OPINIÓN

Pérez, Ochoa, Chávez: 30 años del 4F

por Antonio Guevara Antonio Guevara

Estamos frente a los 30 años del 4 de febrero de 1992. Desde ese día ha pasado mucha agua bajo el puente de la historia de Venezuela. El país ha sufrido una serie de transformaciones políticas y económicas que han impactado socialmente en el músculo de la identidad de todos los venezolanos. De todos. Una de las más importantes ha sido la presencia del permanente vivac en el día a día del país. Venezuela se ha uniformado desde el primer día de la llegada de la revolución y eso se inició desde la madrugada del golpe de Estado del 4 de febrero de 1992. Hace 30 años. El equivalente a una generación. Desde hace 3 décadas Venezuela es un cuartel y diariamente comienza sus jornadas con un toque de diana. Como en el cuartel. Uno nuevo, y ya ustedes deben haber oído y leído de lo que ha sido la tierra de gracia desde los inicios de la etapa independentista. Botas, voces de mando, orden cerrado y guerra. Tenemos 30 años con el fusil terciado.

El golpe de Estado del 4F se llevó por delante a la generación de políticos que conducía los destinos del país hasta ese entonces y que estaba representada en ese momento por el presidente de la república, Carlos Andrés Pérez, en torno a quien se nuclearon los apoyos esa madrugada de febrero. Hasta el mismo Fidel Castro en persona se puso en línea para solidarizarse con el presidente y la democracia venezolana. Esa generación la simbolizó en ese momento el hombre de Rubio y su democracia con energía, que ese día mostró todas las debilidades institucionales acumuladas durante 40 años. La ola de paracaidistas enterró con CAP todas las conquistas y los desaciertos de la democracia, iniciados a partir del 23 de Enero de 1958.

Con cada paletada de tierra de los boinas rojas se iban inhumando también los cadáveres de todas las figuras representativas de los partidos políticos más emblemáticos en ese momento, del liderazgo obrero, cultural, empresarial, medios de comunicación y militares progresistas y oportunistas. Todos asociados en esa suerte de logia de tenidas de cielo abierto y sin secreto llamada Los Notables, unos de uniforme y otros en traje de paisano y con la carpeta de los gabinetes ejecutivos bajo el brazo, esperando el llamado oportuno y el cornetazo de atención que nunca llegó desde el quinto piso del Ministerio de la Defensa en Fuerte Tiuna. Esa otra generación se quedó encuevada y agazapada. Mimetizada en el desconcierto de los eventos que se desencadenaron y sorprendidos por la operación militar. Vestida y alborotada. Algo falló y no se engranó lo suficiente como para generar el resultado que se esperaba. Las indecisiones, el aguaje de las objeciones a las órdenes precisas que había dictado Pérez como comandante en jefe para el bombardeo con la aviación militar al Museo Histórico en La Planicie, las desapariciones misteriosas de su puesto de comando en el quinto piso y el institucional comportamiento operacional de los componentes militares para reducir a los golpistas y restituir la Constitución Nacional, anularon cualquier figuración protagónica del ministro Ochoa durante esos eventos. Adicional a ello, sus ambigüedades retóricas posteriores lo hicieron un flautista de Hamelin de la política que allanó los eventos que se desencadenaron posteriormente, para mal de la nación. La sesión inmediata del Congreso Nacional con la pólvora cruda en el ambiente, el paréntesis de Octavio Lepage, la destitución del presidente por la Corte Suprema de Justicia, el relevo de Ramón J. Velásquez, la presidencia de Rafael Caldera, la libertad sobreseída de Hugo Chávez y su posterior triunfo electoral el 6 de diciembre de 1998, son registros que ahora, después de 23 años de revolución, enfocan sobre las responsabilidades no asumidas de quien no estuvo a la altura de sus deberes militares haciendo combo con un grupo de náufragos de la política (Mirta Rivero dixit). Casi 6 millones de venezolanos en diáspora alrededor del mundo, un Estado montado sobre la corrupción y el narcotráfico, con alianzas con el terrorismo internacional y apoyado por una nueva institucionalidad militar sobre la que pesan graves denuncias de violaciones de los derechos humanos de los nacionales venezolanos y para la que la territorialidad y el ejercicio de la soberanía establecidas en el artículo 328 de la Constitución Nacional están por debajo de la permanencia en el poder del proyecto político revolucionario, la destrucción del aparato económico, la división de la sociedad y el permanente estado de guerra que se vive en la Venezuela de la revolución bolivariana; muy bien pueden servir de ilustración de que el golpe del 4F, hace 30 años, fue una rémora política inducida desde los más altos cargos de un grupo de generales y almirantes ambiciosos de poder, y conjurados con otro grupo de civiles coludidos a contravía de la carta magna y de sus deberes militares.

