OPINIÓN

Peor de lo pensado

por Ramón Hernández Ramón Hernández

No hay estadísticas, solo cifras al azar, lo cierto es que cada día circulan menos vehículos, aunque las colas por gasolina en las estaciones de servicio sean enormes. Las ciudades se han ido quedando solas y a oscuras. Pocos se arriesgan a salir de noche, a menos que sea una emergencia médica o a buscar una medicina. Un país de fantasmas con pueblos fantasmas, sin agua, sin electricidad y sin nada que hacer. Es el socialismo del siglo XXI azuzado con un retrato falso de Simón Bolívar en cada anuncio oficial.

Un país destruido, una nación a la deriva, un Estado carcelero. En el sur, en la zona más indefensa y vulnerable, donde se guardaba la fábrica de agua para el futuro y se protegía la biodiversidad, que es la vida de todos y no solo de los que detentan el poder, mandan la codicia y la ignorancia. El Arco Minero ha sido la legalización del genocidio y la destrucción. Unos pocos se hacen muy ricos mientras condenan a la indigencia más miserable al resto de la población. Los diamantes, el oro, el uranio y el coltán que ofrecen a rusos, bielorrusos, iraníes y chinos deja sin futuro a los nacionales, a los verdaderos dueños de esas riquezas naturales.

En noviembre de 1998, en el extinto Gran Salón del Caracas Hilton, el candidato que lideraba las encuestas y que se había ganado el respaldo de los ambientalistas porque rechazaba el aprovechamiento minero de la reserva forestal de Imataca y que un tendido eléctrico atravesara zona sagrada pemón en la Gran Sabana profirió la mayor mentira de todos los tiempos, que prefería un vaso de agua fresca que todo el oro que se pudiera extraer de las selvas al sur del Orinoco. El enorme aplauso que le dieron todavía retumba en la conciencia de la mayoría de los engañados.

No solo se desdijo sobre el tendido eléctrico, sino que no le importó la muerte a mano de la represión militar, sus hombres, de doce indígenas que se oponían a la construcción de las torres. Al decreto que le entregaba a la minería lo que dejaban los explotadores forestales de Imataca solo le cambió el número, el palabrerío siguió apuntando contra la conservación de los bosques y sus habitantes. Veinte años después se agudizó la corrupción y se multiplicó la destrucción irreversible de la naturaleza. La minería ilegal –gambusinos con fusil al hombro y respaldo del hamponato internacional– extrae metales preciosos de los parques sin consecuencias legales y con grandes ganancias que no declaran al fisco, apenas al jefe militar que los cuida y alienta.

Nadie habla ahora de especies en peligro de extinción. Todas corren el riesgo de desvanecerse para siempre. El jardín botánico se quedó sin agua y sin dolientes. Desaparecieron, se carbonizaron, colecciones completas, y del herbario que era el orgullo de Tobías Lasser y Leandro Aristeguieta apenas quedan dos macetas de plástico y una de arcilla. El Museo de la Estación Biológica de Rancho Grande agoniza con la misma prontitud que lo hacen los museos de arte y desaparece el mobiliario urbano de las ciudades que se quedan sin alumbrado, sin plazas y sin bancos dónde sentarse. El país en su totalidad se transforma en polvo cósmico, en vacío, en un indetectable hueco negro en el cual reverberan las consignas y amenazas de los personeros de la revolución y sus matones de sueños.

Nadie se hace responsable ni en el alto ni el bajo gobierno. No explican, decretan; no hablan, ordenan; no disienten, matan; no gobiernan, usurpan para salvar la cartera y los dineros mal habidos. Parecen estatuas de sal con los ojos fijos en la nada. Tampoco hay dónde quejarse ni nadie que escuche los reclamos. Los lamentos se multiplican y el ay, mi madre se repite de boca en boca. Ha sido mucho peor que lo advertido y de lo esperado, pero las esperanzas no ceden aunque carezcan de fundamento. Vendo callejón de milagros inéditos y alegrías por inventar.

 

@ramonhernandezg