OPINIÓN

Pensar las ciudades es un acto democrático

por Jesús Uzcátegui Jesús Uzcátegui

Muchas veces pasamos por inadvertidas aquellas frases que mencionan algunas personas que han dedicado buena parte de su vida a pensar las ciudades y ejercer acciones que transforman los espacios urbanos. La palabra es determinante y mediante ella hacemos decretos, pero también creamos conciencia y damos ejemplo. ¡Vaya qué responsabilidad!

Esto de querer hacer ciudad es un cuento viejo. No creamos que porque ahora está bien posicionada la tendencia de promover la movilidad urbana sostenible y las ciudades “verdes”, por ejemplo, es que por fin se vienen haciendo cosas para contar con espacios de calidad de vida. En realidad, la preocupación por las ciudades viene desde muchos siglos atrás, desde que se creó –probablemente– la primera ciudad sobre la faz de la tierra en Mesopotamia –conocida como Uruk– hacia el año 3.500 a.C., en lo que hoy es Irak, para congregar a 40.000 habitantes en un lugar diferenciado de la vida rural, con arquitectura monumental y planificación del territorio. Y es que por aquello de que “Dios hizo el campo y el hombre la ciudad”, posiblemente siempre hemos estado llamados, de alguna manera, a contribuir a formar grupos estables, más sedentarios, más confortables, más amables, de mayor convivencia… aunque a veces no todas esas variables conjuntadas jueguen a favor.

Obviamente, este proceso ha tenido una evolución fantástica con el pasar de los años, pero también ha sido un fenómeno vivo e íntimamente relacionado con la cultura de cada núcleo dónde se desarrolla. Así, han surgido diferentes corrientes urbanísticas a lo largo de la historia, por lo que se suelen distinguir, entre otras, la ciudad antigua, la ciudad medieval, la ciudad barroca, la ciudad precolombina, la ciudad islámica, la ciudad anglosajona, la ciudad mediterránea, etc. Pero quizás el tipo de ciudad más cercana a la que actualmente conocemos como tal es la que inicia con el Renacimiento, que marca un antes y un después, para dar por abierta la conformación de las ciudades de la edad moderna, que posteriormente se confirma con el modelo de la ciudad industrial y finalmente con el ideal de ciudad contemporánea, en el que ya comienza a haber una organización político-administrativa y una distribución de espacios y actividades, más parecida a las ciudades de hoy.

En este sentido, lo que marca la diferencia en el fenómeno urbano y permite tener algo distintivo entre una ciudad y otra, es el enfoque que desde distintas perspectivas se tiene al respecto, sobre todo de quienes gestionan el territorio. Así, la geografía humana pone de relieve aspectos como la organización social, los índices de población, el tipo de cultura o la especialización funcional. Por su parte, la sociología, sin desdeñar estos elementos, centra el estudio de la ciudad en el tipo de relaciones sociales que se desarrollan dentro del entorno urbano, los estilos de vida que tienen lugar en este entorno y, en definitiva, en las causas que dan lugar a las transformaciones o cambios sociales que se producen en el mundo urbano. Desde la óptica de la psicología y de la antropología se atiende fundamentalmente a las conductas, a las prácticas sociales y a las influencias del ambiente urbano en la vida psicológica de las personas. Pero, ¿qué ocurre desde la perspectiva de los estudiosos, pensadores y hacedores del fenómeno urbano, propiamente dicho?

Hoy en día hay autores que critican el discurso urbanístico construido durante los dos últimos siglos, al que achacan una excesiva tecnificación y funcionalidad al servicio de la rentabilidad. Ello es consecuencia, según esta corriente crítica, del aislamiento que la disciplina urbanística ha tenido respecto de la política y del debate público. Siendo esto nada positivo a la postre, pues se pierde la conexión –fundamental– entre lo político y lo técnico.

Lo cierto es que esto trae mucha tela que cortar y quizás no alcanzaría un artículo para referirme a ello, además desde lo poco que pudiera conocer del tema, del que me declaro fanático pero un aprendiz obsesionado. Por eso, en este caso decidí apoyarme en algunos opinantes de oficio (reconocidos por su vasto conocimiento y su amplio potencial de transferirnos noción experta cada vez que “abren la boca”, se concentran a escribir un interesante y nutrido paper o realizan una investigación) por lo que dejaré algunas frases que son inspiradoras y esclarecedoras, que nos hablan por sí solas y preparan la plataforma de la reflexión sobre el fenómeno urbano y para que hagamos más de lo que hasta ahora se ha logrado. No quise entonces dejar escrito solamente algo desde mi propia inspiración, sino que decidí citar algunas de las mejores frases que nos han regalado estos referentes.

Algunos pensamientos e ideales de personas –y organizaciones– ligadas al estudio de lo urbano a nivel mundial, nos conciencian sobre temas propios de la vida urbana:

Y nuestros pensadores y enamorados de las ciudades en Venezuela, también nos han dejado importantes mensajes, algunos muy enfocados a la circunstancia actual –o la que nos conllevó a ella–, pero que igual retratan una realidad que nos permite entender lo que ocurre y vislumbrar que muchas cosas se pueden hacer mejor a partir de las lecciones aprendidas y las buenas prácticas, en esta búsqueda incesante del quehacer urbano:

Iniciando la segunda década del siglo XXI, surgió una iniciativa que llevó adelante el Colegio de Ingenieros de Venezuela que se llamó Pensar en Venezuela, inserta en un programa más grande titulado Pensar en las Américas, con algunas jornadas en Brasil y Chile, con la idea de que este foro tuviera una relevancia y la intención de permanecer en el tiempo.  En ese contexto se adelantaron análisis, estudios, proposiciones y logros sobre los múltiples problemas que predominan en el entorno nacional, involucrando todos los aspectos que constituyen a una ciudad. Mucho material se generó, que es de suma utilidad, absolutamente rescatable y con potencial de ejecución en el inmediato plazo, solo siendo objeto de la actualización de rigor.

Esta experiencia la pongo de ejemplo, porque en definitiva el pensar no puede detenerse. Las ideas no mueren, y les pasa como a la energía que no se destruye, sino que se transforman, adaptándose a la nueva circunstancia y al momento generacional por el que se esté pasando. Así vamos sumando tecnología e innovación, pero los principios siguen siendo los mismos. No todos nos atrevemos a exteriorizar nuestros pensamientos, pero lo cierto es que hacerlo es un acto profundamente democrático y las ciudades no son más que eso, el espacio más democrático de todos. ¡Hasta la próxima entrega!