Siempre, o mejor dicho, las más de las veces, resulta enigmático observarse a uno mismo pensando sobre los procesos mismos de pensamiento. Por lo general, no solemos detenernos mucho, y menos aún con suficiente demora, en observar con la debida atención qué ocurre, qué le ocurre a nuestros pensamientos cuando ellos nos piensan.
Obviamente, los procesos metacognitivos hincan sus raíces en pasadizos incognoscibles para la mayoría de los seres humanos que usualmente pasan de largo frente a sus propias señales ideológicas y cognoscitivas: por lo general solemos ocuparnos de la superficie de nuestros pensamientos, pero mostramos temor a sumergirnos en las simas insondables del pensar; tal vez por los desafíos intrínsecos que comporta intentar descifrar los cognomentos metalingüísticos que conlleva todo proceso cognoscitivo o enunciado sintáctico sobre lo real.
El pensamiento es, de suyo, una incesante corriente que crea sus propias “derivas rizomáticas” (Deleuze y Guattari) y sus propios “bucles enciclantes” (Morín) y en no pocos casos el sujeto pensante se abandona al torrente de la corriente inconsciente del pensar sin parar en mientes en torno a los infinitos busilis que plantea el acto de pensar.
Efectivamente, no cabe duda que pensar lo real-imaginario es en sí mismo un riesgo intelectual que, cuando se asume con vigorosa responsabilidad, nunca tarda en acarrear consecuencias de orden ético, moral y también de índole político y social.
Existen seres tan pusilánimes que jamás arriesgan un milímetro de su “confortable” y mísera vida por no decir nunca lo que verdaderamente sienten en el fondo de sus bóvedas craneoencefálicas; pues, no basta pensar sobre cualquier típico o eje temático atinente a la vida real o intangible de lo que llamamos existencia, menester es estar prestos a asumir la responsabilidad intelectual de pensar sobre nuestros pensamientos; zarandearlos, sacudirlos, hamaquearlos, estremecerlos y sacudirlos con fuerza moral a fin de que los mismos chillen, chirríen y, qué importa si escandalosamente o en silencio, pidan exhaustos que demos tregua y cesemos el asedio sobre sus límites y fronteras gnoseológicas, éticas, estéticas y epistemológicas.
En los procesos internos de pensamiento sobre el pensar nunca es aconsejable dejarse intimidar por las probablemente en las primeras de cambio falsas apariencias de la superficie de la idea, porque es harto sabido que toda idea es el resultado de arduos procesos psíquicos de promiscuas actividades intelectivas. Todo sujeto cognoscente es, inevitablemente en virtud de una inexorable ley universal de acumulación cualitativa del imaginario socio-simbólico, el resultado de un abigarrado proceso antropológico de intercambios y préstamos culturales donde se ve indefectiblemente compelido a trasegar ideas, nociones y cognomentos con sus semejantes y consigo mismo a lo largo de su pírrica o pródiga existencia intelectual.
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