Y luego está esa generación encabezada por Hugo Chávez a la que después de los 72 segundos de su famoso discurso del «Por ahora» se incorporaron nuestros compatriotas ilusionados por un cambio que sí ocurrió para pesadilla de todos. Solo basta contrastar la realidad de la Venezuela antes del 4F y la que se montó en el sueño rojo rojito de los paracaidistas que salieron engañados para El Pao, estado Cojedes, y llegaron al Palacio de Miraflores y La Casona con sus discursos de fusilería y de redoblante a tambor batiente, y las ofertas del cambio político.

Pérez, Ochoa y Chávez son los representantes de tres generaciones de políticos y militares que coincidieron el 4 de febrero de 1992, entre el Palacio de Miraflores y Fuerte Tiuna, en una línea imaginaria que se constituyó en el epicentro de esos acontecimientos que frenaron el camino democrático de Venezuela, iniciado con los errores normales, después del 23 de Enero de 1958. Esos eventos partieron en dos la historia de la nación. El presidente, un político de larga trayectoria, en el ejercicio constitucional de su segundo mandato presidencial que ha debido culminarlo con los resultados de las urnas electorales; el ministro, un uniformado con discurso de partido y carnet de militancia, actitudes de secretario general y abultada trayectoria profesional más de asociado conjurado que en funciones de Estado Mayor, y el comandante del discurso, un patriota decimonónico, alentado desde el cuartel más por la prehistoria de glorias superadas que por la historia para alcanzar el futuro y la paz.

Pérez, Chávez y Ochoa, innegablemente son los tres protagonistas de los hechos del 4 de febrero de 1992. El presidente antes de morir abundó sobremanera en el negro futuro que le esperaba à Venezuela con este proceso político. No se equivocó en sus pronósticos. Y se quedó corto en el disparo, como dicen los artilleros. El comandante en vida y mientras ejerció su alta magistratura nos dibujó una maravilla de eso que llaman en la revolución roja rojita «la Venezuela potencia». Allí están los resultados. Pérez y Chávez están en otro plano y con cada estadística negativa de la Venezuela revolucionaria que se empezó a levantar después del 4 de febrero de 1992, hace 30 años, la historia seguirá ratificando los veredictos sobre uno como político, dos veces presidente de la república y dirigente fundamental de un importante partido y el otro como un militar de grandes resentimientos y de una oscura figuración pública antes de su aparición mediática en el quinto piso del Ministerio de la Defensa la mañana del 4F. Y sobre Ochoa, el ministro, quien ejercía una dualidad como militar y como político, y a quien le deseamos una larga vida, y sobre quien el índice acusador de la opinión pública no deja de apuntarlo y señalarlo esperando claridad sobre tantos cabos sin atar, tantas preguntas sin respuestas y tantas respuestas con dudas. Allí están los hechos después de 6 quinquenios.

En fin, 3 décadas después del tajo de la conspiración montada con paciencia de relojero y precisión de francotirador, el tiempo transcurrido desde el 4F a la fecha es el equivalente a una generación. Y seguimos contando sin que se vean síntomas de mejoría a pesar de todas las prescripciones políticas, pacíficas y constitucionales para dar el alta al paciente Venezuela y abrirle el camino al Estado de Derecho, a la paz y a un porvenir de progreso. Las estimaciones de recuperación política, económica y social del país en una etapa posrevolucionaria hablan de 3 generaciones que son 90 años. Con ese período esperamos también que la Venezuela del futuro supere la representación de políticos, militares y la fusión cívico militar que encarnaron Pérez, Chávez y Ochoa, respectivamente. Tres generaciones distintas y tan parecidas.

Son 30 años del 4F y eso no ha sido para los venezolanos una concha de ajo.