ayuntamiento de Caracas expidió por primera vez una licencia para representar una comedia el día de Santiago Apóstol, patrono de la ciudad, aunque es probable que estas representaciones teatrales se realizaran desde mucho antes, pues desde el mismo cabildo ya se anunciaban “comedias, toros, cañas y diablitos danzantes” en los días de Corpus, Santiago y San Sebastián. Así lo refirió el investigador venezolano Carlos Salas en su libro Teatro en Caracas.
La danza artística representada en el país tiene una de sus primeras y más significativas referencias histórica a comienzos del siglo XX, representada en las actuaciones de Anna Pavlova y su Compañía de Bailes Rusos, en las ciudades de Caracas y Puerto Cabello a finales de 1917. Antes de este acontecimiento, tan solo la presencia de algunas compañías de baile español y de algunos bailarines pertenecientes a compañías extranjeras de ópera, opereta y zarzuela, configuraban este arte escénico en el país.
Entre las legendarias crónicas sobre Pavlova y el ejercicio crítico de la danza surgido a partir de los años cincuenta del siglo pasado, transcurrió un largo y cambiante tiempo, en el que se desarrolló una intensa actividad que contribuyó a la conformación de esta disciplina en Venezuela, que apuntó hacia la consecución de logros profesionales en materia de danza clásica, contemporánea, tradicional popular y de expresión nacionalista.
Dentro de este panorama, el pensamiento crítico sobre la danza logró ubicarse en algunos momentos ya históricos como una actividad cierta e influyente, siendo en la actualidad un ejercicio prácticamente inexistente. En general, la crítica sobre el movimiento en Venezuela exhibe similares condiciones a las demás artes: pérdida de peso específico, luego de que se vivieron años de notable vitalidad y expansión.
Los comentarios críticos sobre la danza, normalmente asimilados a la reseña y a la crónica, surgieron desde los mismos orígenes de la prensa cultural en el país. Escritores y periodistas asumían espontáneamente esta actividad, en general con más pasión que especialización.
Fundamentales fueron los aportes del periodista José Ratto-Ciarlo, quien desde las páginas de El Nacional se dedicó a la reseña con interés de reflexivo durante los años cincuenta y sesenta sobre los desempeños del Ballet Nacional de Venezuela, compañía emblema que se debatía entre una interpretación limitada del repertorio académico universal, y una aproximación a los emergentes y estimulantes planteamientos neoclásicos que comenzaban a estar en boga; o las del Teatro de la Danza Contemporánea que promovía los ideales conceptuales y estéticos de la danza libre.
La génesis de la crítica de la danza venezolana se vincula a Ratto-Ciarlo y su labor divulgativa y analítica, así como la de Israel Peña, Rhazes Hernández López, Guillermo Feo Calcaño y Manuel Rodríguez Cárdenas, entre otros autores. Se trataba de ejercicios que mayormente vinculaban la expresión corporal y gestual con la musical y literaria.
Durante las décadas de los años setenta, ochenta y noventa la evolución de la danza escénica venezolana, trajo la profesionalización del ejercicio de la crítica de danza, ejemplificada en la aguda voz de Rubén Monasterios, orientadora en el desempeño de esta actividad, que abordaba el estudio de la obra de danza a con personal lucidez, siempre desde la perspectiva del código teatral del que hizo una reconocida especialidad.
Fueron igualmente determinantes en los ámbitos de la reseña, la poesía, la investigación histórica y la reflexión teórica, las bailarina Sonia Sanoja, así como los escritores Juan Liscano y Alfredo Silva Estrada y el antropólogo Miguel Acosta Saignes. Igualmente, Elías Pérez Borjas, Belén Lobo, Miyó Vestrini, Helena Sassone, Hercilia López, Virgilio Crespo, Marisol Ferrari y Beatriz Sanz Daboin.
Los periodistas Lorenzo Batallán, Teresa Alvarenga, Chefi Borzacchini, Rosa María Rappa, Mariveni Rodríguez, Omar Khan y Edgar Alfonzo-Sierra, destacaron por propiciar el establecimiento de la danza como fuente informativa autónoma. El ejercicio crítico encontró en Thamara Hannot un punto de vista alternativo, que asumió la danza como hecho escénico altamente especializado y lo relacionó con los procesos sociales de los que emerge. Con todos ellos, compartimos una pasión común.
Entre el edulcorado y emocional Lino Sutil, cronista de Pavlova en Caracas y el racional y aséptico Alfonzo-Sierra de los años noventa, median la distancia y los cambios de visiones del cuerpo en movimiento.