La Biblia en su comienzo, apenas en el Éxodo, su segundo libro, explica cómo Dios instruyó a un par de ancianos, Moisés, que tenía en aquellos días 80 años, y su hermano Aarón, quien era mayor y contaba con 83, para que fueran a conversar con el faraón para que diera permiso a los hijos de Israel y pudieran salir de Egipto. El mandatario, según algunos estudiosos de El Corán, era Merneptah, hijo del leproso Ramsés, quien los recibió y les pidió prueba de que eran emisarios del gran jefe. Moisés echó a sus pies el bastón que cargaba y este se convirtió en una culebra. El soberano no se dejó acoquinar y llamó a sus brujos, quienes hicieron aparecer otras serpientes, pero la de los viejitos se las merendó. Uno supone que el faraón se terminó de molestar porque, como bien pueden suponer, no iba a perder la mano de obra que significaba la masa judía y mandó al par de octogenarios a tomar por saco, como gustan de decir en la península ibérica.
El par de abuelos, que, no olviden, contaban con apoyo celeste, se retiraron. De nuevo Dios les habló y volvieron donde el rey, a quien le volvieron a advertir de los inconvenientes de no dejarlos ir en paz, y ante la nueva negativa Moisés agarró el mismo cayado que se había vuelto culebra y lo introdujo en el río. De inmediato las aguas se volvieron sangre, pero no les dieron el permiso. Las conversaciones siguieron, era algo así como tratar de hablar con el gobierno rojo rojito, y siempre les negaron la autorización. Por eso fue que a esa primera plaga le siguió otra de ranas, luego una de piojos, después fue otra de moscas, días más tarde les tocó la del ganado, le siguió una de llagas, posteriormente les cayó granizo, para continuar una de langostas, que le dio paso a la de las tinieblas, hasta cerrar con la de la muerte de los primogénitos. Fueron diez plagas las que asolaron a Egipto antes de que le permitieran salir al pueblo de Moisés de la esclavitud en ese reino.
Releo estos pasajes de las sagradas escrituras y no puedo evitar tender puentes antonímicos con todo lo que vive nuestro país. El comandante eterno fue la otra cara de Moisés y nos sumergió en un baño de sangre que se oficializó el 11 de abril de 2002 con la masacre de Puente Llaguno, a lo que siguió la plaga de los sapos en que convirtieron a sus acólitos y fanáticos, luego fueron los piojosos que bajo el rótulo de milicianos, colectivos y demás colecciones de malvivientes podamos imaginar; después le tocó el turno a las moscas en que convirtieron a gran parte de la ciudadanía pululando alrededor de los basureros para conseguir algo que llevar a la boca; más tarde su plaga organizada acabó con la riqueza ganadera con cabecillas como Jaua, Loyo y Giordani encargados de exterminarla; más atrás siguieron las llagas de Aristóbulo, Navarro, Arreaza y Hanson, entre otros, que destruyeron nuestra educación; posteriormente nos asoló el granizo cubano que se precipitó sobre nuestro sistema sanitario y deportivo hasta convertirlos en cementerios; ello fue continuado por las langostas nicaragüenses, caribeñas y argentinas que se cebaron a costas de nuestras empresas públicas; dándole paso a las tinieblas iraníes, chinas y soviéticas que expoliaron de manera exhaustiva lo que nos quedaba de riquezas naturales en nuestra destruida Guayana, y ahora rematan con el ecocidio mendaz llevado a cabo en Morrocoy a través de Pdvsa, la que fuera nuestra industria más que primogénita.
Semejante muestrario de males nos hace invocar el Salmo 39: “Porque tú lo hiciste. Quita de sobre mí tu plaga; estoy consumido bajo los golpes de tu mano”. Sin embargo, tampoco logro sustraerme al final de la citada Biblia y leer en el Apocalipsis: “Vi en el cielo otra señal, grande y admirable: siete ángeles que tenían las siete plagas postreras; porque en ellas se consumaba la ira de Dios.” Ángeles que en realidad son demonios rojos arrasando con el que fuera el Edén del Caribe, y en ello le han ayudado con eficacia innegable aquellos que han debido enfrentárseles.
¿Acaso quienes llaman a votar o dialogar con semejantes engendros no han contribuido de manera eficaz a sus labores de desolación? Lo he preguntado en varias oportunidades, ¿acaso Teodoro Petkoff, o Pompeyo Marquez, o Fabricio Ojeda, o Enrique Aristeguieta Gramcko se sentaron a dialogar con Pedro Estrada, o Mazzei Carta, o Llovera Páez, o Vallenilla Lanz para acordar la salida de El Tarugo? Supongo que en aquellos tiempos, cuando la “corrección política” no marcaba la agenda de los dirigentes, el cobre se batía de otra manera y con diferentes resultados. Estos “líderes” de ahora también deberán dar cuenta de sus actos y deshonra.
© Alfredo Cedeño
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