Desde el 7 de octubre de 2023, el conflicto militar entre Israel y Hamás se ha intensificado a un nivel sin precedentes, incluyendo atrocidades nunca vistas en esta parte del mundo. Cientos de civiles israelíes fueron asesinados o mutilados y decenas de mujeres fueron sistemáticamente violadas por miembros de Hamás ese terrible día de octubre. Desde entonces, Israel ha matado a decenas de miles de civiles palestinos, aterrorizado a millones, con su represalia militar. Los sistemas de educación, vivienda y salud pública en Israel han sufrido enormemente, mientras que en Gaza la infraestructura básica y la actividad económica han sido devastadas. En mi libro Forgiveness and Resentment in the Aftermath of Mass Atrocity: Jewish Voices in Literature and Film (El perdón y el resentimiento en las secuelas de las atrocidades masivas: voces judías en la literatura y el cine), intenté estudiar las respuestas de testigos supervivientes de los peores actos que los seres humanos han cometido contra sus semejantes. Con profundo dolor escribo estas líneas, al llegar la atrocidad humana tan cerca de mí.
El filósofo francés Paul Ricœur asocia el perdón con el recuerdo feliz. La aflicción indica resentimiento en el lenguaje del poeta judío Paul Celan. Lo que quiero sugerir es que la matriz del perdón y el resentimiento podría ayudar a israelíes y palestinos a emerger del trauma y la destrucción del presente conflicto. El primer paso es reconocer la humanidad del perpetrador de atrocidades, quién es también el otro, el vecino. Este reconocimiento es fundamental para las demandas paralelas de los combatientes: autodeterminación en un estado libre, seguro e independiente.
¿Cómo podría esta guerra producir recuerdos felices? ¿Cómo podrán, palestinos e israelíes, tomar responsabilidad por las «posesiones negativas» (el término es del filósofo judío-austriaco Jean Améry) que han producido durante el conflicto?
Mi libro discute cómo pensadores judíos como Améry, Hannah Arendt y otros, enfrentaron preguntas similares tras el Holocausto nazi, y cómo durante las décadas posteriores estas fueron redefinidas, por ejemplo, por Martin Luther King, Jr. en Estados Unidos durante la lucha por los derechos civiles y por el arzobispo Desmond Tutu en Sudáfrica tras la caída del Apartheid. Todos compartían la convicción de que las heridas siempre pueden sanar. Nosotros, israelíes y palestinos, debemos seguir su ejemplo.
¿Es posible, simultáneamente, resentir y perdonar al enemigo? ¿Es posible cargar juntos el dolor y el recuerdo feliz? Mi posición es que, si el recuerdo feliz puede ser forjado en las ruinas de la atrocidad, residirá junto a la posesión negativa, la memoria horrífica de la que ambos lados son responsables. Para ilustrar este punto es imprescindible escuchar los testimonios desde Israel y Gaza, de víctimas y testigos de la violencia, que usan el lenguaje del perdón y el resentimiento. Al hacerlo se han distanciado de los discursos de la guerra y la venganza. Buscan una visión basada en poner fin al sufrimiento, en aceptar responsabilidad por nuestras posesiones negativas, en crear nuevos recuerdos que iluminarán el camino hacia un futuro de paz, de seguridad, de felicidad.
«Considero el reconocimiento», dice Ricœur, «el pequeño milagro de la memoria». Cuando las víctimas, los sobrevivientes, tienen el derecho a recordar, crean recuerdos compartidos. «La recolección», según Ricœur, «tiene éxito cuando evita la fatal pendiente de la melancolía, que lleva solo a la angustia. Solo entonces la memoria se vuelve feliz, y encuentra la paz». Para Ricœur, la moral debe mirar hacia adelante, por lo cual debe siempre estar aferrada a la capacidad de perdonar.
El perdón fue también central para Hannah Arendt, quien rechazó siempre la lógica de la ley del talión, que culmina siempre en alienación y sospecha perpetua. El perdón apuesta por empezar de nuevo. «Si no somos perdonados», dice Arendt «liberados de las consecuencias de nuestros actos, nuestra capacidad de avanzar será siempre confinada a un solo acto del que nunca podemos escapar». El papel del perdón es enfatizar el quién de la persona en lugar de qué actos ha cometido.
El conflicto entre palestinos e israelíes ha durado más de medio siglo y producido, quizás ahora más que nunca, sufrimiento incalculable. Pero incluso en medio de tal horror existen aquellos que buscan una alternativa al odio. Después del 7 de octubre, familiares de individuos secuestrados por Hamás formaron un comité de acción con una visión de futuro completamente distinta de la del Gobierno de Israel. Rechazan, por ejemplo, la idea de que Israel tiene que entrar en negociaciones sobre los rehenes desde una posición de fuerza superior, o que la destrucción de Hamás supera en importancia el retorno de los rehenes. Estas familias mantienen su énfasis, a pesar de su resentimiento, en el perdón, en la reconciliación, en el día después de mañana.
«Nadie puede ser lo que no encuentra en su memoria», dice Améry. ¿Qué recuerdos tiene el pueblo palestino que les ayudaría a convertirse en lo que son? ¿Podrían los israelíes encontrar recuerdos, recuerdos anteriores a la Ocupación, que les movería a apoyar un futuro distinto: la paz en dos estados? Sí. Sí existen tales recuerdos, recuerdos de los tiempos en que el movimiento entre Israel y Gaza era libre, en que familias del Kibutz Yad Mordejai viajaban a Gush Katif, a la playa, a las dunas del desierto. En que familias palestinas entraban a Israel de compras, de paso a visitar familiares.
Sin embargo, nos recuerda Améry, los supervivientes, las víctimas, deben retener resentimiento hacia los perpetradores de atrocidades. Estos, los culpables, deben reconocer sus actos y transformarlos en posesión negativa. El resentimiento es una necesidad moral. Los buenos recuerdos solo pueden ser creados en la presencia del reconocimiento, de la memoria negativa. El testimonio cura, psicológica y políticamente, es el poder de quien sobrevive. «Lo crucial», nos enseña el arzobispo Desmond Tutu «es la curación de brechas, la reparación de desequilibrios, la restauración de relaciones rotas, la búsqueda de rehabilitar tanto a la víctima como al perpetrador».
Recientemente el periódico Haaretz reprodujo una obra de la artista israelí Ariane Littman. Embriones gemelos representa al Estado de Israel como un paisaje herido, vendado, con una incipiente Palestina en su interior, esperando a crecer. ¿Será posible? Littman misma no lo sabe. «Pienso en los territorios ocupados, reconoce »pero no olvido las amenazas a Israel, sin nuestra fuerza militar nos habrían ya masacrado«. Días después, la columnista de Haaretz Amira Hass compartió algunas líneas de las cartas que ha recibido de su amigo Bassam Nasser, desde Gaza. Nasser »nació en Palestina y vivió toda su vida bajo la Ocupación«. »Tengo todo el derecho«, reclama en su resentimiento »a preguntar por qué están matando a mi familia, amigos, parientes y vecinos. Si nuestro destino está sellado, si estamos condenados a morir, si nuestras tumbas ya están cavadas y nuestros sudarios hechos, lo que realmente necesitamos son excavadoras que nos entierren profundamente en nuestra tierra. Por favor, asegúrense de que los cuerpos de nuestros niños estén cubiertos«.
Me sorprendería si 10.000 israelíes llegan a leer Haaretz. Pero es en estos testimonios se mantiene la integridad del recuerdo, del resentimiento, del que nace la posibilidad del perdón, del reconocimiento del otro, y de ahí, quizá, la paz.
Artículo publicado en el diario ABC de España
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